Sexo, dinero y crimen: la perturbadora historia de los Chippendales, los strippers más famosos de los 70
Marcaron un antes y un después en la industria, pero su éxito se vio empañado por una serie de macabros delitos y conspiraciones
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Cuando los hombres guapos y musculosos salían sin ropa al escenario, todas las asistentes se exaltaban y los billetes de 100 dólares “volaban” por sí solos.
El hecho de que decenas de varones adornaran sus cuerpos semidesnudos con elementos como tangas, corbatines y guantes blancos era toda una novedad a finales de los setenta.
Hasta entonces, en la lógica machista predominante, las mujeres eran las únicas que hacían parte de los espectáculos de baile exótico en los que las prendas escaseaban y la sensualidad brotaba.
Así, The Chippendales, la primera compañía de strippers exclusivamente para el público femenino, fue una de las “cuotas varoniles” en los tiempos de la revolución sexual.
Por su disrupción histórica, los cuerpos bañados en aceite, las sonrisas perfectas y los movimientos cadenciosos se convirtieron en un éxito rotundo. Lo que las espectadoras no se imaginaban es que detrás de la ligereza de ropa de los sujetos fornidos se escondían historias de asesinatos ordenados, estafas y varios incendios provocados.
The Chippendales
La idea de montar un club de strippers para mujeres nació a mediados de los años setenta de la mano de Paul Sneider, un hombre que tenía en su historial haber acercado a Dorothy Stratten, su pareja, a las filas Playboy de Hugh Hefner.
Su controvertida visión de negocio se mezcló con el interés de Steve Banerjee, un empresario de origen indio que residía en Los Ángeles, California, de montar el mejor club privado de la ciudad.
Así, la necesidad y la avaricia se juntaron para formar el primer club de strippers exclusivo para mujeres: The Chippendales. Sneider fue el encargado de recolectar en gimnasios y bares locales a todos los bailarines. Banerjee, el llamado a poner el dinero.
Aunque la ley no permitía estrictamente su instalación, fue tanto el boom del club que los reparos judiciales eran una mera nimiedad.
Se dice que la noche de inauguración, más de 500 mujeres se agolparon en la entrada del negocio. Luego, las jornadas pasaron con afluencia similar. No había dudas: era el hit de la época.
En esa ola de exitismo, The Chippendales sufrió una baja en su cúpula directiva. Paul Sneider, acostumbrado a frecuentar entornos turbulentos, abusó de su mujer, la asesinó y después se suicidó.
Ese fue el primer escándalo del club de strippers. Pero no el último.
La expansión
Aunque el fallecimiento de Sneider afectó el andamiaje del negocio, su popularidad solo iba en crecimiento.
A un año de haberse estrenado el club, la imagen de los hombres musculosos con corbatines negros y bandas blancas hacía parte de la cultura popular norteamericana.
El interés por expandir el show llevó a que Banerjee buscara un nuevo socio. Nick De Noia, un coreógrafo con amplia experiencia en programas televisivos, fue el elegido.
De su mano, los Chippendales comenzaron a hacer multitudinarias giras nacionales e internacionales. Esa fue la mayor reinvención de la idea.
Lo que no se esperaba el fundador Banerjee era que De Noia pusiera en el contrato una letra menuda en la que se leía que él le cedía la exclusividad de los derechos de las giras “a perpetuidad”.
Otra versión habla de que el pacto era que el nuevo miembro del equipo recibiría el 50 % de cada gira. En todo caso, el empresario, sin reparar en detalles, firmó.
A partir de ahí se fraguó el comienzo de la peor época de los explícitos Chippendales.
El negocio debe continuar
Debido a ese singular contrato que habrían “acordado”, Banerjee comenzó a sentir repulsión hacia la figura de De Noia.
Además, el hecho de que el coreógrafo apareciera con los bailarines en los escenarios profundizó la discordia.
”Cuanto más alto llegábamos, mayores eran los problemas que surgían”, recordó uno de los bailarines en declaraciones a la prensa norteamericana años después.
Para mediados de los ochenta, los clubes de strippers comenzaron a popular por territorio estadounidense.
Eso agravó el panorama para Banerjee y los suyos. Tanto que, desde ese momento, The Chippendales mostró su peor lado. En abril de 1987, De Noia recibió la visita de un domiciliario en su oficina que lo único que le dejó fue un disparo en la cien.
Su muerte simbolizó el segundo aluvión del negocio, pero nadie lograba comprobar quién había ordenado su asesinato. Después, los extraños incendios provocados que empezaron a sufrir algunos clubes similares fortalecieron la sombra de crimen que se postraba en el negocio de los strippers.
Hasta ahí, el señalado era el sector y no un local puntual. Luego ocurrió lo que Scott Garriola, un agente del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por su sigla en inglés), describió en un documental de Discovery+ y Amazon Prime como “el asesinato por encargo más bizarro de toda la historia del FBI”. Ahí se supo que Banerjee estaba detrás de los crímenes.
Ante el éxito del club Adonis, en Londres, a más de 8700 kilómetros de Los Ángeles, el líder de The Chippendales contactó al mismo sicario que acabó con la vida de De Noia y le encargó una macabra tarea: conseguir quién viajara a Londres para inyectarle cianuro a todos los bailarines de ese lugar.
Lo que no se esperaba Banerjee era que el designado de su abominable misión en realidad sería un colaborador de la Administración de Control de Drogas (DEA, por su sigla en inglés).
Con su información, las autoridades desplegaron una operación investigativa que terminó confirmando la culpabilidad de Banerjee en 1993. Ante la renuencia para confesar, el empresario consiguió que su firma quedara en manos de sus familiares. Esa fue su “última jugada”.
Impunidad y vigencia
Todo indicaba que, tras esa concesión, Banerjee sería sentenciado a 25 años de prisión por los delitos de “crimen organizado” y “asesinato a sueldo”.
Sin embargo, a un día de su juicio, según informó la cadena estadounidense ABC, Banerjee se suicidó. Desde entonces, The Chippendales, bajo el mandato de otros propietarios, sigue cosechando frutos principalmente en Las Vegas y en giras internacionales.
Eso sí, la idea de “que usted y sus amigas pueden tener algo de acción cuando lo necesiten” sigue siendo parte del lema del negocio. La “acción” cuesta como mínimo cerca de 65 dólares y, por lo que deja ver la página oficial, no incluye nada ilegal. Como quizás fue en otros tiempos.
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