Sin sutilezas, el vínculo entre "Vita y Virginia" queda diluido
Nuestra opinión: Regular. "Vita y Virginia", de Eileen Atkins, en versión de Federico González del Pino yFernando Masllorens.
Con Leonor Benedetto y Elena Tasisto. Música original: Luis María Serra. Diseño de iluminación: Félix Monti. Diseño de escenografía y vestuario: María Julia Bertotto. Dirección: Oscar Barney Finn. Duración: 90 minutos. British Arts Centre, Suipacha 1333.
Las escritoras Virginia Woolf y Vita Sackville-West estuvieron unidas por un complejísimo vínculo, caracterizado por el mismo grado de riqueza que sus respectivas personalidades.
En ese eléctrico nexo se jugaban _entre muchas otras cosas_ una pasión asordinada, una admiración mutua sostenida en la intermitencia emocional, un amor compartido hacia la literatura, y hasta conflictos de clase, además de la transgresión que suponía en las primeras décadas del siglo el solo hecho de que dos mujeres intentaran desplegar _aun con todas las dificultades del caso_ una relación teñida por deseos eróticos.
Semejante abanico de contrastes y sutilezas queda diluido, por distintos motivos, en la versión local de esta obra de la actriz Eileen Atkins, que se basó en la correspondencia entre ambos personajes y que, además, la interpretó acompañada porVanessa Redgrave.
Es cierto que, por su perfil estilístico, la pieza presenta el gran problema de estar más apoyada en la narración que en la acción. A eso se le suma que, tratándose de cartas de amor, es inevitable que la cursilería sobrevuele por aquí y por allí.
La dirección de Oscar Barney Finn no toma ninguna perspectiva distante con respecto a esa pátina almibarada. Más bien, la abraza al pie de la letra, tanto como para que otros registros del material se le escurran, de un modo inexorable, al espectador.
Esa forma de aprehender el texto ya es muy perceptible en la misma puesta en escena. Así, por ejemplo, cuando las intérpretes se desplazan por el escenario, lo hacen con movimientos rígidamente marcados; la música romántica, de Luis María Serra, recarga aún más la atmósfera, y el afán esteticista termina por saturarse en pura artificiosidad, además de que alguna distinguida cronista de modas seguramente objetaría aspectos del vestuario firmado por María Julia Bertotto.
Las anteriores observaciones quedan relegadas a la categoría de minucias si se toma en cuenta la dirección actoral. Se trata de una de esas piezas en las que resulta fundamental la química que se establezca entre las intérpretes. Al respecto, es muy notorio que Elena Tasisto se queda tirando del carro muy, pero muy sola. Tiene a su cargo los mejores momentos, especialmente aquellos en los que dispara unas cuantas ironías mortalmente cómicas. Así y todo, su trabajo _bueno en líneas generales_ no luce cuanto debería, ya que le falta una contrafigura que potencie el espectáculo y el fuerte hilo de intensidad que une a los dos personajes.
Ocurre que Leonor Benedetto encara a su Vita con una perspectiva _como poco_ discutible: refriega superficies varias, incluyendo la de su propio cuerpo, al que arquea todo _todo_ el tiempo con una sensualidad impostada; coloca su voz en un tono cavernoso de mujer fatal; juega repetidamente con un collar, tanto como para terminar distrayendo al espectador; vira sus líneas hacia la solemnidad o hacia la pura declamación. El tic y la caricatura le pisan peligrosamente los talones durante toda la noche. Es un enorme paso atrás con respecto a "Tres mujeres altas", su anterior trabajo escénico, en el que había logrado desembarazarse de los cansadores rasgos de su personaje público.
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