Watchmen: más allá de las máscaras, una serie profunda y muy bien actuada
A la hora de hacer un balance de las series que más impactaron a los espectadores en 2019, hubo tres ficciones que a través del drama político, el familiar y la fantasía consiguieron contar algo, mucho, sobre el mundo en que vivimos en toda su complicada, confusa e infame actualidad. Que los tres programas hayan sido producidos por HBO como miniseries –al menos en principio–, habla de otro hito del año: el rotundo cambio en el equilibrio de poder entre la TV tradicional y los sistemas de streaming y la necesidad de conseguir impactar a los espectadores inundados de opciones.
Claro que si Chernobyl y Years and Years fueron éxitos casi inesperados para la señal premium y compartidos con emisoras británicas (Sky TV y BBC, respectivamente), Watchmen salió desde el centro de la producción televisiva estadounidense. Y se propuso contar una historia que reflejara su origen. En más de un sentido. Con 2019 en tiempo de descuento, la serie que terminó anoche–está disponible completa en Flow y Directv Go–, demostró ser mucho más imaginativa y compleja que sus dos predecesoras contando la misma historia de siempre: la búsqueda de la identidad, esa que se oculta detrás de las máscaras.
La serie que por ahora no tiene segunda temporada anunciada–tampoco se descarta que no la vaya a tener–, está basada en la novela gráfica creada por los británicos Alan Moore y Dave Gibbons, publicada por DC en 1987. Este material su showrunner, Damon Lindelof, lo usó como punto de partida, imagen de fondo y, en el final, como impulsor de una trama que pone patas para arriba al género de los superhéroes gracias a la heroína que Marvel y la misma DC hubieran matado por conseguir: Angela Abar.
En las manos de la siempre excelente Regina King–ganadora del Oscar como mejor actriz de reparto por la película Si la calle Beale hablase, inédita en la Argentina–, Angela y su alter ego, Sister Night, son los personajes centrales de la ficción creada por Lindelof que, como lo estuvo en Lost y The Leftovers, otra vez se obsesiona con los diferentes modos en que puede terminar el mundo y como responden las personas cuando el reloj empieza la cuenta regresiva.
Angela, la policía traumatizada por el ataque de los supremacistas blancos que obligó a todos los agentes a que oculten sus identidades detrás de una máscara, funcionó como la punta del ovillo de un relato que comenzó mucho más atrás, en 1921, durante la masacre –real y recreada en aberrante detalle– de Tulsa, en la que el Ku Klux Klan asesinó a la población negra del barrio de Greenwood. A partir de allí, cada episodio fue construyendo líneas narrativas que, con cuidadoso esmero, los guionistas fueron cruzando hasta construir una red que estuvo ahí desde el primer momento.
Más allá de honrar la historia original y a algunos de sus personajes principales como el excéntrico y megalómano Adrian Veidt/Ozymandias, interpretado por Jeremy Irons –que parece haber envejecido con el objetivo de poder encarnar al hombre más inteligente y desdeñoso del mundo–, la hastiada Laurie Blake (Jean Smart, que se divirtie como nunca), Justicia encapuchada y el poderoso y fundamental doctor Manhattan, a diferencia de lo que sucedía con el film de 2009 (dirigido por Zack Snyder), la serie no trata a la política ni a los conflictos raciales de los Estados Unidos como telón de fondo, sino que los pone en el centro de la escena.
El racismo, el abuso de poder, la cultura de las celebridades ocupando el lugar de figuras de verdadera autoridad y el peligro del desastre nuclear sentaron las bases para desarrollar el relato de Angela, su pasado y su presente, del modo en que la tragedia en espejo de su familia la llevó a donde está: a investigar el asesinato de su amigo y jefe, Judd Crawford (Don Johnson), quien entendía el origen como legado y a ese legado como la certeza de la superioridad de la raza blanca.
Con un estructura cronológica que parecía tan desordenada como caprichosa –y resultó ser perfectamente lógica– y una imaginería que resumió desde el principio todo lo que la serie quería contar, ese crimen –crímenes– del inicio llevó a los espectadores a destinos inesperados, a personajes tan particulares como Lady Trieu (Hong Chau), una multimillonaria cuyo origen se transformó en la llave maestra para la resolución del último episodio. Poco más de una hora televisiva que aunque por momentos exageró las referencias bíblicas y los pronósticos apocalípticos también consiguió dar respuesta a la pregunta del millón: ¿qué vino antes, el huevo o la gallina?
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