Son hijos de artistas famosos, pocos saben que son hermanos y hoy brillan en el escenario: “De grandes el diálogo es otro”
Los caminos de la vida los llevaron a compartir la misma pasión: el canto y la actuación; así, René Bertrand recuerda a su padre, cuenta anécdotas con su madre, María Rosa Fugazot, y celebra a su hermano Javier Caumont
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“Ser hijo de… me sirvió para el primer llamado para laburar porque mis padres sembraron amor”, reconoce René Bertrand, actor y director, hijo nada menos que de la siempre vigente María Rosa Fugazot y el recordado César Bertrand, quienes siempre acompañaron e hicieron su carrera junto a grandes del show como Javier Portales, Gerardo Sofovich, Rodolfo Bebán, Palito Ortega, Jorge Porcel, Rubén Juárez, Rolo Puente, Alberto Olmedo y tantos más…
A propósito de “El Negro”, como lo llamaban en la intimidad, René trae a la charla con LA NACIÓN la noche previa a la mañana trágica del 5 de marzo de 1988 cuando cayó desde el balcón de su departamento del piso 11 del edificio Maral 39 en Mar del Plata y murió en el acto: “Esa última cena fue la del famoso cochinillo, debilidad del Negro, en un lugar que se llamaba Hamburgo en 14 de Julio y Colón. Estaba mi viejo, el Negro Casas, secretario de él, Javier, su hijo, Divina Gloria y yo con dieciséis años… Nancy Herrera no estaba, pero cuando llegó a Mar del Plata lo llamó por teléfono al restaurante. Entonces Alberto se hizo armar un paquete de cochinillo y se fue para el departamento. Ya había cenado, pero le gustaba tanto que pidió que le hicieran un paquetito para comer al otro día. Estaba bien, contento. Nadie sabe lo que pasó después. La única verdad la tiene Nancy. Conjeturas hay un millón. Nada lo va a traer de vuelta, lo dejo ahí”, rememora con profunda tristeza.
Y los recuerdos continúan uno tras otro, comenzando por la niñez: “Yo no quería saber nada con la actuación porque a mi papá y mi mamá les pedían autógrafos, fotos. Eso me hacía sentir que me los quitaban, cosas que siente un niño. A mí me gustaba jugar al fútbol, lo hice en Ferro porque me llevó Rolo Puente; en Lanús... pero no pasé de la tercera división. Entonces me di cuenta de que tenía muy cerca el teatro y la bambalina, lo planteé y mi papá me dijo que este oficio era para tomarlo en serio. ‘Mirá que yo no voy a golpear la puerta de nadie’, me advirtió”.
Gran Hermano: el talento arriba del escenario
Enseguida habla de su hermano, Javier Caumont, hoy exitoso bolerista, catorce años mayor que él, hijo de César: “Lo crió mi vieja desde los nueve años, se aman. Es terrible mamero, mi vieja se ríe cuando le digo ‘calzonudo’. Estuvimos muy juntos cuando yo era chico, pero cuando pasé los 20 y empecé a girar como un trompo, él estaba más grande y ahí nos perdimos un poco. Lo que hacemos hoy juntos está buenísimo, él viene desde siempre cantando boleros. Quería hacer un ciclo en Buenos Aires, pero no estaba empapado de la producción y conseguir un teatro. Entonces me convocó, ahora ya estamos más grandes, más cercanos, el diálogo es otro. Me pidió que lo dirigiera, fue un acto de amor hacia mí”.
Así, entre show y show, llegó el momento de bajar el telón, aunque sea por un rato. “El domingo es la última función en el teatro Multiescena de Corrientes y Callao. Fueron cinco domingos de octubre; dirijo y lo acompaño cuando interpreta ‘No me perteneces’, un bolero muy lindo. Yo me defiendo actoralmente con una canción. Lo que hago en el show es una rutina del hermano oveja negra. Queríamos compartir la calle Corrientes con mi papá, por eso al final miramos unidos al cielo y le pedimos al público que nos acompañe. Nos dimos un gusto. Javier hizo su carrera en el exterior. Seguro va a volver a ganar como el bolerista de América a fin de año en Miami. Ya fue disco de platino California, de oro en Las Vegas, en Montreux, Suiza, tiene mención de honor. Fusionó el bolero con el jazz, el candombe, la bossa nova, un groso”.
Es momento de hablar de sus inicios con la actuación, algo que como René ya comentó, al principio no tenía en sus planes: “Traté de prepararme para no tener que esperar que suene el teléfono y generar mis propios emprendimientos. Haber ido al Conservatorio de Arte Dramático me dio esas herramientas. Soy profesor y también tengo una salida laboral por ese lado. Después del secundario me perfeccioné con otros cinco años de estudio. Te da una cultura general y te prepara en un montón de cosas. Mis viejos en cambio aprendieron a ser actores en el mejor lugar que es la calle, juntándose y acompañando a grandes referentes que nunca les faltaron. Mi vieja lo conocía a Alberto Olmedo de pibe, mi abuela (la actriz y vedette María Esther Gamas), lo invitaba a su casa cuando era tiracables en Canal 7, iba con Juanito Belmonte y mi mamá le preparaba papas fritas. Eso generó una cofradía increíble”, detalla entre sonrisas.
