Zeitgeist
La estatua de la libertad tiene el agua hasta las rodillas: y todo indica que no tardará en llegarle al cuello. La versión en rojo de Zeitgeist –algo así como "el espíritu de la época", en alemán– resulta todavía más elocuente. El cielo se hace infierno; el agua, sangre; y nada queda a salvo. La vuelta de Billy Corgan vestido de Smashing Pumpkins juega fuerte desde la tapa. Pero no se queda ahí. El booklet reúne una galería de decadencia –Paris Hilton, niños alienados y la Parca como presidente de los estados Unidos, entre otros– y las letras reafirman esa dirección. Afortunadamente, tanta declamación está acompañada de una música exuberante y vital. Corgan parece haberse alimentado del fracaso de Zwan, su carrera solista y el intento de revivir a los Pumpkins originales –D’Arcy Wretzky y James iha no participan de este regreso–, y encontró su venganza. Zeitgeist está construido, casi desde el principio, a partir de un magma ardiente y lascivo de guitarras sobre el cual se montan estratégicamente melodías pop ultra adhesivas. La estructura canción sigue presente: pero también hay lugar para digresiones enriquecedoras, zapadas y solos. Jimmy Chamberlin (batería) –único Pumpkins histórico que le dio el sí a Corgan– es otro de los puntos fuertes del disco: acentúa, colorea, explota y le da a cada canción una dinámica abrasiva. En ese marco "Doomsday Clock", "7 shades of Black" y "tarantula" brillan por su alquimia rocker y pop; "United states" seduce como gesto libertario de casi diez minutos de tormentas emocionales y sónicas; "Bleeding the orchid" y "neverlost" atrapan desde su costado más melancólico y reflexivo; y "starz" envuelve a partir de sus violentos contrastes. Señores y señoras: Corgan ha vuelto.
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