Dos años y dos discos perfectos pusieron en órbita el genio precoz de Spinetta y la música de una banda de barrio revolucionaria; otra entrega del bookazine sobre el Flaco
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En su ensayo The people’s music , el crítico inglés Ian MacDonald explica de manera inmejorable el punto de quiebre de los 60: “De repente, The Beatles y Bob Dylan no sólo estaban reemplazando a los compositores profesionales eligiendo sus propios formatos y escribiendo su propio material, sino que estos veinteañeros estaban siguiendo sus instintos, fluyendo espontáneamente, dictándole a su propia generación un mensaje sin intermediarios”. Imbuido en este Zeitgeist, a los 15 años Luis Alberto Spinetta alternaba composiciones en inglés sanateado con canciones que excedían en madurez su edad biológica: “Plegaria para un niño dormido” y “Barro tal vez”. Iba al colegio San Román y tenía un fanzine (La cosa degenerada) que rivalizaba en creatividad y escatología con el de su compañero Emilio Del Guercio (La costra). Sin haber egresado ni experimentado presentaron en su católico centro de estudios el espectáculo “Homenaje al ácido lisérgico” y ya tenían bandas: Spinetta en Los Larkings (fundado por el baterista Rodolfo García) y Del Guercio en Los Sbirros (donde participaba el guitarrista Edelmiro Molinari).
La posterior fusión de esos cuatro elementos en Almendra generará para la música argentina una de las más altas cuotas de calidad, innovación y precocidad. Y si no pioneros (porque no hay Almendra sin Los Gatos), seguro que sí aquellos que pusieron en 3D una variedad de sonidos, adjetivos y acentuaciones que todavía son el libro de texto de las nuevas generaciones.
En Cómo vino la mano (Miguel Grinberg, 1977), libro de crónicas y reportajes sobre la primera década del rock argentino, Spinetta confesaba que después de escuchar el Album Blanco (1968), él y sus compañeros de banda pensaban que lo próximo que le tocaba a los Beatles era grabar en silencio. Entonces tenían 18 años, un simple editado ("Tema de Pototo" y su lado B, "El mundo entre las manos") y estaban grabando el segundo ("Hoy todo el hielo en la ciudad"/"Campos verdes"), en diciembre de 1968 y craneando un tercero ("Gabinetes espaciales"/"Final", registrado en enero de 1969). Seis temas donde armonizaban estrechamente con los Fab Four, pero también con el Instituto Di Tella, la película Invasión de Hugo Santiago, el boom de la literatura latinoamericana, Astor Piazzolla y Leonardo Favio, más como cineasta que como cantante popular, si cabe recordar que el mendocino incluyó "Tema de Pototo" en su álbum debut, no muy para el gusto de los Almendra. Sin haber cumplido los 20, los de Bajo Belgrano ambicionaban la altura creativa que a los Beatles les había llevado media década: Almendra no empieza en "Love Me Do" sino en "Here, There and Everywhere", "Strawberry Fields Forever" o "She’s Leaving Home". En esa especie de distopía creativa, podemos encontrar incluso a Spinetta cantando sobre "circos de polietileno/ para ver el sol" varios meses antes de que Lennon se refiriera al polímero más simple aplicado a una anatomía femenina en "Polythene Pam", de Abbey Road. Del doble beatle también aprenderían lo de apuntalarse respetando composiciones y voces ajenas más allá de cualquier guerra de egos y, claro, a tener su propia obra expansiva, Almendra II, sobre las esquirlas de una ópera fallida.
La separación, en 1971, estuvo marcada por un sosegado común acuerdo, que dejó una frase-epitafio que osciló entre la diplomacia y la profecía. "No nos separamos: nos multiplicamos", declararon antes de encarar proyectos solistas (Spinetta editaría Spinettalandia antes de Pescado Rabioso), Aquelarre (con Emilio Del Guercio y Rodolfo García descollando en eso de hacer progresiva sudamericana) y Color Humano, donde Edelmiro Molinari afianzaría su particular toque de seis cuerdas, tan decisivo para Chizzo de La Renga como para Roberto Conlazo de Reynols.
El cuarteto volvería a rodar entre diciembre de 1979 y enero de 1980, con una serie de shows que inaugurarían dentro del rock argentino la idea de capitalizar un pasado glorioso, en simultáneo con lo que en los meses siguientes usufructuaría también Manal. Como souvenirs sonoros, quedarían los anecdóticos dos volúmenes de Almendra en Obras. Si los planes particulares del grupo se conjugaron entonces con una demanda inusitada de nostalgia en plena dictadura militar, habría que situarse en un contexto donde el grupo hegemónico (Serú Girán) estaba integrado por músicos con rodaje y trayectoria, donde el jazz rock era la muda expresión de la época y donde habría que esperar el post-Malvinas para que animadores y audiencia se volvieran a cotejar en audacia y novedad. El retorno de Almendra tendría su coda creativa un año más tarde: entre diciembre de 1980 y febrero de 1981 concretarían 34 shows en 32 ciudades, presentando El valle interior, una obra tibia y poco cohesiva, grabada en Los Angeles y no del todo bien recibida, y donde el haz de luz es una canción de Del Guercio titulada "Las cosas por hacer". "Introspectivo" será el adjetivo con que Spinetta intente explicar la obra en el libro Crónica e Iluminaciones (Eduardo Berti, 1988).
Con el retorno de sus cuatro partes a sus respectivos canales de expresión (Spinetta montando el jazz-pop de Jade y una carrera solista, el resto entrando y saliendo de la música con notoria dispersión), la almendridad pasó a ser concepto irreductible, y su primer álbum, reeditado en CD en 1992, un argumento canónico incontestable, invariablemente en el podio de toda encuesta sobre el "mejor disco del rock argentino de todos los tiempos". El repelús del Flaco hacia su propio pasado tendió además un imaginario alambre de púa en torno a cualquier redención retrospectiva durante casi tres décadas, que él mismo podó la histórica noche del 4 de diciembre de 2009 con su maratónica jornada de las Bandas Eternas en Vélez. Pasada la medianoche, Spinetta-Del Guercio-Molinari-García tocaron cinco clásicos: "Color humano", "Fermín", "A estos hombres tristes", "Hermano perro" y "Muchacha (Ojos de papel)". Después de una versión fogonera de su canción más conocida, Luis Alberto contrajo la mandíbula e imitando a La Nona de Pepe Soriano enfrentó a 50 mil fanáticos: "¡Hace como ochenta años que no nos juntábamos! ¿Son felices o no son felices?".
Por José Bellas
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