Siempre habrá un mañana: una película popular que no le teme al riesgo y abraza los aplausos
El debut como directora de la comediante Paola Cortellesi narra la transición de la posguerra italiana a través de las vidas de las mujeres que pudieron votar por primera vez en 1946
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Siempre habrá un mañana (C’è ancora domani, Italia/2023). Dirección: Paola Cortellesi. Guion: Paola Cortellesi, Furio Andreotti, Giulia Calenda. Fotografía: Davide Leone. Edición: Valentina Mariani. Elenco: Paola Cortellesi, Valerio Mastandrea, Romana Maggiora Vergano, Emanuela Fanelli, Giorgio Colangeli, Vinicio Marchioni, Alessia Barela, Francesco Centorame. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: CDI Films. Duración: 118 minutos. Nuestra opinión: buena.
La transición de la posguerra italiana, entre los resabios de la monarquía de los Saboya y la naciente república elegida en 1946, fue narrada en el cine desde varios ángulos: tanto en clave de commedia all’italiana como lo hicieran Dino Risi y su guionista Rodolfo Sonego en Una vida difícil (1961), como desde el cine político a través de la perspectiva de Roberto Rossellini en Anno Uno (1974), película crepuscular de su obra y reflexiva de la historia italiana de la que él mismo había sido parte. Lo cierto es que el proceso de concientización se produjo en el interior de esa cinematografía casi de inmediato, desde el candente neorrealismo que surgió de los escombros de la guerra, hasta las ficciones que hicieron fuerte a su industria, porque -como aseguraba Jean-Luc Godard en su famosa cita de Historie(s) du cinema-, “la civilización estaba en los pueblos y la barbarie en los gobiernos”. Así que luego de tantos años y tanta historia parecía que nada nuevo podía decirse sobre ese tiempo. Sin embargo, la comediante y directora debutante Paola Cortellesi encuentra una voz ausente en aquellas ficciones, pero presente en las dos jornadas de junio de 1946: la de las mujeres que votaron por primera vez.
La premisa de la película queda clara desde el comienzo. Siempre habrá un mañana -convertida en un inesperado éxito en Italia- no recicla el neorrealismo más crudo ni propone una historia lacrimógena singular y atípica, sino que piensa al tiempo y los personajes como parte de una fábula. Delia (interpretada por la misma directora) representa a cualquier mujer de la Roma de entonces, con referentes que pueden ser reales -abuelas y bisabuelas- o cinematográficos, como el eco de Sophia Loren, desde Dos mujeres (1960) hasta Un día muy particular (1977). En la primera escena, Delia recibe un cachetazo al son de una canción que funciona como el despertar de un nuevo día, aquel en el que otras vez repartirá su tiempo entre tareas domésticas y labores como enfermera y costurera, tan solo para recibir el maltrato de su marido (Valerio Mastandrea) y la muda lástima de sus vecinos. En ese retrato de una vida sacrificada, la estética que elige Cortellesi le debe tanto al musical como a la fantasía, universo en el que la violencia se percibe efectiva sin el impacto emocional, la mímica de las canciones expresa la conciencia interior y el prístino blanco y negro, la evidente distancia de la representación.
En esa “vida difícil” que día a día afronta Delia no se dirime la disyuntiva entre compromiso e ideales, como en la del expartisano que interpretaba Alberto Sordi en la película de Risi, sino la compleja decisión de su emancipación. Y los ojos más crueles que la escrutan son los de su hija Marcella (Romana Maggiora Vergano), una adolescente privada de estudios e ilusionada con un matrimonio feliz que lo único que espera de la vida es no repetir la “mala” suerte de su madre. Entre acordes y bofetadas, el arte de Cortellesi puede chirriar en algunos pasajes y no cuajar con soltura ambas demandas -la comedia explícita y la tragedia soterrada-, pero sostiene con firmeza la esencia de su personaje, asume los permisos de su época para contar esas historias pendientes, y consigue una película de cuño popular que no teme riesgos ni esquiva los aplausos esperados.
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