Yo soy espía: el hito que llamó al boicot de la serie, la ayuda del Súper Agente 86 y un error de cálculo que fue mortal
Fusionando el deporte y el espionaje, la serie protagonizada por Robert Culp y Bill Cosby retrató con realismo y crudeza la áspera geopolítica de la Guerra Fría y dividió a los Estados Unidos al incluir al primer protagonista afroamericano en igualdad de condiciones con su par blanco
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Dos espías norteamericanos que recorren el mundo, haciéndose pasar por tenistas de alta competición mientras pelean contra las avanzadas comunistas. Una serie que, sin hacer mención a la tensión racial que sacudió la década del ‘60, plantó bandera a favor de los derechos civiles de los afroamericanos. Lejos de la elegancia y la ultratecnológica sofisticación del agente 007, Robert Culp y Bill Cosby hicieron de Yo soy espía un mojón histórico de la televisión norteamericana, que terminó condenada al ostracismo por la conducta criminal de uno de sus protagonistas.
Match Point
Culp, Robert Culp. Dicen que así se presentó el actor ante David Friedkin, Morton Fine y Fouad Said, triunvirato gerencial y creativo de la productora Triple F, en busca del protagonista para la nueva serie de espionaje que estaban desarrollando para la poderosa Desilu Productions, compañía de Desi Arnaz y Lucille Ball que manejaba los contenidos más exitosos de la TV. Corría el último trimestre de 1964 y la pantalla estadounidense buscaba aprovechar la fiebre internacional disparada por las películas de James Bond, consolidando la buena repercusión alcanzada por El agente de C.I.P.O.L. y Los Vengadores, entre otros programas del género.
Culp no era ninguna megaestrella, pero venía amasando una carrera que no paraba de crecer. Se hizo notar con sus participaciones en algunas de las series más vistas del país: Bonanza, El hombre del rifle, ¡Combate! y Rumbo a lo desconocido; y había descollado en el cine con su papel secundario en PT 109 (1963), la película que exaltaba la participación de John Fitzgerald Kennedy como miembro de la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. Profesionalmente, estaba a punto caramelo, y él lo sabía. “Llegué a la reunión con una idea definida -recordaría décadas después-. Una serie de espías, con la acción y el drama de 007, pero sin los artilugios fantásticos que utilizaba en sus aventuras. Me parecía mucho más interesante darle un enfoque realista al escenario geopolítico de la Guerra Fría; y dio la casualidad de que Triple F ya estaba trabajando en algo parecido”.
El siguiente paso encontró a Culp sentado frente a Walter Wager, graduado de Columbia, Harvard y La Sorbona, con un pasado laboral dedicado a la radiodifusión en el Gobierno israelí y la Agencia de Información de los Estados Unidos, en tareas de corte diplomático que le habían abierto las puertas de las cadenas CBS y NBC. En su tiempo libre, Wager había iniciado una respetable carrera literaria bajo el seudónimo John Tiger, firmando una larga tanda de novelas policiales que servirían de base a megafilms como Ultimatum nuclear (1977), con Burt Lancaster; y Duro de matar 2 (1990), con Bruce Willis, entre otros. El proyecto al que estaba abocado tenía a dos agentes del servicio secreto de los EE.UU. viajando por el mundo de manera encubierta, haciéndose pasar por un tenista profesional y su entrenador mientras desarticulaban las amenazas comunistas sobre el “mundo libre”. Culp interpretaría a Kelly Robinson; y una figura todavía no escogida a su compañero de andanzas, Alexander Scott. Después de una larga charla, Culp y Wager definieron la Biblia del futuro show, un drama serio y bastante duro, violento y con poco margen para el humor, al que bautizaron Yo soy espía (I Spy).
