Su padre fue el actor más buscado y asegura que lo dejaron afuera de una herencia millonaria en dólares: “No recibí nada, cero”
Javier Ángel Álvarez es el hijo del exitoso y recordado Javier Portales, que brilló en la TV de la mano de Olmedo y Sofovich; sus amores truncos y la fortuna que se esfumó; “Se dejaba embaucar”, dijo a LA NACIÓN
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“Mi viejo debe haber ganado unos 20 palos verdes durante toda su carrera, no te miento. Fue un exitoso. ¿Sabés cuánto recibí de la herencia? Cero, o mejor dicho, deudas. Sus mujeres siempre lo esquilmaron y lo abandonaron. Sentate, tomamos un café y te cuento más”, invita a dialogar a LA NACIÓN Javier Ángel Álvarez, hijo nada menos que del recordado Javier Portales (Miguel Ángel Álvarez en los documentos), protagonista destacado de la escena nacional junto a Alberto Olmedo, Jorge Porcel, Fidel Pintos, Juan Carlos Altavista, Gerardo y Hugo Sofovich y tantos otros históricos...
“Me hice cargo de él en los dos últimos años de su vida. Había sufrido dos ACV y tres infartos, venía de una paraplejía y era insulinodependiente. Tuve que vender un departamento para poder pagar médicos, pañales, estudios, bolsas de colostomía, enfermeras y todo lo que te puedas imaginar. Siempre se lo advertí, desde que yo era pibe, pero él se dejaba embaucar por sus amores de turno”, continúa con fastidio Javier.
Abre un sobre enorme con fotos históricas, la mayoría en blanco y negro, con su padre como protagonista principal, y elige hablar de su infancia: “Papá se separó de mi vieja, Yolanda Vitulano, en el 62; yo era muy chiquito, cuando empezó a ganar buena mosca. Después se enganchó con Delia Novoa, con quien se casó cuando yo tenía siete años. Mi vieja estaba muy mal, depresiva, me dejaba faltar al colegio. Delia se aprovechó desde el día uno. No sé si vive y no me importa. Trataba bien a sus sobrinos y mal a mí. Mi papá no se metía porque no quería problemas con ella. Me castigaban si no pasaba de grado. Mi viejo un año viajó a Estados Unidos y me dijo: ‘No te voy a llevar porque no estudiaste en todo el año’. Volvió con una tabla de surf debajo del brazo pero no para mí, sino para los sobrinos de ella. A mí me trajo unas zapatillas de segunda. Él no quería discutir con la mujer. Le gustaban mucho las minas, pero más le gustaba la guita...”.
Amores, traiciones y millones de dólares
En los años 60, Javier Portales fue convocado para Polémica en el Bar, otro clásico que marcaría su carrera junto a Operación Ja Ja y que multiplicó su fama y sus ingresos. Era un actor consagrado a puro talento y versatilidad. Podía hacer teatro under, obras de Shakespeare, Chejov y a eso se le sumarían infinidad de películas. También fue autor de La sartén por el mango, declarada de lectura obligatoria en el Conservatorio de Arte Dramático. Hasta participó de films con Los Parchís, donde hizo de representante. El gran reconocimiento lo recibió en 1999 con el Premio Podestá otorgado por la Asociación Argentina de Actores por su valorada trayectoria, que además incluyó el boom de Un hermano es un hermano y Son de Diez. “Calculo que con Son de diez se llevó otros diez, pero millones de dólares... Estaba con Delia cuando ganó esa fortuna. En total mi viejo debe haber llegado a 20 palos verdes en su carrera. Yo recibí nada, cero”, detalla Javier Ángel.
Todo era éxito en lo artístico y lo económico en la vida del actor que brillaba en tevé, cine y teatro, donde también fue director. Hasta que un nuevo amor se cruzó en su camino a mediados de los 90. En esta oportunidad, en un canal de televisión conoció a la guionista Marina Gacitúa, veinticinco años menor que él, de la que se enamoró perdidamente. El problema era que estaba casado con Delia y ella lo descubrió. Así lo recuerda su hijo: “Mi papá estaba tomando un café al lado del Teatro San Martín con Marina. Lo vio el actor Roberto Mosca que trabajaba ahí y se lo contó a Delia, que no anduvo con vueltas. Lo echó, le tiró la pilcha por la ventana cuando se sintió engañada. El pequeño gran inconveniente para él fue que había dejado que ella manejara toda la plata, menos un porcentaje para sus cosas personales de todos los días. Tenía la llave del reino. ¿Te pensás que me la iba a entregar a mí? Mi viejo venía millonario hasta ahí... Ella le hizo un juicio de divorcio y le sacó varios millones, además en la casa había mucho efectivo, como cinco palos verdes. Era el peor momento del matrimonio con Delia. A ella le tuve que dar hasta el departamento de mi abuela por el juicio. Y a mí me terminó desalojando del de mi viejo, un piso de 500 metros cuadrados en Dean Funes y Venezuela. El juez del divorcio determinó también que a ella había que pagarle el 17 por ciento de lo que ingresaba por Actores”.
Millonario como era, cuando lo echaron de su hogar, Javier Portales llegó a vivir algunas horas en su Ford Sierra XR4 hasta que pudo alquilar otro departamento en Santa Fe y Esmeralda: “Para estar con Marina. Decía que se iba a comprar un piso. Yo le insistía con que invirtiera en uno en avenida Libertador pero para irse a vivir solo. ‘No podés comprar una familia cada vez que te casás’, intentaba avivarlo yo a mi manera . ‘Esa mujer y esa gente no son nadie y se adueñan de tus cosas’, le repetía pero no me quería entender. Con mucho de su efectivo se quedó Marina”, sigue relatando Javier acerca de su padre.
