Show de buenos recuerdos
Recital de los Bee Gees: Barry Gibb (voz y guitarra), Maurice Gibb (voz, teclados y guitarras) y Robin Gibb (voz). Estadio Boca Juniors. Nuestra opinión: regular.
Un gran clip del recuerdo. Eso fue el recital de Bee Gees. Imágenes retro que hoy gozan de buena salud, por el renacimiento de la música funk y disco en los 90. No habría otra manera de justificar su venida.
El grupo se ubica dentro de las especies en vías de extinción. Sin embargo, logró convocar a más de 40 mil personas en la Bombonera y dejó contentos a sus seguidores con versiones prolijas y una puesta escénica importante. Más allá de que ahora sean pontificados y quede bien reivindicar sus estribillos y sus falsetes, en todos estos años no han crecido musicalmente. Eso sí, están mas viejos. Si no, hay que ver a un Robin Gibb desafinado como pocos, que intenta ocultar su calvicie con una extraña melenita a lo beatle.
Hace rato que el grupo se dedica a vivir de su gloria pasada, mientras otros eligen nuevos caminos. Sólo alcanza un ejemplo: John Travolta, el mismo que ayudó a edificar el imperio de los Bee Gees, cambió y para bien. La gente bramaba cuando lo veía aparecer en las tres pantallas de video, mucho más jovencito, bamboleándose en la pista como un verdadero monarca funky.
Los años pasaron para el trío. Eso fue más que visible en la Bombonera. Pero para los ojos de su público no cambiaron nada. El grupo les entregó todo lo que habían ido a buscar; faltó, eso sí, la bola de espejos, pero hasta hicieron flamear una bandera argentina, en una actitud totalmente "antidemagógica". ¿Alguien puede pensar lo contrario?
Tocaron sus temas más emblemáticos acompañados de una banda sólida, que les permitió rejuvenecer un par de años, como con "Tragedy" y "Too much heaven". Recordaron a su hermano Andy en el tema "Our love". Y entregaron un set acústico con algunas de sus baladas. Eran los momentos en que algún señor entrado en años miraba a su mujer, prototipo de ama de casa, como diciéndole: "¿Te acordás que jóvenes éramos, gorda?"
El clima entre el público fue subiendo de a poco. Primero aplaudió con entusiasmo cada canción. Después, empezó a seguir los temas al compás de las palmas y hasta se animó con algún coro del tipo "la, la, la, la". Todo muy lindo. El baile llegó con el legendario "Saturday night fever". Las imágenes de la película transmitieron la sensación de aquellos años de furor. De ahí en más, algunos se animaron a levantarse de la butaca. Eso sí: nadie lució el look Travolta, que se impuso en los 70: saco blanco, camisa con el cuello para afuera y zapatos con plataforma.
Cada introducción de Barry, el barbado hermano, con su voz aguda tan característica, provocaba el delirio de los nostálgicos. El llevaba adelante al grupo con su guitarra y su vocecita. Maurice, mientras tanto, acompañaba con el teclado y Robin se sumaba a los coros como podía.
Con los acordes de "Grease", el trío comenzó el principio del fin. Y descargó toda su batería de hits. Entonces, la cancha, que durante un largo tramo del concierto exhibió una tranquilidad de teatro, comenzó a temblar. Primero "How deep is you love" y después el clásico de clásicos, "Staying alive", para desatar la fiebre discotequera y mover los pies.
En el final definitivo, con "You should be dancing", los hermanos Gibb se permitieron una broma y pusieron en las pantallas gigantes una parte de la película "¿Y dónde está el piloto?", donde se parodia la famosa escena del baile en "Fiebre de sábado por la noche". Ese fue un buen resumen del concierto y de la existencia del grupo. Hace tiempo que son una simpática broma del show business.
La otra cara
Mientras los Bee Gees llenaban un estadio, Pete Best, ex baterista de los Beatles, tuvo que suspender su show del viernes último en el teatro Coliseo por la escasa venta de localidades.
El músico se iba presentar junto a su grupo y el Coro Kennedy. Los organizadores decidieron levantar el recital cuando advirtieron que apenas se habían vendido unas cien entradas.
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