Yellowstone: por qué una serie que resulta invisible para muchos no deja de crecer y de expandir su universo
La creación de Taylor Sheridan es una inmejorable muestra contemporánea de la vigencia del western, un género que se resiste a morir y que fortalece su identidad a través de 1883, una excelente precuela
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El de Yellowstone es uno de los fenómenos más curiosos de los últimos años en el mundo de la producción de contenidos para la TV y las plataformas de streaming. Fue la serie más vista de la TV por cable en Estados Unidos hace apenas dos temporadas, con números de audiencia similares o inclusive superiores a los de éxitos monumentales e indiscutidos como Game of Thrones y The Walking Dead. Este año llegará a la quinta temporada, sin la mínima señal de agotamiento o cansancio después de 40 intensos y complejos episodios desarrollados sin pausa desde 2018. Se aseguró en la última semana la continuidad de su excelente precuela, 1883, que tendrá una segunda temporada. Y casi al mismo tiempo fue confirmada una segunda precuela, con el título de 1929.
La saga de la familia Dutton no deja de extenderse, y con ella se hace cada vez más grande el universo custodiado, guiado e imaginado con mano maestra por Taylor Sheridan, uno de los grandes narradores visuales de este tiempo. Ese universo tiene una guía y una idea fuerza. Es la mejor versión contemporánea de aquello que desde el cine dio en llamarse western. El género más clásico del cine y la TV de Estados Unidos, el que mejor describe algunos de los valores esenciales de esa sociedad y, también, el que expone con menos vueltas y menos trampas que cualquier otro los conflictos esenciales de la condición humana. En Yellowstone se habla todo el tiempo de intrigas, traiciones, lealtades, venganzas, legados, fidelidades, proyectos. Y sobre todo se habla de una familia decidida, sobre todo a través de la figura de su patriarca, a conservar por todos los medios imaginables lo más valioso del mundo desde su mirada: la tierra.
En 1883, el acercamiento al western más contundente y logrado de toda la historia reciente de la televisión, vemos a un Dutton en camino hacia el destino que siempre imaginó. En 1929, según los primeros anticipos, veremos a otro Dutton ya instalado en su lugar en el mundo y afrontando las complicaciones de los duros tiempos de la Ley Seca y de la Gran Depresión. De a poco esos prólogos irán cerrando el círculo que tiene a un Dutton definitivo como protagonista de una de las series del momento.
Para llegar a ese lugar, Sheridan reconoció que tuvo que hacerle frente a una serie de prejuicios y miradas desconfiadas. Sobre todo las que vienen observando a Yellowstone casi desde su aparición como una serie concebida para el fortalecimiento de ciertos valores conservadores que encuentran en el Partido Republicano su válvula de expresión política. Preocupado por lo que define como interpretaciones equivocadas (sobre todo en la actualidad de Estados Unidos, llevada en términos ideológicos a una tensión que cada vez se plantea más desde los extremos), Sheridan se defiende. Dice que la serie expresa genuinas nociones progresistas (“aunque bastante salvajes”, matiza) y que identificarla con el conservadurismo político y la divisa roja de los republicanos solo es posible entre quienes nunca vieron el programa.
En todo caso, parece haber al menos entre el público estadounidense (primer y natural destinatario de Yellowstone) un reflejo tal vez básico y elemental que lo lleva a ver la serie como expresión de resistencia y afirmación de cierta mirada tradicional frente al peligro de la amenaza externa. Lo que no puede negarse es que detrás de ella también aparecen en sus personajes principales conductas ambiguas, poco amigables o directamente reprochables, además de manipulaciones, rencores, cálculos y planes destructivos. En definitiva, comportamientos poco virtuosos.
No son pocos los que ven a Yellowstone como el equivalente en el mundo del Oeste del clásico modelo de El padrino. Delante de todo está, por supuesto, la imagen de un hombre poderoso que parece siempre dispuesto a poner por encima de todo a la familia y al terruño. Pero detrás de ese arraigo, cuya defensa podría despertar en un principio simpatías e identificaciones de todo tipo, también hay actitudes difíciles de justificar, sobre todo cuando se ponen en juego ciertos negocios.
Uno de los méritos de Sheridan es plantear ese debate y dejarlo abierto lejos de los condicionamientos y los prejuicios de cierto revisionismo histórico de mentalidad progresista que hoy se hace fuerte. El tema del racismo, muy presente en todo el desarrollo de la serie (y también en su precuela) no debería ser observado desde una perspectiva de extremos blancos y negros. Sheridan reconoció más de una vez que prefiere los grises.
Tal vez la decisión más arriesgada del creador de Yellowstone haya sido confiarle el papel central del relato (el patriarca familiar John Dutton) a uno de los actores que mejor representa el clasicismo. Kevin Costner siempre encarnó en la pantalla la imagen de la entereza, la dignidad y la convicción del héroe. Lo hemos visto en el cine interpretando muchas veces a un personaje que puede equivocarse y sabe corregir a tiempo algunas decisiones, pero que tiene desde el principio una decisión fijada en la cabeza y la sostiene no a partir de la testarudez, sino convencido de que está haciendo lo correcto.
