Sol Acuña cuenta por primera vez su dura y emotiva historia
En la intimidad de su casa en Punta del Este, la ex modelo habló con Personajes.tv de todo lo que sufrió y luchó tras la muerte de su beba recién nacida en 2009
PUNTA DEL ESTE.- "Es como un barco, con tres chimeneas. La vas a reconocer... Se llama Pájaros pintados", indicó Sol Acuña. Con una gran sonrisa nos prometía recibirnos en su casa y se esmeraba en explicarnos cómo llegar para que no nos perdiéramos. La habíamos encontrado de casualidad en un evento en José Ignacio y digo de casualidad porque no suele dejarse ver entre los lujos y el glamour de la noche esteña. Ex modelo, de esa generación de mannequins cuyos nombres quedaron en la historia de las pasarelas nacionales junto con el de Valeria Mazza, Carola del Bianco y Dolores Barreiro entre otras, y creadora junto a Josefina Helguera de la firma de ropa Rapsodia, hace tiempo que eligió dejar atrás el mundo farandulesco y refugiarse en la intimidad de su hogar. Eso sí, no es cualquier hogar. Sol Acuña vive en el corazón de José Ignacio, en una casa hermosa –que parece un barco, sí- y que se llama Pájaros pintados. Desde allí, comanda su empresa y vuelve a encontrar la felicidad.
Su cambio de vida no obedeció a un impulso antojadizo. Hubo un día en que su mundo se vino abajo: el 24 de diciembre de 2009 nació sin vida su segunda hija, Ludivine. Su relato de ese momento es inagotablemente conmovedor. Una catarsis perenne. Un desahogo necesario y liberador, tan sincero y tan profundo que obliga a llorar con ella, a compartir un dolor imposible de explicar y comprender si no lo viviste. Y aprender. Porque su testimonio es un ejemplo de que a veces la vida devuelve oportunidades.
A cuatro años de ese, el día más triste de su vida, Sol habla por primera vez de su dolor y lo hace con una fortaleza ejemplar. Elige contar cómo llevó su cruz porque cree que su testimonio puede ayudar a muchas personas. Sol ya había transitado una pérdida enorme: el 2 de julio de 1995, su hermano fue arrollado por un auto, y murió. Hoy, a la distancia y con total resignación, asegura que ese dolor la unió a sus padres como nunca. Resignificar el sufrimiento, convertirlo en un motor, es su mensaje.
"Yo creo que la vida te da otra oportunidad. Hay que buscarla, no te tenés que quedar en ese dolor, en esa rabia. Hay que ponerle el pecho a las balas, porque la vida vuelve con algo bueno, estoy convencida".
Junto a su marido, Hernán Coudeu, encontró en José Ignacio el bálsamo de paz y amor que le permitió seguir adelante y "conocer a Lucio", el bebe que tuvo a fuerza de perseverancia, cuando sus esperanzas de volver a convertirse en madre parecían perdidas. Nació en diciembre de 2012 y fue la cura de un corazón quebrado. "Dios me dio la oportunidad y la revancha y me amigué con la vida", dice. A los 44, logró reconstruirse. Sentada en un sillón lleno de almohadones de estilo hindú, muy Rapsodia, mira su enorme jardín, su pileta circular, y a su hija mayor, Azucena, de diez, que llega con una torta que cocinó para nosotros, sus invitados, y sonríe: "Este lugar fue mi salvación, amo este lugar, amo esta casa".
- Se te ve bien… ¿sentís que acá estás sanando las heridas?
- El dolor lo tenés siempre, pero lo entregás, lo dejás volar. Estuve durante tres años con la angustia de mi hija y el tormento del parto. Del dolor del momento en que me dicen está muerta, se te caen las piernas, no tenés fuerza ni para ponerte de pie. Decís, 'por favor que sea un sueño, por favor díganme que es un sueño'. El tiempo te va acomodando, te va haciendo más fuerte, vas depositando confianza en otras cosas, la gente que te quiere te ayuda un montón. Y hoy puedo decirle gracias porque si no hubiera pasado eso, no hubiera conocido a Lucio. Tampoco me hubiera animado a vivir en otro lugar. Llegué acá de casualidad, y de repente me quedé. Te da miedo cambiar todo, tu rutina de trabajo, cuando te pasa algo así tenés la posibilidad de cerrar la puerta y mirar para otro lado.