Colores verdaderos
Las nuevas generaciones de televidentes conocen de memoria a Sheldon Cooper y Leonard Hofstadter, personajes protagónicos de The Big Bang Theory, aunque es probable que no sepan que deben sus nombres al enorme Sheldon Leonard, actor, productor, director y guionista que marcó el entretenimiento masivo norteamericano. En 1964, mientras se desempeñaba como productor ejecutivo de Triple F, Leonard presenció una actuación de Bill Cosby en The Gaslight Café, histórico templo del stand-up ubicado en el Greenwich Village de Manhattan, que hoy aparece recreado en los episodios de La maravillosa Sra. Maisel. Medio siglo antes de ser juzgado y condenado por múltiples abusos y agresiones sexuales, Cosby era el humorista afroamericano del momento, habiendo agotado localidades en Chicago, Las Vegas, San Francisco y Washington, tras robarse toda la atención en el clásico late night show de la NBC, The Tonight Show y haber grabado una exitosa seguidilla de discos con chistes y anécdotas cómicas sobre su infancia. Al verlo en el escenario, Leonard supo que tenía que contratarlo.
“Fue la decisión más revolucionaria e innovadora que tuvo la televisión”, aseguró Culp en una entrevista, poco antes de morir. Y tenía razón. Por primera vez, un personaje afroamericano aparecía en igualdad de condiciones con un personaje blanco. No había principales y secundarios, jefes y subalternos, mentores y aprendices; ninguno era más inteligente, audaz o arriesgado que el otro; nadie jugaba el papel cómico ni estaba en la serie para justificar el lucimiento de su contraparte. En todos los sentidos posibles, Robert Culp y Bill Cosby eran pares, dentro y fuera de la pantalla. Algo inimaginable (y en algunos casos, hasta intolerable) en los Estados Unidos de ese entonces, inmerso en la lucha afroamericana por el reconocimiento de sus derechos civiles.
Cuando Yo soy espía debutó el 15 de septiembre de 1965 en el prime time de los miércoles, se cumplían siete meses del asesinato de Malcolm X en New York; seis meses de las masivas movilizaciones que terminaron con el Domingo sangriento de Selma, en el estado sureño de Alabama; un mes de los simultáneos alzamientos populares contra la policía en California y Los Ángeles; y menos de un mes desde que el presidente Lyndon B. Johnson había promulgado la histórica Ley de Derecho al Voto, que terminaba con las centenarias prácticas discriminatorias que algunos estados de la Unión todavía sostenían para cercenar el sufragio de los ciudadanos afroamericanos. El boicot contra la serie se instaló incluso en la propia NBC, que emitía el programa a nivel nacional, salvo en las estaciones locales de los estados sureños, que se negaron a ponerla en el aire por motivos raciales. “La diferencia en el color de piel no era un tema que le interesara a la serie -afirmó Leonard-. Pero la igualdad entre Robert y Bill, sí”.
Te rompo el rating
Antes de su estreno, Yo soy espía ya había acaparado la atención de los medios y el público. Después, se transformó en un fenómeno social que se abrió paso hasta llegar al top ten de los programas más vistos. Nada mal para una serie costosísima, que se grababa en locaciones reales de Hong Kong, Atenas, Roma, Florencia, Madrid, Venecia, Tokio, Ciudad de México, Acapulco, Las Vegas, San Francisco y Marruecos, entre otros destinos. Más allá del termómetro civil afroamericano, el público quedó enganchado con las tramas amargas y trágicas que mostraban el lado oscuro del glamoroso mundo definido por el agente 007.
La actividad soviética y china más acá de la Cortina de Hierro, la jihad árabe, los ataques terroristas en territorio estadounidense, la presencia latente del fascismo, la persecución a los criminales de guerra de la Segunda Guerra Mundial, pero también los rechazos a la por ese entonces activa guerra de Vietnam, los traumas cargados por los veteranos de Corea, el tráfico y consumo de drogas, la violencia doméstica. Todo eso fue sumando puntos, pero lo que realmente determinó la aprobación popular fue la química alcanzada entre los protagonistas.
