Su marido la tuvo secuestrada en su mansión, brilló en Hollywood y anticipó el Wi-Fi: la vida secreta de Hedy Lamarr
Diva de la época de oro del cine, protagonizó el primer orgasmo fílmico de la historia; su escape hacia Estados Unidos y sus últimos días
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La vida de Hedy Lamarr (1914-2000) tiene tantas capas y facetas que parece una fábula inventada para una película, pero una fábula mal construida, en donde los distintos capítulos no pueden pertenecer a la misma biografía. Fue una diva de Hollywood, conocida por la película Sansón y Dalila (1949), entre otras. También fue la inventora de un sistema de comunicación a larga distancia que fue precursor del Wi-Fi y del GPS. De hecho, el Día del Inventor se celebra en el mundo el 9 de noviembre, fecha de su nacimiento.
Para conciliar datos tan disímiles hay que profundizar en las diferentes fuentes que cuentan su biografía. El libro del arquitecto argentino Roberto Lapid, Pasión Imperfecta (Rocaeditorial, 2021), que se centra en la relación de Lamarr con su primer marido, el magnate austríaco Fritz Mandl, es una buena puerta de entrada. Un documental que no se encuentra en plataformas, Bombshell: The Hedy Lamarr Story (2017), dirigido por Alexandra Dean, es otra. Hay un proyecto de película basado en su vida con la actriz israelí Gal Gadot interpretando su papel.
Hedy nació en Viena cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial, en lo que en ese momento era el Imperio Austrohúngaro. Dueña de una belleza moderna, única, enloquecía a hombres y mujeres. Muy joven, con su nombre de nacimiento Hedy Kiesler, interpretó una película (Extasis, 1933) en donde no sólo aparecía totalmente desnuda, sino que mostraba el primer orgasmo ficcional de la historia del cine. Un empresario austríaco, Fritz Mandl, apenas vio la película en su microcine de la mansión en donde vivía, se propuso conquistarla. Lo logró y la hizo su esposa. Cegado por los celos, no sólo destruyó todas las copias accesibles en el momento de Extasis sino que la encerró en su mansión con un sistema estricto de vigilancia.
Sin embargo, Lamarr -en ese momento Hedy Mandl- era libre de espíritu y de cuerpo. La historia de su fuga de la prisión conyugal la pinta de cuerpo entero. Primero, habiéndolo planificado cuidadosamente, sedujo a la ama de llaves que la custodiaba a sol y sombra. En una fiesta, Hedy se retiró al baño y su marido ordenó que, como siempre, la aparentemente severa ama de llaves la acompañara. Con su complicidad, simularon que Hedy la reducía y ataba de pies y manos mientras escapaba por la ventana del baño. Se las ingenió para llegar a Londres.
Su marido, Fritz Mandl, era un empresario de varios rubros, uno de los cuales era el armamento. Europa se alistaba para la Segunda Guerra Mundial. Entre sus clientes estaban Hitler, Franco y su amigo, el dictador italiano Benito Mussolini, quien le presentaría a un joven militar argentino, Juan Domingo Perón. Mandl usó todo su poder para encontrar a la esposa fugitiva sin resultado alguno. Luego de la guerra, Mandl, enfrentado con los nazis, aprovechó su amistad con Perón y vino a vivir a la Argentina. Vivió en La Cumbre, Córdoba, donde construyó una suerte de castillo que hoy todavía existe convertido en un hotel boutique.
Luego de asentarse en Londres, segura de que estaba lejos del alcance de su marido, Hedy se planteó nuevos escenarios para su vida. Planeó un viaje a Estados Unidos con la idea de retomar su carrera de actriz. Durante la travesía supo que en el barco viajaba también Louis B. Mayer, el magnate de los estudios MGM de Hollywood. Con su alegre desfachatez y su belleza despampanante, no tardó en trabar relación. Cuando el barco llegaba al puerto neoyorquino, Hedy ya se había convertido en Hedy Lamarr y tenía un contrato firmado con la Metro.
