Watchmen: más que una serie de superhéroes, un polémico retrato de nuestro presente
Escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons, el cómic de Watchmen comenzó a publicarse en 1986, el annus mirabilis de la historieta norteamericana, junto a otras piezas maestras como Maus, de Art Spiegelman, y The Dark Knight Returns, de Frank Miller. Estos títulos de Moore y Miller lanzaron a los superhéroes hacia una nueva dimensión: dejaron atrás la percepción generalizada de un entretenimiento poco esmerado, solo consumido por niños y adultos con ciertas dificultades intelectuales, para volverse una forma artística de ambición, riesgo y complejidad comparables a los de cualquier obra literaria. De hecho, fue a partir de estos trabajos que se popularizó el concepto de marketing de "novela grafica", a fin de venderles historietas a los lectores de libros.
Las historias de Miller aportaron una caracterización elaborada y un realismo impiadoso heredados de la novela negra, mientras que Moore llevó a los superhéroes al nivel meta: al tiempo que apuntala su mito con algunas de las historias más perdurables del rubro, lo deconstruye y nos muestra de qué están hechos estos personajes, revelando el autoritarismo, el racismo o el sexismo que se oculta bajo sus capas. Watchmen, de hecho, se hace una pregunta elemental que nadie había respondido hasta ese momento: ¿Cómo sería nuestro mundo si existieran los justicieros enmascarados y cómo actuarían, bajo la máscara de una psicología realista, estos individuos? Claramente, solo podría tratarse de sujetos intolerantes, antisociales, mesiánicos y propensos a una violencia irracional, es decir, para ser un superhéroe hay que estar irreparablemente dañado.
Watchmen conecta con algunos de los que Moore identifica como los problemas centrales de su época, como el giro de las políticas estadounidense y británica hacia la derecha, la situación de conflicto permanente establecida por la Guerra Fría, y el miedo global a la destrucción nuclear. Para ello presenta un mundo en el que los Estados Unidos ganaron la guerra de Vietnam (con la ayuda del único ente con poderes sobrehumanos del planeta, el Dr. Manhattan) y Richard Nixon se convirtió en presidente vitalicio. Los enmascarados que no trabajan para el gobierno se retiraron luego de que una ley prohibiera su actividad. Sin embargo, cuando uno de ellos, el Comediante, es asesinado, el más perturbado de sus colegas, Rorschach (que lleva una máscara con manchas como las de test homónimo), decide investigar: arranca a varios de los viejos superhéroes de su forzado retiro y empieza a tirar de los hilos de una conspiración que amenaza con provocar la muerte de millones.
Una adaptación diferente
Moore, quien jamás avaló la adaptación de ninguno de sus trabajos al cine (hay cuatro películas de alto presupuesto basadas en sus cómics, que se filmaron porque los derechos de las historietas pertenecen a la compañía DC y no a su autor) y no permite que su nombre figure en los créditos (una decisión que le debe haber costado mucho dinero), considera que Watchmen es infilmable. La versión que hizo el director Zack Snyder en 2009 parece darle la razón. Sin embargo, nada de esto amedrentó al showrunner Damon Lidenlof (principal responsable de Lost y de la reciente The Leftovers), quien decidió convertirlo en una serie para HBO (por ahora de 9 episodios, con la posibilidad de que se expanda a futuras temporadas). "Alan Moore expresó que no quiere tener ninguna afiliación con nosotros", declaró Lindelof en la presentación de la serie y agregó: "Intenté explicarle personalmente lo que quería hacer y él declinó participar. Alan Moore encarna para mí el espíritu del punk-rock. Así que yo me permito canalizar ese espíritu y le digo 'fuck you', lo voy a hacer de todos modos".
Lindelof decidió tomar un camino diferente al resto de las adaptaciones de los trabajos de Moore, generalmente fieles a la letra de los originales: esta traslación televisiva es una suerte de continuación de los eventos del cómic, 30 años más tarde. Watchmen, la serie, construye un mundo basado en el de Moore, al que toma como canon, como historia y como hoja de ruta. Su 2019 encuentra a los Estados Unidos como una distopía progresista, que parece una perfecta inversión del país real: Robert Redford es el presidente desde hace décadas, existe un estricto control de armas que hace que la policía tenga que pedir autorización para desenfundar y la mayoría de los policías son negros que ocultan su cara bajo una máscara amarilla para evitar represalias por su trabajo. La protagonista, Angela Abar (Regina King, reciente ganadora de un Oscar por Si la calle Beale hablase), es una mujer negra que mantiene una triple identidad: es una sencilla repostera, una policía supuestamente retirada y la justiciera enmascarada Sister Night. Los eventos se concentran en la ciudad de Tulsa, Oklahoma, que está cruzada por una enorme tensión racial: es la sede de una milicia de supremacistas blancos (dedicada al asesinato de policías negros) llamada The Seventh Kavalry, cuyo símbolo es la máscara de Rorschach.