Haber convocado a Costner es la mejor demostración de que Sheridan entiende como pocos al western en la realidad del siglo XXI. A Costner podemos verlo representar personajes históricos como el ranger de Texas que persigue a Bonnie y Clyde o el funcionario de la NASA que termina alentando el papel central de algunas mujeres en el comienzo de la carrera espacial. Y contemporáneos como el entrenador deportivo que se sobrepone a una serie de adversidades en McFarland o el manager del equipo de fútbol americano decidido a lograr lo mejor para su equipo en Decisión final. Pero siempre (hasta cuando personifica al padre de Superman) Kevin Costner será en cuerpo, mirada y espíritu un hombre del Oeste, un personaje clásico.
Pero John Dutton no es un personaje completamente virtuoso. Tiene sus zonas oscuras, un aspecto que Costner también supo explotar muy bien en algunos de los personajes de su vasta carrera. Ahora le toca ser John Dutton, un hombre que desde la integridad y el cálculo, consciente de que su mejor momento quedó atrás pero todavía tiene fuerza para tomar grandes decisiones, resiste los avances de la política, de los desarrolladores inmobiliarios, de los millonarios aventureros y de un mundo cada vez más globalizado.
También sabe que algunos de los peligros más grandes tienen que ver con personas de su misma sangre. Aquí aparece una de las dimensiones más ricas de la serie, el vínculo muchas veces tenso entre Dutton y sus herederos. El patriarca sabe además que su época no es la actual (ver 1883 nos ayuda a entender con toda claridad cuál es esa escala de valores) y, como dijo hace poco un comentario sobre el programa publicado en Vanity Fair, la serie no duda jamás en mostrarlo como una especie en peligro de extinción. Un auténtico dinosaurio.
“Todavía hay apetito por las historias del Oeste. Lo que pasa es que hace tiempo que no se las cuenta de buena manera. A los que dicen que el western está muerto les digo solamente que eso se aplica solo a los manos westerns. Quería contar algo que reflejara mucho más y mejor lo que es el verdadero Oeste en la actualidad”, le dijo Sheridan a The New York Times cuando Yellowstone ya era un éxito indiscutido.
Eso significa recuperar la esencia del género en el mundo de hoy y entender su vigencia en vez de forzar el traslado al mundo de fines del siglo XXI de ciertas problemáticas propias del debate actual. En 1883 vemos a Sheridan planteando las preguntas originales, que con el tiempo llegarán a hacerse mucho más complejas e incómodas y determinarán buena parte de lo que pasa en la actualidad.
Yellowstone y su precuela, a la vez, comparten el gusto por los espacios abiertos y la necesidad de que la acción represente y exprese todo lo que significa ese entorno. En ese mundo también pueden aparecer en cualquier momento la crueldad y la violencia gratuita. Una de las grandes preguntas del western tiene que ver con lo que significa la idea de ley y de qué manera la representan los hombres en ese entorno tan hostil.
Hay otra tradición alrededor de Yellowstone que empieza de a poco a ser descubierta. La que conecta a esta serie con otras grandes historias del Oeste que marcaron diferentes épocas de la televisión de Estados Unidos y se hicieron también muy populares alrededor del mundo: Bonanza, El gran Chaparral, Valle de pasiones. Historias de familia, de grandes propiedades y de personajes fuertes, pródigas en conflictos e intrigas. Algún atento observador encontró en el retrato de las tensiones entre rancheros estadounidenses y mexicanos planteadas en El gran Chaparral un punto de referencia para entender algunos de los conflictos raciales de Yellowstone.
En aquellas recordadas series del Oeste se plantó la semilla que hoy parece crecer sin fin en el mundo de Yellowstone. Grandes conflictos familiares, peleas por la tierra y por la herencia, tensiones raciales. Hay aquí todo un universo de emociones que hasta podrían encontrar lugar en las telenovelas. La diferencia con todo el resto aparece cuando vemos que estas historias se recortan alrededor de los paisajes inconfundibles del Oeste. Y en ellos, detrás del melodrama, siempre aparece un dejo de épica.
Tal vez por esa razón Sheridan sintió la necesidad de envolver la historia en un prólogo ambientado en los tiempos de la verdadera conquista del Lejano Oeste, con todas sus controversias y claroscuros. Allí nace la historia de los Dutton, una familia disfuncional que en el tramo contemporáneo de la saga sólo podría compararse con los Roy, el apellido que le da protagonismo a otra serie decisiva de este tiempo, Succession.
Pocos se animaron todavía a estudiar las semejanzas y las diferencias entre ambas familias. Esa falta de perspectiva convierte hoy a Succession en una de las series más analizadas de los últimos tiempos, mientras Yellowstone es completamente ignorada por quienes llevan adelante esos abordajes. Que se privilegie tanto una sobre otra, sin considerar siquiera las razones por las cuales la creación de Taylor Sheridan es un éxito de audiencia tan colosal, también funciona como un testimonio de la época en la que vivimos.
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