Viaje al fondo del mar: la fantasía de un productor ambicioso, un viraje hacia lo bizarro que generó decepción y el submarino que desapareció misteriosamente
En plena Guerra Fría, mientras las dos potencias se peleaban por la conquista del espacio, Viaje al fondo del mar se adueñó de las aguas del planeta: de 1964 a 1968, el submarino nuclear Seaview modeló el deseo de una generación televisiva ávida de aventura y contexto geopolítico, pero perdió el rumbo, encallando entre monstruos submarinos y humanoides alienígenas
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Cabeza de mantarraya y cuerpo de avión. Durante cuatro años, entre 1964 y 1968, el submarino nuclear Seaview mostró la vida subacuática a millones de personas sentadas alrededor de la TV. Bajo el mando del almirante Nelson y el capitán Crane, Viaje al fondo del mar surcó las aguas del espionaje internacional anclado en la Guerra Fría, la fantasía aventurera al estilo de Julio Verne, la ciencia ficción apocalíptica y la bizarría paranormal. Fue película exitosa antes de fenómeno masivo de consumo. Estuvo en lo más alto del encendido y, por malas decisiones creativas, se hundió en las oscuras profundidades de la programación.
Vista al mar
Sentado en la arena, el niño arrancó una página del libro que estaba leyendo. Con ella, improvisó una frágil vela para el humilde barco de madera y corcho que depositó, con cuidado, en las aguas de la playa. De pie, lo vio sortear la espuma, atravesar las primeras olas, tomar algo de velocidad con las mareas y las corrientes submarinas. Hasta que una rompiente lo devoró y, sin compasión, se lo tragó. Qué maravillas estará descubriendo allí abajo, se preguntó. Cuando volvió la vista al texto de la novela, Julio Verne le dio la respuesta. “El primer mar que vi en mi vida fue el de las playas de Coney Island. Pero el que terminó de definirme fue el que leí en 20 mil leguas de viaje submarino”, dijo en 1990 Irwin Allen, ese niño devenido director y productor cinematográfico, mientras recibía uno de los tantos premios que le otorgó la industria.
Su conocimiento de las calles le permitió comprender por dónde iban los gustos populares. Su infancia pobre le enseñó a reutilizar lo poco que tenía. Sus estudios periodísticos y publicitarios, le abrieron las puertas del mundo profesional de la comunicación. “Cuando el trabajo de Allen era bueno, el resultado final era excelente. Y cuando el trabajo era malo, el resultado era muy divertido”, analizó su biógrafo Jon Abbot. Apoyándose en un estilo rápido y efectivo, Allen fundó una agencia de contenidos para la radio y el cine. Su fuerte era el armado de paquetes artísticos con guionista, director, actores y locaciones preestablecidos. Y un presupuesto férreo, pensado para ahorrar costos reciclando decorados, vestuarios y filmaciones de archivo.
Ante los resultados, la RKO Pictures lo contrató como productor. Al poco tiempo, le dio la oportunidad de dirigir. Su debut detrás de cámara fue con El mar que nos rodea (1953), documental basado en el libro homónimo de la bióloga marina Rachel Carson. Despegándose de la impronta poética y el mensaje medioambiental del original, Allen se explayó mostrando matanzas de ballenas y delfines, de la manera más explícita y sangrienta posible. Carson detestó la película y nunca más permitió que el cine abrevara en su obra. Allen facturó un éxito comercial que dejó dos millones de dólares de ganancia y le granjeó el Oscar al Mejor Documental de la temporada. “Supe que mi camino estaba ahí -contó el director-, yendo al mar. Al fondo del mar”.
El que guarda, siempre tiene
Lector ávido y curioso, Allen venía siguiendo en la prensa la epopeya del USS Nautilus, primer submarino nuclear de los Estados Unidos y primera embarcación en unir los océanos Pacífico y Atlántico, navegando bajo el agua a través del Polo Norte. Corría 1958 y, en el marco de la Guerra Fría, las dos grandes potencias peleaban una carrera espacial y otra submarina. Sin dudarlo, Allen eligió contar la segunda. “Intentó convencer a la 20th Century Fox, pero no tuvo suerte”, escribió Abbott. Las cosas cambiaron cuando realizó El mundo perdido (1960), audaz fusión entre la ciencia ficción y el cine catástrofe. El film funcionó muy bien en taquilla y el estudio se dignó a escuchar su propuesta.