Culp y Cosby se sacaban chispas, se comían las escenas y funcionaban como un irresistible imán para los telespectadores y los anunciantes, patentando el estilo Buddy Cop (policías compañeros y amigos) que años más tarde explotarían las sagas cinematográficas de 48 horas y Arma mortal. Leonard se puso la serie al hombro: dirigió un episodio, se hizo cargo de la segunda unidad de filmación en numerosas ocasiones y hasta se dio el lujo de actuar en tres capítulos, en uno de ellos interpretándose a sí mismo.
Culp no se quiso quedar atrás. También dirigió un episodio, escribió siete guiones y se ocupó personalmente de supervisar los contenidos de la adaptación al cómic de la serie y de las ocho novelas de bolsillo que escribió su coequiper Walter Wager. La industria zanjó el problema de la tensión racial entregándole a Cosby tres Premios Emmy consecutivos como mejor actor protagónico en una serie dramática (1966 a 1968), entronándolo como el primer actor afroamericano en alcanzar semejante logro. En 1967, Yo soy espía obtuvo el Globo de Oro a la Mejor Serie Dramática. Cuando todo iba viento en popa, NBC tomó la decisión más errada de podía tomar.
Final sin gloria
11 de septiembre de 1967. CBS estrena El show de Carol Burnett, programa de sketches humorísticos encabezados por la mítica actriz, comediante, imitadora y cantante, una de las 20 mujeres más admiradas de los Estados Unidos. Buscando evitar que la competencia se anotara un poroto, NBC mueve Yo soy espía a las noches de los lunes, arrancando la tercera temporada el mismo día que Burnett desembarcaba en los hogares norteamericanos. Entre la sitcom familiar y los espías trotamundos, el público se volcó masivamente a la primera, que contó con la participación de primerísimas figuras como Lucille Ball, Ella Fitzgerald, Liza Minelli, Jack Palance, Trini López, Mickey Rooney, Sonny & Cher, Lana Turner y Dionne Warwick, entre otros.
El rating de Yo soy espía cayó en picada, los costos se volvieron inmanejables, y Culp y Cosby declararon estar algo cansados del trajín laboral. En marzo de 1968, El súper agente 86 les da una mano y les dedica un episodio paródico, “Die Spy”, donde Maxwell Smart se hacía pasar por un campeón internacional de ping-pong. Además de copiar la música, el ritmo y el montaje del programa original, el capítulo contó con un cameo de Robert Culp haciendo de un mozo turco. “No alcanzó”, sentenció el propio Leonard antes de tirar la toalla. Después de 82 episodios, el 15 de abril de 1968, la serie que había hecho historia pasó a ser historia.
La carrera de Culp se estancó, quedando relegado a papeles menores y olvidables participaciones en series y películas para cine y TV. Recién en 1981 recuperó algo de su perdida popularidad con el co-protagónico del show superheroico El gran héroe americano. Laboralmente, a Cosby le fue mucho mejor. En 1969 arrancó con El show de Bill Cosby y no paró hasta transformarse en una de las figuras más influyentes del entretenimiento norteamericano. Desde su posición de poder, decidió ayudar a su amigo y produjo, junto con Leonard, el telefilm I Spy Returns (1994), capítulo piloto para una serie que nunca despegó. Sin darse por vencido, volvió a intentarlo en 1999 en un episodio de su sitcom Cosby titulado My Spy, donde el personaje que interpretaba se quedaba dormido viendo Yo soy espía, y en una secuencia onírica se unía al Kelly Robinson de Robert Culp para protagonizar una aventura de espionaje con la estética de la serie.
A pesar de los años transcurridos, la magia y la química estaban intactas. Culp empezó a movilizar una reunión cinematográfica de los veteranos agentes, aprendiendo a lidiar ahora con el nuevo orden mundial surgido tras el final de la Guerra Fría, pero la remake cómica de Yo soy espía con Eddie Murphy y Owen Wilson, uno de los grandes fracasos comerciales de 2002, frizó la movida. “Todo se vino abajo -confió-. Parece que la gente sigue interesada en los tenistas, pero ya no le atraen los espías.”
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