-¿Cómo hiciste para procesar ese dolor con tanta entereza?
- La tristeza la tenía adentro instalada. Enterré a mi bebita, la vi, la abracé, hablé con ella. La muerte es como rara, es algo que te da rechazo, no la querés ver. Yo hice todo lo que tenía que hacer. Me temblaban las piernas pero les dije ‘la quiero ver, la quiero abrazar, quiero que alguien la bautice, quiero que nadie me tape’. La gente trataba de tapar. Yo estaba en mis cabales y creo que para el después, hacer eso, fue mejor. Necesitaba ver la escena completa. Porque sino me iba a arrepentir. No me lo perdonaría. Tenía un nivel de conciencia que casi me daba miedo. Son reacciones que no podés prever. Con terapia salí adelante.
- Y tu marido, ¿cómo lo vivió?
- Mi marido me re ayudó. Los hombres son más de esconder el dolor. Conmigo no tuvo mucha chance, necesitaba saber lo que le pasaba a él. Que él también dijera todo lo que sentía, que lo pudiésemos compartir, hablar, qué pasó, por algo pasó, que no sea tabú, por qué lo íbamos a meter debajo de la alfombra. Después te vas enterando de un montón de gente que le pasó y lo guardó, que no vieron a sus bebes, que no los enterraron. La gente me decía que era increíble todo lo que hice.
"Enterré a mi bebita, la ví, la abracé, hablé con ella. La muerte es como rara, es algo que te da rechazo, no la querés ver... Yo hice todo lo que tenía que hacer".
- ¿Cuándo fue que decidieron instalarse en José Ignacio?
- Nosotros nos estábamos haciendo una casa en José Ignacio cuando yo perdí a mi bebita. Muerta de tristeza, porque nunca me imaginé que me pase eso, no soportaba mi casa de Buenos Aires. Así que cuando estuvo lista, vinimos a instalarnos. Pasó el verano y pensamos, a dónde nos vamos a ir. Yo quería cambiar de aire, de vida. Los dolores de la vida te cambian las prioridades. Pensé, ‘yo de acá no me voy’. Y mi marido estaba fascinado. Volví a Buenos Aires sólo para avisar que Azucena no volvería al colegio ese año y a cerrar la puerta de mi casa. Nos quedamos un año y medio acá. Y una vez instalados, contra toda adversidad quería ser mamá, pasara lo que pasara.
- Acá fue que empezaron a buscar un bebe…
- Claro, yo estaba decidida. Pero tuve HPV después de perder a mi bebita. Me sacaron todo el cuello del útero. Me dijeron que no podía quedar embarazada y que si quedaba lo podía perder. Me hice todos los chequeos y me dijeron que no podía. Entonces, ví la posibilidad de alquilar un vientre. En abril de 2012, sacamos los pasajes para ir en junio a San Diego donde yo ya había visto hasta quién sería la mujer que me alquilaría su vientre. Y de repente, supe que había quedado embarazada. Mi médico se quedó con los pelos para arriba y me dijo: ‘Sol te digo una cosa, si vas a tener este chico te tenés que venir a Buenos Aires’.
- ¿Cómo fue cuando te enteraste que estabas embarazada de nuevo?
- No lo podía creer. Hice una valija mini, me vine a Buenos Aires y me metí en la cama. Y Hernán se vino a buscarla a Azucena, ella dijo 'chau' a sus amigos y se vinieron. Me quedé ocho meses en cama. Fui la mejor paciente, la mejor soldada de la legión. No podía creer mi médico lo obediente que era. Me leí más de cincuenta libros, buscaba cosas que hacer, me venían a visitar, picnic en mi cuarto. Todos me acompañaron y me contuvieron. También hubo días en que pensé que no llegaba. Me acompañó un psicólogo. Y el 12 de diciembre del 2012 nació. Al mes y medio nos volvimos para acá, es como que te queda el desquite, la revancha.