Si bien Lamarr filmó una veintena de películas en Hollywood, alguna de las cuales fueron exitosas como la épica bíblica Sansón y Delila, dirigida en 1948 por Cecil B. De Mille, nunca alcanzó el estatus de las divas más célebres e icónicas. Sin embargo, con su belleza y su exotismo a cuestas, formó parte del star system. Como tal, participó durante la Segunda Guerra Mundial en las giras de apoyo al ejército norteamericano y ventas de bonos patrióticos. Hedy quería, además, participar de otra manera. A lo largo de su multifacética vida y sobre la base de una asombrosa capacidad natural para las matemáticas, había desarrollado estudios informales sobre ingeniería. Discutiendo sobre el desarrollo de la guerra en el Atlántico, Hedy pensó que debería haber un modo de hacer que las comunicaciones entre las embarcaciones de los aliados no sean interceptadas por los submarinos alemanes.
Hedy ideó un sistema para que las comunicaciones no fueran captadas por el enemigo. No lo hizo sola, contó con la ayuda de su profesor de piano, amigo y, como mucho de los hombres que la rodeaban, ocasional amante, George Antheil, otro extraordinario personaje. Antheil era un gran músico, que había escrito partituras para películas pero que además de su trabajo en la industria tenía un profundo gusto por la experimentación y la música de vanguardia. Se habían conocido en una fiesta y la forma de establecer contacto para continuar la relación fue típica de Lamarr: cuando se fue de la fiesta, escribió con lápiz labial en el parabrisas del auto su número de teléfono
El sistema de salto de frecuencias ideado por la diva es relativamente sencillo de comprender. La señal de un mensaje (que puede ser de un barco de guerra a un misil teledirigido) va a una determinada frecuencia. Si el mensaje es largo, el enemigo logra identificar la frecuencia y así hacerse del mensaje y decodificarlo. Lo que pensó Hedy Lamarr es que se podía cambiar la frecuencia cada pocos segundos siempre y cuando el receptor del mensaje tuviera la información de esos cambios. El que sabía cómo implementarlo era Antheil. El músico, con su perfil intelectual y anticonformista, tenía debilidad por las pianolas: esos instrumentos que tienen la estructura del piano pero que reemplazan al pianista con un “programa” que va haciendo que se pulsen las teclas en el debido momento. Antheil pensó en un programa de ese tipo que estuviera disponible de uno y otro lado del mensaje para ir cambiando las frecuencias y que el receptor pudiera descifrarlo eludiendo la inteligencia del enemigo.
Luego de poner el sistema a punto con la ayuda de un ingeniero electrónico, Lamarr y Antheil patentaron su notable invento. Lo presentaron ante una comisión de la Armada norteamericana que simuló interés y lo archivó. Quizás el hecho de que el invento proviniera de una mujer hermosa que trabajaba como actriz activara sus prejuicios. Pensaban que lo mejor que se podía conseguir de Lamarr eran sus giras vendiendo bonos de guerra y sorteando besos para beneficio de las fuerzas armadas. Lo cierto es que la patente quedo archivada e ignorada por algunos años.
Lamarr continuó con su carrera que tuvo algún éxito y muchas producciones menores. Su vida sentimental tuvo no menos altibajos: varios casamientos y muchos otros amantes. A partir de cierta edad, comenzó a hacerse adicta a las cirugías estéticas con el desafortunado resultado de terminar recluida, sin mostrarse en público ni dar prácticamente entrevistas. También fue víctima de Mark Jacobson, conocido como “Doctor Feelgood”, que recetó anfetaminas a Marilyn Monroe, Elvis Presley, Marlene Dietrich, Truman Capote, Tennessee Williams, Cecil B. DeMille, Yul Brynner, y Anthony Quinn.
Mejor vida tuvo su invento, aunque ni ella ni Antheil jamás cobraron un peso por él. A partir de cierto momento, todos los buques de la armada norteamericana estaban equipados con el sistema de saltos de frecuencia que ellos idearon. De hecho, los buques de guerra que bloquearon Cuba durante la crisis de los misiles de 1962 tenían esos equipos. La patente había expirado en 1959. El sistema de saltos de frecuencia, finalmente, encontró su camino en la tecnología del WiFi, GPS, Bluetooth y en miles de satélites militares. Su valor actual sería de decenas de miles de millones de dólares.
Hedy Lamarr murió apenas comenzado el milenio, el 19 de enero de 2000. Dijo su amigo y coautor del invento, George Antheil: “Ella es una increíble combinación de ignorancia infantil y tremendos destellos de genio”. Si a esas características le sumamos un espíritu indomable, una sexualidad libre y desprejuiciada y una de las caras más perfectas que tuvo el cine, estamos frente a una personalidad única que, lamentablemente, tardó demasiado en ser reconocida en toda su dimensión.
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