Su hijo, que ya tenía amplia experiencia en cine como meritorio, primer ayudante y foquista, y también en tele como productor de su padre y de Raúl Portal en el programa La hora de los juegos, empezó a trabajar en el Teatro Regio como jefe de escenario en una obra que se llamaba La importancia de llamarse Ernesto: “Mi viejo era el director y Marina me puso con sueldo de apuntador. Nos volvía locos a los dos. Trabajaba César Bertrand, un amigazo. Mi viejo empieza a estar muy mal con problemas en la espalda, intenta curarse en Cuba. Pero estaba captado por esta familia. Cuando él fue a Cuba quedó el padre de ella a cargo de su quinta de Francisco Álvarez. Yo me sentía muy mal, dejado de lado. Cacho, el padre de ella, me decía que era el dueño. Mi viejo encima me retaba por los chismes que le acercaban ellos. Era un hombre frágil, al que ella le llevaba 25 años. Un Día del Padre le había preparado unas hojas con el mejor papel membretado todo dedicado y me dijo que no iba a comer conmigo porque yo a Marina no le gustaba. Ella me puso el ‘Muro de Berlín’, decía que yo era mala persona. Él invitaba a los amigos de ella a la quinta pero no a mí. No me generaba buena onda. No era por la plata, yo no pretendía ni pretendo plata de nadie, me la gano solo si puedo. Pero se ve que estaba tan enamorado que no veía. Le patinaron toda la guita, hasta la que tenía en Uruguay”.
Abandonado con un ACV
Javier explica que nunca va a poder olvidar cuando su padre tuvo el primer ACV y le dieron la espalda: “Fui volando al Instituto del Diagnóstico. Marina, su pareja, estaba en Estados Unidos con la hija. Papá se estaba muriendo. Le pedí a la mamá de ella que le avise que le había dado un ACV, que estaba internado y no reaccionaba. ¿Sabés que me contestó? ‘Ay, pero mi nieta y mi hija están de vacaciones’. Se aprovecharon de eso, barrieron con todo y lo dejaron con una enfermera. Mi viejo estaba cuadripléjico. Después, cuando volvió de sus vacaciones lo sacó de su cuarto y lo pasó a una habitación de servicio, para que él no se diera cuenta cuando ella llegaba o salía. Lo dejaba en la cama y se le hizo una escara tremenda. Marina no tuvo piedad. Yo había pedido una curatela para los bienes, porque se lo había avisado: ‘Con esta chica terminás mal’. La prueba es que no me equivoqué”.
“En el año 2000 Marina se gastó la mosca, objetivo cumplido, entonces, se va y lo deja, remodela su departamento de San Telmo con lo mejor y todo con la tarjeta de mi viejo. Yo no tenía acceso. Para colmo Actores no le daba más cobertura médica. Yo le había cantado a mi viejo lo que iba a pasar. Le decía que él era El Gordo de Navidad para Marina, que ella se había ganado la lotería con él. Un día ella se va con Mosca, el actor que lo había deschavado con Delia. Tenía el enemigo en casa, y entonces cuando se fue me hice cargo yo. No pagaba ni las expensas. Me partía el alma. A los 59 le advertí lo que le iba a pasar con ella y a los 66 murió sin un peso en un hospital público, no me equivoqué. Estaba con ano contra natura, escaras. Para bancar todo tuve que vender el departamento donde vivía, por eso hoy alquilo. Vivo con mi mujer, Susana, una gran compañera, que está a mi lado hace treinta años”, describe Javier consternado.
Rememora cuando de joven le planteó a su padre: “‘Papá yo quiero trabajar, no estudiar’. ‘Hijo, eso no es lo mejor’, me dijo. Entonces me consigue un trabajo en cine de técnico sin sueldo. Como conté, empecé como meritorio, no había nada más bajo. Fue con Gerardo Sofovich, me fue bien. A partir de eso me pide un cameraman como segundo ayudante. Ya había hecho tres como meritorio, La noche viene movida, Las muñecas que hacen pum, entre otras. Pasé a ser primer ayudante, foquista, me encantaba. Pero en el 83 me fui a España cuando estaba Diego Maradona. Otro error fatal. Fui a la nada misma, me habían prometido hacer cámaras y trabajos con él. Cyterszpiler (Jorge) me chamuyó, me hablaba de que tenía un sueño... Yo le decía que dejara de soñar porque yo con eso no comía. No tenía un peso, le debía plata hasta a Menotti que me ayudó. Y me tuve que volver...”.
En el final de la charla entrega a este periodista dos carpetas con los libros de dos obras, Vanas palabras, de Esteban Lozano, hoy su socio. Y La sartén por el mango, escrita por su padre, y explica: “Hace tres años me llamó Carlos Mentasti. Tenía interés en que le cediera los derechos del libro de La sartén... Le dije: ‘No, Carlos no podemos hacerlo así. Yo quiero aggiornarla’. Le acerqué una copia del libro. No hubo oferta, ni siquiera me respondió. Me resultó raro. Yo sigo con mi sueño de llevar a Netflix estas dos ficciones, convertirlas en series. Estoy seguro de que algún productor se va a interesar. Me gustaría darle esa alegría a mi viejo que se mató laburando”.
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