Sexo, pudor y lágrimas
"La escuela de la carne" ("L´école de la chair", Francia/1998). Presentada por Alfa Films. Fotografía: Caroline Champetier. Edición: Luc Barnier. Intérpretes: Isabelle Huppert, Vincent Martinez, Vincent Lindon, Marthe Keller y François Berleaud. Guión: Jacques Fieschi, basado sobre la novela "Nikutai no Gakko", de Yukio Mishima. Dirección: Benoît Jacquot. Duración: 105 minutos. Nuestra opinión: buena.
En este film de Benoît Jacquot nunca conviene conformarse con las apariencias. "La escuela de la carne" expone la relación erótico-sentimental que une a una mujer madura, divorciada, elegante y de sólida posición económica y social con un joven aspirante a boxeador que cotiza en dinero su atractivo sexual sin hacer mayores diferencias entre su clientela femenina o masculina. El vínculo que nace entre ellos a partir de la noche en que ella lo descubre en un bar gay y contrata sus servicios es puramente pasional, pero el fuego no aparece (en todo caso, su calor apenas se percibe por debajo del hielo) y la temperatura del relato permanece siempre bajo control.
Tampoco se trata de otra variación -ésta, tomada de un relato menor de Yukio Mishima- sobre el amor loco, o sobre la fascinación de sentirse dominado por un sentimiento que se manifiesta como fatal: aquí lo que predomina es el cerebro. Finalmente, tampoco se reduce al tema del poder, la posesión y los celos, o al del peso de las diferencias de edad o de clase, si bien éstas -más las segundas que las primeras- se hacen bien explícitas cuando la mujer trata de socializar a su muñeco, vistiéndolo con elegancia y enseñándole las reglas del correcto comportamiento social.
Lo que no se ve
Todo lo que más interesa de "La escuela de la carne" es lo que menos se aprecia a simple vista. Un subtexto que corre por debajo o por detrás de las palabras y de las acciones y que Benoît Jacquot busca incansable y lúcidamente en los rostros desnudos de sus personajes, en sus silencios, en los gestos que raramente vienen anexados a las palabras y a veces hasta parecen contradecirlas.
Las lágrimas de Dominique son un buen ejemplo de esta corriente subterránea, confusa e inmaterial que probablemente determina las conductas de los personajes y cuyos signos exteriores el realizador francés persigue con mirada atenta.
El sexo, elemento sustancial en la historia, se manifiesta fuera del alcance de la cámara, y la convivencia está llena de tropiezos (algunos casi vodevilescos, como el inesperado encuentro en Marruecos) y de interrogantes: bien podría sospecharse que tanto Dominique como Quentin hallaron en el otro, además de un objeto de deseo, el pretexto y el estímulo para sastisfacer cierta curiosidad sobre sí mismos. La emotiva coda que cierra el relato, y aun el sentimiento que el espectador se lleva consigo concluida la proyección parecen corroborar tal sospecha.
Un rostro, un paisaje
En el desarrollo de la anécdota tienen intervención importante otros personajes que rodean a los centrales: los dos hombres que todavía aman al gigoló -el que precedió a Dominique en su papel de amante y protector (el notable François Berleaud) y el travestido que le da trabajo en su bar (Vincent Lindon, muy próximo al estereotipo); la amiga de la protagonista, arquetipo de la mujer madura y desengañada (Daniéle Dubroux) y la refinadísima clienta de Dominique a la que Marthe Keller traduce en su punto justo: mucho estilo, mucho afán de cultura y sensibilidad, escaso vuelo.
Pero obviamente son los dos protagonistas los que concentran la atención de la cámara de Jacquot y sobre todo -claro- Isabelle Huppert, cuya prodigiosa transparencia siempre hace visible su interioridad. Mucho más en este caso en que Jacquot y su fotógrafa, Caroline Champetier, se propusieron filmar su rostro como si fuese un paisaje en el que hay soles y lluvias, albas y ocasos y donde es posible adivinar los sentimientos más hondos, más imprecisos y más complejos.
El film fue concebido pensando en ella y no es desatinado imaginar que sin ella habría sido irrealizable. Cierta misteriosa melancolía aportada por la excepcional actriz tiene su contrapeso exacto en la áspera ironía con que Vincent Martinez disfraza la vulnerabilidad del solitario Quentin.
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