- Tu hija Azucena era muy chiquita, ¿cómo lo procesó y cómo vivió todos esos cambios?
- Azucena divina, se la re banca. Se amoldó. Ella todavía es medio gitana. Se bancó todo mi dolor. Cuando nació Lucio lloró tanto, en mi vida vi una cosa así. Lloró tanto que me dí cuenta que ella tenía toda la angustia contenida, de verme sufrir...
- ¿Creés en Dios? ¿Tuviste algún apoyo espiritual?
- Soy creyente pero no soy de rezar. Estaba casi enojada con quien existiera. Pero pensé, ‘me toca esto, estoy embarazada de alto riesgo, necesito entregarme a alguien espiritualmente’. Una amiga me presentó a la Virgen de la Medalla Milagrosa. Y me entregué. El año pasado nos fuimos a París y lo llevé al bebe a la capilla que está ahí.
- ¿Cómo estás ahora? ¿Cómo te sentís?
-Hoy le agradezco a Ludivine que está en el cielo porque sino, no lo hubiera conocido a Lucio. Al principio, buscás un por qué y no lo encontrás, y te da mucha rabia no encontrar un por qué, te ponés mal con la vida, nada te consuela... Después, Dios me dio la oportunidad y la revancha y me amigué con la vida, si no me hubiera amigado después del nacimiento de Lucio sería una cretina.
Oficina con vista al faro
Las gaviotas sobrevuelan Pájaros pintados. Nos recuerdan que estamos cerca del mar, muy cerca. José Ignacio es una pequeña península, atractiva por la belleza de su doble vista del amanecer y del atardecer, famosa por sus célebres visitantes y por el halo de misterio que la envuelve. Tiene un nosequé que atrae como un imán a personajes de todo el mundo a hacer sede en sus costas y así es que en sus playas se escuchan una multiplicidad de idiomas. Eso, en enero. El resto del año la vida se asemeja a la de un pueblo en medio del campo, pero con mar, y un lujo apto para pocos. Si en temporada el silencio de la mañana es imperturbable, en invierno uno se siente en los confines del mundo. Allí pasa sus días la familia Acuña, días que comienzan al alba, cuando Sol lleva a Azucena al colegio que queda en San Carlos, a unos 20 kilómetros de su casa. Luego descarga energías en un gimnasio de La Barra y se prepara para pasar el mayor tiempo posible con su bebe, Lucio y su marido. Cada dos semanas, viaja a Buenos Aires, para reunirse con Josefina Helguera, su socia en Rapsodia. El resto, lo resuelven vía mail, Skype y WhatsApp, o con "viajes de inspiración".
- Preparo mi agenda y me organizo para irme dos o tres días completos a Buenos Aires. Paro en lo de mi socia Jose o en lo de mis padres, de paso aprovecho y visito. La mayoría de las veces viajo sola. Lo dejo al bebe en su entorno. Vuelvo renovada.
- ¿Cómo se tomó tu socia que te vinieras a vivir acá?
- Jose me respetó un montón en mi duelo y sabe todo lo que pasé. Y me apoyó en todo en mi decisión de volver a ser madre. Se imaginó que hiciera algo así... irme. Era esperable. Lo que no nos imaginábamos era lo que me pasó. Después de eso, todo lo demás se acomoda. La muerte es lo peor, todo lo demás, para un lado o para el otro, lo acomodás. Ella sabía que yo estaba sufriendo un montón. Hay momentos... Estuvimos diez años las dos metidas con la empresa y, de repente, esta tragedia nos cambió. Nunca sabés lo que te puede pasar en la vida.
"Si me cruzo con Pampita [Ardohain] me darían muchas ganas de abrazarla, decirle que estoy con ella, que no está sola".
