Watchmen: así comenzó la nueva serie de HBO
Esa idea centrada en que todo está inventado, no es más que un lugar común. En la música, el cine y la literatura los géneros se renuevan, las formas mutan y los artistas descubren constantemente renovadas fuentes de placer. En el cómic de superhéroes Watchmen demostró en 1986 que ese rubro podía ser banco de pruebas para grandes sagas. El guionista Alan Moore y el dibujante Dave Gibbons crearon un panteón de héroes imperfectos, inseguros en sus habilidades, fascistas en su forma de comprender la sociedad y mercenarios en su manera de ejercer su oficio. En los 12 números que duró el relato, Moore ideó una historia rica en lecturas políticas, sociales, literarias, filosóficas y religiosas, y para eso no necesitó traicionar la esencia del género, logrando unas de las obras maestras del período.
Durante décadas, Watchmen fue el intocable, el único tótem al que nadie se animaba a tocar en parte porque su historia cerraba a la perfección y porque el complejo entramado narrativo de Moore era imposible de manipular. Y, por otro lado, porque los lectores inevitablemente sentirían como una traición el que ese universo fuera continuado por otros guionistas. Pero como ya se mencionó, decir que las ideas están todas inventadas no es cierto, aunque esa máxima sí sirve para justificar el que dé pereza pensarlas. De esa forma Watchmen comenzó a extenderse. En 2012 aparecieron numerosas miniseries que servían como precuelas (de resultados muy disímiles) y en 2017 DC hizo un polémico dos por uno, porque en una continuación del cómic original llevó a sus protagonistas a compartir la misma continuidad de Superman y otros héroes de la editorial. Y en este cosmos en el que la historia autoconclusiva es un dinosaurio ya extinguido, Damod Lindelof (cocreador de Lost y The Leftovers) ideó una serie de televisión que fue una suerte de secuela.
Un nuevo mundo
La saga comienza en un cine de Tulsa, en 1921. Con música en vivo, un niño afroamericano ve una película muda en la que se identifica con el héroe. Ese film clásico de color sepia, reinventa de forma concreta el mundo en el que transcurre Watchmen. El genuino afroamericano en pantalla no solo es un concepto imposible en ese período (las personas de color solían ser representadas por blancos maquillados), sino que también repudia indirectamente a El nacimiento de una nación, el film de D.W. Griffith sobre la creación (y según el film, glorificación) del Ku Klux Klan. Pero la proyección es interrumpida por un ataque de supremacistas blancos que matan a decenas de afroamericanos del pueblo siendo el único superviviente ese niño y un misterioso bebé. Los incidentes en Tulsa de hecho existieron y fueron uno de los ataques más graves que sufrió la comunidad afroamericana en los Estados Unidos.
La acción avanza hasta 2019: un hombre transporta lechugas en su camioneta hasta que un policía lo detiene. El oficial se acerca, habla con él y detecta una actitud sospechosa, vuelve al patrullero y por radio solicita permiso para sacar su arma. El revolver, a través de un dispositivo de seguridad, solo puede ser desenfundado en la medida que lo habiliten desde la central. El policía se pone ansioso y, cuando finalmente puede disponer del arma, es eliminado por aquel a quien intentó detener. El asesino porta una máscara como la del fallecido Rorschach.
A partir de ahí, el episodio comienza a construir el mundo en el que transcurre la historia. Un ejército de racistas llamado La séptima caballería (en referencia al histórico escuadrón de George Custer), que utiliza la máscara de Rorschach como símbolo, le declara una vez más la guerra a la policía. Los agentes, tras ataques del pasado, ahora utilizan máscaras para preservar su identidad. Y en ese contexto, Angela (Regina King) es una agente especial que investigará todo lo que se esconde detrás de La séptima caballería.
Mientras la trama policial avanza, el espectador descubre que Robert Redford es el presidente, que el racismo anida peligrosamente en todos los rincones de la sociedad, que hay misteriosas lluvias de calamares y que sobre la atmósfera sobrevuelva un pasado de gloria en el que unos héroes fueron clave en la victoria americana en Vietnam. Apartado de todo y en un enorme castillo, un excéntrico hombre (Jeremy Irons) vive entregado al ocio. Su identidad aún es un misterio, pero todo indica que es Adrian Veidt, quien fuera el gran villano del cómic.
El reto de captar a dos públicos
Cuando escribía Lost, Damon Lindelof pensó que Jack debía morir en el episodio inicial. No le parecía un personaje muy rico y su actitud de boy scout era tremendamente aburrida. Pero pronto él y J. J. Abrams comprendieron que matarlo era un recurso fácil y que el desafío estaba en hacer de Jack un hombre dominado por sus grises internos. Quince años después de esa experiencia y para enganchar al público, Lindelof desanduvo esos pasos y mató a un personaje central en el primer capítulo.
En un primer plano, la ficción enfrenta el reto de enamorar a dos sectores del público. Por un lado, a quienes están familiarizados con el cómic original y quieren ver una continuación y por el otro, a los que no conocen la historieta y deben comprender los códigos de esta nueva serie. En ese fluir entre dos públicos, la ficción tiene como objetivo construir una identidad propia. Desafortunadamente, por lo menos en su debut, anclar la acción en el universo preexistente de Watchmen pareció más un atajo que una necesidad.
A lo largo del capítulo hubo imágenes que para quienes no leyeron el cómic no tienen razón de ser: un hombre celeste en Marte, un millonario recluido en su castillo y conmovido ante un reloj de bolsillo, máscaras de Rorschach, una placa circular manchada de sangre y Nixon hasta en la sopa. Para el no iniciado en la continuidad planteada por Alan Moore, las referencias se acumularon y entorpecieron la lectura de un mundo que en su versión en viñetas, se caracterizó por una riqueza enorme y una construcción detallada. Por su parte, el lector que reconoce las citas no puede más que fantasear con los universos integrándose cada vez más, esperar ver en la tele al Doctor Manhattan, entre mil posibles elementos que la serie eventualmente podría incorporar.
Por lo pronto, el primer episodio mostró una historia atractiva apoyada sobre una heroína sólida. La presencia del misterioso hombre en silla de ruedas y el eslabón que lo une a la masacre de Tulsa, la posibilidad de conflictos cuya resolución sea a largo plazo y una sociedad atravesada por secretos y conspiraciones son sellos de Lindelof como showrunner. Si bien esos ingredientes suelen funcionar, no alcanzan para una obra que está ante la necesidad de justificar el porqué quiso incorporarse a una obra preexistente. Y la ironía está en que la trama pisa con más fuerza, mientras más se desentiende del marco narrativo que fue el cómic original. De momento, la serie solo se convertirá en una de las grandes apuestas de 2019, en la medida en que no caiga en la trampa de guiñarle excesivamente el ojo a los fans descuidando al público que desconoce el cómic de Moore. Solo de esa forma, Watchmen superará el reto de ser mucho más que un spin off deslucido, para ser una historia de un atractivo propio y definido.
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