Sigue el idilio entre Chris Martin y el público argentino: “Es como tocar en el cielo”
Coldplay brindó su segundo show en el Monumental y sigue la fiebre por la banda británica
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Dicen que las segundas funciones son una especie de maldición, no se respira la euforia del estreno ni la certeza en los movimientos que solo el correr de los shows, la rutina del nuevo horario y la energía del país de turno pueden conceder. Pero ninguna “ley artística”, ningún mito urbano y ni siquiera la tormenta que amenazó toda la tarde en aparecer se atrevió a opacar esta nueva presentación de Coldplay en River Plate. Y si el primer show fue para Martin “el mejor martes” de su historia, este-como no podía ser de otra manera- fue “el mejor miércoles” de su vida.
Al atardecer del Monumental lo envolvió la dulzura de la voz de Zoe Gotusso que fue sembrando de expectativas y calidez el ambiente. Ya caída la noche, irrumpió en el predio la energía arrolladora de H.E.R. En este show la artista pisó fuerte y con su versión de la icónica “I love rock and roll” logró tocar en la tecla del público argentino que no pudo más que extasiarse con su interpretación. Si corre con la misma suerte que la telonera de la gira anterior -Dua Lipa- pronto la veremos llenando su propio estadio.
Tal como está pautado, cuando el reloj marcaba las 21:15 exacta dos presentadores jóvenes introdujeron un cortometraje que actuó más bien como “El manifiesto Coldplay”. Ahí se proyectaron imágenes junto con mensajes como “En la medida de lo posible” -vale la aclaración- “este concierto es lo más amigable posible con el medioambiente”; “tu entrada apoya a reforestación, a la limpieza de los océanos y a la preservación ecológica”. Tras difundir esas consignas y aún sin pisar el escenario la banda recibió la primera ovación. Las inquietudes ambientales son algo que el público de Coldplay toma como bandera. Pareciera no haber grieta en su narrativa: tanto los confeti como los vasos de los puestos de hidratación y las pulseras de plástico plant-based, según su inscripción, son compostables. Detrás del escenario se instalaron paneles solares a los que se le suman las bicicletas y los pisos “cinéticos” para tratar de reducir la huella de carbono lo máximo posible. Los fuegos artificiales y la electricidad que excede el operativo sustentable entran en el margen del inteligentemente pre-anunciado “en la medida de los posible”.
El show de los artistas del momento se despliega con una especie de profesionalismo ascético, sin oda al orden ni romanización a la espontaneidad. Son políticamente correctos, puntuales, agradables. Ningún desperfecto técnico los corre de su eje. Incluso, ninguna eventualidad los saca del libreto y el discurso de la primera y la segunda fecha se repite como las tablas de multiplicar. “Entre nosotros está el mejor público del universo”, dijo Chris Martin y el público se encendió. Argentina se entrega al juego del cantante y se deja seducir por el Don Juan de la noche- más de uno advirtió en Twitter: “En Chile dijo lo mismo. Igual lo amamos”. Como si fuera poco, el artista retrucó: “Buenos Aires qué bonito eres. Tocar aquí es como tocar en el cielo”.
Martin tiene al estadio a sus pies y agradece con halagos en español a modo de gentileza. Si, Chris, el récord histórico de taquilla, cifras y shows ameritan la correspondencia de este amor. “A todos los que vinieron de Montevideo, de Córdoba, a todos gracias por el esfuerzo. Hay mucha gente en el mundo que no tiene salud, no tiene comida, tiene miedo y nosotros somos muy afortunados de poder estar haciendo esto. A Ucrania, a Rusia, a Corea, a China, a todos los que sufren les mandamos nuestro amor. Cuando venimos acá sentimos que es un regalo de Dios. Acá está la casa de mi corazón”.
El líder de la banda busca constantemente la interacción con el público, se mueve de un lado a otro y hacía el final del concierto se trasladan a una puesta alternativa en el fondo del campo para que todos tenga la oportunidad de verlos más cerca. Es en esa rotación que el sonido sufre algún desperfecto y en seguida -sin perder el humor- se le escapa un “what the fuck?”, pero el chico perfecto no se deja sumergir en el error, acomoda lo que hay que acomodar y enaltece toda posible falla con una sonrisa angelada que lo acerca con complicidad al público.
En el medio de la majestuosidad de las más de 50 mil personas que lo rodean, Martin logra crear un momento de intimidad: “Vamos a tocar la primer canción de nuestro primer álbum sin luces y sin ningún truco, tal como lo hacíamos en los viejos tiempos cuando ensayábamos en la casa de Jonny. En ese momento Guy trabajaba en un bar y Jonny fumaba marihuana todas las noches y dar un concierto así era nuestro sueño”.
Coldplay cerró su segundo concierto con una magia especial: la de ser la banda más convocante de este tiempo y a la vez, la de mantener la misma sencillez de esos cuatro adolescentes que ensayaban en el dormitorio del guitarrista y que soñaban con llenar un estadio.
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