- ¿Cómo te organizás para seguir presente en la empresa?
- Traté de no abandonarla y estar presente siempre. Nos hemos ido de viaje de inspiración... Marruecos, India. Además me sirvió para seguir adelante. El duelo tiene esas cosas que de repente te aplasta y de repente decís 'bueno, tengo que mover'. De todas maneras, hay cosas en las que estoy encima y otras cosas en las que no. En algún momento de la vida de una empresa ya no te ocupás de algunos temas. El trabajo va mutando, vas delegando, entran nuevas chicas muy profesionales, supervisás trabajos. A mí me gusta que la gente que trabaja con nosotros pueda dar su impronta, crecer y hacer carrera dentro de Rapsodia. Cada día nos sorprenden más las chicas. Porque son más profesionales. Al tener el espacio para hacerlo, superan tu propia idea, no se achanchan.
- ¿Sentís que el trabajo pasó a un segundo plano en tu vida?
- Mi prioridad hoy es estar con mis chicos. El trabajo en su momento fue lo más importante, pero ahora la maduración de Rapsodia me dio el espacio para dedicarme a mi familia. Gracias a ello me pude abstraer un poco y estar en lo importante: preparar las campañas de todas las temporadas, ocuparme con Jose de las cosas más divertidas.
- ¿No extrañás Buenos Aires?
- Este lugar fue mi salvación, amo este lugar, amo esta casa. Pero tengo mis momentos que digo... ‘¿estará bien que estemos acá, tan aislados? ¿No tendríamos que volver?’ Pero también pienso que ahora es un buen momento para criar a tus hijos fuera de la vorágine de Buenos Aires, de toda esa inseguridad. Por otro aldo, también extraño un montón mi rutina de trabajo, a veces tengo mis ataques de locura... Pero con mi marido tratamos que sea lo más ameno y que nos nutra. Que sea llevadero. Lo que más me gusta es que nos pudimos animar a romper con el esquema e irnos.
- Pero no es definitivo...
- No. La posibilidad está abierta para cualquier cosa. Aprendí que no puedo decir ‘nunca más’. No se sabe lo que la vida te depara. Siento que después de lo que me pasó me merezco decidir lo que quiera hacer. No fue joda lo que me pasó. Lo re sufrí.
- Hubo otros casos de famosas que les pasó algo parecido. Panam y Juanita Viale, o Pampita que también tuvo que afrontar la muerte de una hija. ¿Cómo lo viviste?
- Sí, a Panam le pasó exactamente lo mismo que a mí. Y a Juanita. Cuando escucho eso, después de lo que viví, me quiero morir. La escuché a Panam en la tele un día y tuve que apagar porque me hizo mal, aunque quería escuchar su experiencia. Si alguna vez me encuentro con ella me encantaría contarle que me pasó lo mismo, porque esos dolores te unen, te calman. A Pampita la ves radiante como es siempre, pero si me la cruzo me darían muchas ganas de abrazarla, decirle que estoy con ella, que no está sola.
- ¿Qué les dirías?
-Que con el tiempo se puede. Que de alguna manera hay un por qué. Es desolador. Pero por algo pasa. Tenés que estar despierto para encontrarle la razón lo que te pasó. Como cualquier desgracia. Cuando se murió mi hermano, que era chiquito, me unió un montón con mi mamá y mi papá. Tal vez no hubieramos tenido la relación que tenemos ahora. Hay cosas que el amor y la unión que te dan esas tragedias son únicas también. No son convencionales. Está bueno ponerle prioridad a esas cosas y poder ayudar a la gente que pasó por eso, dar testimonio, compartirlo, ayuda un montón. Después cada cual vive con su cruz y lo lleva como puede. Pero yo creo que la vida te da otra oportunidad. Hay que buscarla, no te tenés que quedar en ese dolor, en esa rabia. Hay que ponerle el pecho a las balas, porque la vida vuelve con algo bueno, estoy convencida. Soy el fiel testimonio.
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