Una voz en el teléfono
Con el correr del tiempo y mientras finalizaba sus estudios, le llegó la primera oportunidad cuando tenía diecinueve años: “Un día fui a Canal 9 con el currículum en mano y me cruzo con Claudio Paz, productor; lo saludo le muestro el CV y me dice: ‘Esperame’. Vuelve con un libreto y comenta: ‘Grabás mañana, tuviste suerte, se me cayó un actor y no tengo tiempo de buscar otro’. Fui y me encontré con gente que conocía por mis viejos. Estaba nervioso, Alberto Migré era exigente y me sostuvo el director, Jorge Montero, con quien luego trabajé mucho. Así arranqué en el 91 en con Una voz en el teléfono donde también eran ‘hijos de’: Raúl Taibo, Carolina Papaleo Laura Novoa, el Pato Carret, Lorena Bredeston, Marcelo Olivero, hermano de Raúl, una banda de chicas y chicos que formó Alejandro Romay. Y no paré más, soy un agradecido a esta profesión”.
La muerte de su padre, César Bertrand, le resultó un golpe demasiado duro para su vida y su carrera: “Cuando pasó lo de papá en 2008 yo estaba en Carlos Paz haciendo El champagne las pone mimosas; él ya estaba complejo. Antes de viajar para hacer la temporada de teatro lo visité en la clínica de rehabilitación. Sabía que si mi iba a trabajar no lo iba a ver más. Le dije que no quería dejarlo y me contestó: ‘¿Sabés por qué estoy acá? Porque viví la vida. Ahora te toca a vos, no te detengas. Dame un beso y andate ahora’. Me desarmó. No lo vi más, fue mi última charla, porque cuando murió yo estaba laburando. Gerardo Sofovich, quien me dio todas las oportunidades como actor y director, quería suspender, pero no quise. Hice las tres funciones, me vine en un remise desde Córdoba, lo despedí en Buenos Aires, me tomé un avión y regresé a Carlos Paz. No por eso de que la función debe continuar, sino porque esas seis horas de teatro me ponían en el personaje, no era yo, y mientras trabajaba no sentía dolor”, cuenta con profunda emoción.
Javier Caumont, su hermano, aparece en escena y vuelven a aflorar los sentimientos: “¿Qué puedo decir de María Rosa Fugazot, mi mamá? Yo la siento así desde el primer día cuando empezó a vivir con mi papá. Ella me transmitió su amor desde el primer contacto, me dio calor, me abrigó cuando hacía frío, me llevó al colegio, me cuidó, me preparó los más ricos guisos. Mi viejo, otro fuera de serie, siempre digo que fue mejor papá de René y mejor amigo mío, era pura bondad”.
A la hora de hablar de su hermano René, respira hondo y se quiebra: “Lo cuidaba, lo llevaba a la plaza, le cambiaba los pañales. Dormíamos en esas camas con carrito. Él en la de abajo, me levantaba a prepararle la leche a la noche para que se le pasara algún que otro problema respiratorio. Tenemos pasión el uno por el otro, yo lo admiro muchísimo, somos generadores de proyectos como éste que estamos haciendo en la calle Corrientes, un anhelo cumplido. Tratamos de fusionar el bolero con el folklore, el jazz argentino, el candombe, la bossa nova, Estoy transitando el camino para que el bolero sea masivo en la Argentina. Me conocen en Latinoamérica, el sur de Estados Unidos, en San Pablo en Brasil, donde vive mi hija Natalia y mi nieta Catarina, puntales de mi vida, junto a Claudia, mi pareja”.
René lo escucha con atención y dice lo suyo relacionado con la familia que él también formó: “Estamos juntos con Belén Giménez, actriz, hace catorce años. Es mi sol y mi luna, sin ella no hubiese llegado hasta acá, apareció cuando muere papá. Era secretaria de Gerardo en La noche del domingo. Desde el primer día vivimos juntos y en 2016 nos casamos. Hace cuatro años fui papá de Sofía y hace dos de Franquito, que tiene síndrome de down, y es una bendición, vino a acomodar y solucionar todo. Llegó a casa para que seamos mejores, para que nos preocupemos por lo que realmente importa”.
Ambos hermanos tienen una frase de cabecera que pregonaba su padre: “Siempre debemos ser respetuosos y brindar amor, así en cada puerto al que lleguemos vamos a recibir el abrazo de un pirata amigo”.
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