Siete obras para conocer (y admirar) a Claude Debussy
Sin entrar en teorizaciones, todos sabemos cómo luce un cuadro del impresionismo francés. Basta recordar, o volver a ver, Impresión, sol naciente, de Claude Monet para entender que en esta pintura no hay alteraciones subjetivas de la realidad sino una mirada detallista, luminosa y sugerente de un amanecer sobre un puerto, con el sol elevándose y reflejado sobre el agua y un minúsculo bote con dos navegantes en primer (y sutil) plano.
Los matices, los colores y el movimiento de una imagen cotidiana en el amanecer. Con el cuadro de Monet en mente, escuchemos el comienzo de El mar, de Debussy.
El paralelismo es claro y la propuesta sonora se corresponde casi naturalmente con la visual.
Sobre esta doble percepción sensorial, ahora sí podríamos pasar al terreno de las formulaciones teóricas. Como estética o búsqueda general, el pintor privilegia la sugerencia de una idea imprecisa antes que las definiciones puntuales. El color y sus componentes tienen primacía por sobre las líneas descriptivas. Y si en el campo de la plástica, podemos comprender qué técnicas utilizan los artistas, como son la descomposición del color, la difuminación de la textura o un uso peculiar de las pinceladas, en el terreno de la música la enumeración de los recursos es de comprensión improbable. Ahí están, crípticas, las escalas hexatónicas, las armonías modales, el uso del color y del timbre en reemplazo de las formas, la aleatoriedad del melodismo, el desvanecimiento de la pulsación métrica o la utilización de la disonancia con carácter de estabilidad. Por lo tanto, para admirar las obras de Debussy, el fundador y mayor cultor del impresionismo musical, la herramienta para adentrarse en su música no está en la comprensión de la intimidad de su lenguaje sino en la observación de los objetivos de su propuesta sonora y de los contextos sugeridos en el título de cada obra.
Si bien esta obra es la gran consumación del impresionismo orquestal, la obra fundacional del movimiento fue Preludio a la siesta de un fauno (1892-4), una breve creación de diez minutos, inspirada en un poema simbolista de Stéphan Mallarmé, una obra definitivamente inaugural, un auténtico punto de inflexión en el devenir de la historia de la música. Más allá de las cuestiones estrictamente idiomáticas, en el Preludio… se pueden percibir atmósferas etéreas y que implican alguna sensualidad. Quien así lo entendió fue Vaslav Nijinsky que lo llevó al ballet y cuyo estreno en París, en 1912, produjo un verdadero escándalo por lo que fue considerado como erotismo explícito.
El simbolismo antes mencionado, a trazos gruesos, es la contrapartida literaria del impresionismo, una escuela en la cual las ambigüedades, las metáforas y, propiamente, los símbolos reemplazaban a las afirmaciones descriptivas. A sí mismo, Debussy se consideraba más un músico simbolista que impresionista. Esta autodefinición identitaria se manifiesta, contundente, en Pelléas et Mélisande, el drama de Maurice Maeterlinck que Debussy transformó en una ópera (1897-1902) de altísima singularidad. En contra del drama musical de Wagner con su continuidad escénica, Pelléas… está estructurada en escenas cerradas vinculadas por intermedios orquestales. Y en su argumento, en abierta contraposición a los libretos del expresionismo austroalemán o del verismo italiano, aquí priman los misterios, las imprecisiones y las situaciones oníricas.
En el terreno de la música para piano, Debussy también encontró la manera de llevar sus planteos a modos consumados. En este campo, su obra cumbre son sus dos cuadernos de Preludios (1909-13), con doce piezas en cada uno y cuyos títulos, simbolistas e insinuantes, aparecen al final de cada uno de ellos. Ahí están, provocativos, "La catedral sumergida", "Los pasos sobre la nieve", "Los sonidos y perfumes de la noche", "Las hadas son bailarinas exquisitas" y "La niña de los cabellos de lino".
Antes del Debussy impresionista, hubo otro que fue romántico y francés y que también produjo obras admirables. Más precisos, con formas perceptibles y melodías claras, están el Cuarteto de cuerdas(1893) y la Suite bergamasque (1890) que incluye el celebérrimo "Claro de luna", sumamente refinado y tan romántico y francés como claramente no germánico ni impresionista, con su melodía tan bella y discernible y su textura tan concreta como tangible.
Y después del impresionismo, hubo un Debussy final que se apartó de los títulos simbolistas. Escribió Estudios para piano (1915) y luego, con un ímpetu especial, se abocó a la composición de una serie de sonatas, obras abstractas y no referenciales en las cuales, con todo, siguió manejando ese mismo lenguaje tan personal como aventurado e inconfundible.
De las seis sonatas previstas, hoy consideradas como uno de los antecedentes del neoclasicismo por venir, sólo alcanzó a consumar tres ya que, luego de su bellísima Sonata para violín y piano (1917), la muerte lo sorprendió un 25 de marzo, hace exactamente un siglo. Y así se iba un músico único, original, superior y trascendente. Tal vez, con las obras aquí recordadas, se pueda acceder a su música de manera comprensiva y admirar toda su inmensa creatividad.
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