En el cómic, Moore identifica el conflicto nuclear como la principal ansiedad colectiva de su época. En su versión, Lidenlof pone al racismo en ese lugar. La serie comienza con una recreación de un suceso real: en 1921, en Tulsa, un grupo de estadounidenses blancos organizó un pogromo contra la llamada "Wall Street Negra" (una zona de ciudadanos afroamericanos), que provocó la muerte de decenas de personas y la destrucción del lugar. El presente de la serie está secretamente moldeado por la onda expansiva de esa masacre: los descendientes de las víctimas cobran "redforizaciones" (compensaciones económicas) y están exentos de pagar impuestos, lo que provoca el resentimiento de los blancos, especialmente de los que viven en la pobreza. La serie tiene una inocultable voluntad polémica al dar vuelta muchos de los rasgos más cuestionables de la realidad estadounidense (presidente progresista, blancos pobres, negros adinerados) y, aun así, construir una alternativa muy problemática, en la que el racismo es la principal amenaza existencial.
Los cuestionamientos se disparan hacia todos los signos ideológicos. Alguien podrá sugerir que en una serie sobre la violencia racista es errado pretender que los espectadores negros se identifiquen con los protagonistas policías (según las estadísticas, en Estados Unidos, un ciudadano afroamericano tiene tres veces más chances de ser fusilado por la policía que uno blanco). Al mismo tiempo, y desde el lugar opuesto, se puede decir que plantear al racismo como el mayor problema del presente (y crear un presente formateado por un hecho de 1921, como si las cosas no hubieran realmente cambiado) es una exageración que niega que, a pesar de todas las iniquidades que aun persisten, atravesamos el momento "menos racista" de la historia. La paradoja del progresismo es que tiende a negar el progreso, dado que si éste puede suceder aun sin el triunfo absoluto de sus ideas, ¿para qué se las necesita?
Tres grandes regresos
Más allá del protagónico absoluto de King, la serie -que se estrena, hoy, a las 23, por HBO- recupera la figura del semiolvidado Don Johnson, cuyo rescate ya había sido encarado por Quentin Tarantino y Robert Rodríguez en Machete y Django sin cadenas. Aquí, el ex Miami Vice interpreta al policía John Crawford, superior y aliado de Sister Night. Si se tiene en cuenta que, en casi toda su carrera, Johnson interpretó a personajes caracterizados por su ambigüedad moral, es esperable que su prontuario no sea tan inmaculado como sus sombreros blancos.
También reaparece en Watchmen Louis Gosset Jr, el recordado antagonista de Richard Gere en Reto al destino. Aunque el actor, de 83 años, trabaja incansablemente, nunca había vuelto a tener la visibilidad que tuvo en los años 80. Su rol está envuelvo en enigmas, de modo que es mejor no revelar mucho sobre él. Sin embargo, el más misterioso y cautivante de los roles secundarios cae en el personaje encarnado por Jeremy Irons, al que jamás se menciona por su nombre (aunque cualquiera que haya leído el cómic puede deducir quién es): éste protagoniza una serie de viñetas, entre lúdicas y sádicas, que resultan lo más vital y entretenido de la serie. Recién tras promediar el relato se revela cómo encaja con todo lo demás.
Watchmen está planteada, tal como suele hacer Lindelof en sus ficciones, como un rompecabezas: se nos muestran partes que resultan altamente enigmáticas mientras ignoramos el diseño general. Acaso por eso, los primeros episodios resulten menos gratificantes que el resto. Sin embargo, se percibe la voluntad de crear un fresco de grandes dimensiones que ofrezca un retrato polémico de nuestro presente, sin lecturas monolíticas y que admita muchas interpretaciones.
¿Cuándo verla? Watchmen se estrena hoy, a las 23, por HBO, con capítulos nuevos todos los domingos.
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