Si hay ternura, el enganche es seguro
"El enganche", de Julio Mauricio. Intérpretes: Ulises Dumont y Linda Peretz. Dirección: Leonor Manso. Duración: 75 minutos. En La Subasta. Nuestra opinión: bueno
MAR DEL PLATA (De nuestra enviada especial).- El hotel alojamiento, más allá de sus brillos de oropel y de decadente lujo, puede llegar a ser tan sombrío y sórdido como algunas de las relaciones sexuales que se ocultan en una de las habitaciones.
Dos desconocidos se encuentran encerrados para llevar adelante un rito que debería estar cargado de emociones e intimidad. Pero no es así cuando se está en presencia de una profesional del sexo que transforma esa ceremonia "amorosa" en un frío e impersonal asunto de negocios.
Urgido por el tiempo que establece la rutina hotelera y por la necesidad de desahogo sexual, él, un cliente, un ser anónimo, quiere cumplir la tarea lo más rápido. Sin embargo, ella necesita otros tiempos, siente curiosidad, necesita del diálogo, de la atención del otro.
En estos caracteres opuestos, enfrentados por el incumplimiento del compromiso, se va a establecer otra relación que va dando cabida a la solidaridad, a la conmiseración, a la ternura, a la comprensión. No pueden negar su condición humana.
Ambos, cada uno desde su lugar y desde una profunda soledad, son víctimas de una realidad social, económica y política (detalle que ubica a la pieza en los años 70) que los desangra en sus aspiraciones, los muestra en sus debilidades y les cercena toda esperanza.
Esto, más que separarlos, los unirá frente a una situación de peligro, demostrando que la crueldad de un entorno social no podrá destruir ciertos valores que el hombre posee, aunque a veces los ignore. Este es el canto de esperanza de Julio Mauricio en "El enganche", una pieza conmovedora, con alguna pizca de humor, que rescata la condición humana por sobre los infortunios y deja la puerta abierta a la salvación cuando entran a jugar la comprensión y la ternura.
Balanza en desequilibrio
Si bien el conflicto es contundente, en el desarrollo dramático el autor parece detenerse más en la figura de la mujer, observándola desde distintos ángulos, sin percibir que algunas situaciones resultan reiterativas y dilatan la tensión.
Esto incide en la descripción del personaje masculino, al cual le ofrece menos tiempo, y por lo tanto se produce un desequilibrio que afecta el ritmo y el crecimiento dramático.
Es un problema que no llega a resolver Leonor Manso desde la dirección, pero sí se muestra acertada en la marcación de actores. Ulises Dumont una vez más despliega su gran capacidad interpretativa para componer matices elocuentes y de gran carga emotiva. Junto a él, Linda Peretz tiene la oportunidad de ponerse a su altura para elaborar a un ser despojado de todo, pero sin caer en el recurso fácil de generar más compasión que comprensión. Logra, en definitiva, una interesante composición física y actoral.
La escenografía de Graciela Galán, respondiendo a las exigencias de la obra, diseñó una puesta realista, impecable si no fuera por el pequeño detalle de que el cierre de la puerta sacude toda la estructura.
La gran novedad, que no desentona, es la incorporación de temas musicales cantados por los actores, una innovación que quiebra la sordidez y le da mayor humanidad a los personajes.
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