La premisa giraba alrededor del submarino nuclear Seaview, al mando del almirante Harriman Nelson y el capitán Lee Crane, durante una misión que debía mantenerlos, en secreto, bajo la capa polar del Ártico. Mientras tanto, un meteorito levantaba la temperatura del mundo y empezaba a calcinarlo. A pedido del presidente estadounidense; y en combinación con científicos de Naciones Unidas, Nelson debía disparar un cohete nuclear al meteorito, para apagar fuego con fuego. En el camino, tendrían que anular al tripulante que pretendía sabotear el salvataje.
Fox le dio el OK y Allen se ocupó de elegir a los protagonistas. Walter Pidgeon, uno de los nombres fuertes de Hollywood y Broadway, aceptó convertirse en el almirante Nelson. David Hedison, que venía de protagonizar El mundo perdido, declinó el papel del capitán Crane porque el guion le había parecido “malo, pretencioso y poco creíble”, según sus propias palabras. El rol terminó recayendo en Robert Sterling, a quien pronto se sumaron otras figuras de renombre, como Joan Fontaine, Barbara Eden, Peter Lorre y el ídolo musical juvenil Frankie Avalon. “El reparto era maravilloso -recordó Allen-, pero lo más importante era el submarino”. El diseño, aerodinámico y futurista, fue definido por el propio Allen. Decidió un formato de apariencia orgánica, que remitiera a la cabeza de una mantarraya y el cuerpo de un avión, con enormes ventanales panorámicos en la cabina de mando, para poder apreciar las maravillas del ecosistema subacuático. Todo su armamento sería nuclear, portando torpedos y misiles capaces de aniquilar cualquier amenaza.
Viaje al fondo del mar (Voyage to the Bottom of the Sea) llegó a los cines estadounidenses el 12 de julio de 1961. La crítica no la recibió muy bien, pero el público llenó las salas a borbotones. Todo el mundo quedó enamorado del Seaview. La imagen del submarino vendió juguetes, modelos a escala para armar, rompecabezas, figuritas y luncheras. Theodore Sturgeon, uno de los grandes autores norteamericanos de ciencia ficción, fantasía y horror, escribió la novelización del film, que todavía hoy se sigue reeditando. Previsor, Allen arregló con Fox que una parte de sus regalías se las pagaran con las maquetas y los decorados que se habían utilizado en la filmación. Mandó todo a un depósito y se quedó con las tres miniaturas del Seaview en su oficina. “Mi familia me enseñó a no tirar las cosas -dijo-. Todo, alguna vez, vuelve a servir”. Tenía razón.
Ascenso vertiginoso
En 1963, la Cleopatra de Elizabeth Taylor y Richard Burton casi lleva a la quiebra a la Fox. Forzado a alejarse del cine, Allen encontró su nuevo lugar de residencia en el departamento televisivo del estudio. En cuanto tuvo la oportunidad, convenció a los directivos de llevar Viaje al fondo del mar a la pantalla chica. Para Abbott, “la carta del triunfo estuvo en el depósito”. Con las miniaturas, los decorados y todo el metraje original de la película, los costos de producción de la serie eran prácticamente inexistentes. En la piel del almirante Nelson, Allen colocó a Richard Basehart, actor de carácter que había descollado en Moby Dick, Los hermanos Karamazov y La Strada de Fellini. Sin emitir comentarios, David Hedison aceptó el papel que había rechazado en el film, el del capitán Crane.
El 14 de septiembre de 1964, Viaje al fondo del mar debutó en la pantalla de ABC. Sin renunciar al trasfondo de la Guerra Fría, la ficción justificó sus aristas más fantásticas llevando la acción al, por entonces, cercano futuro de los años ‘70. Creado para la investigación científica submarina, el Seaview era el arma nuclear más potente que el Gobierno de los Estados Unidos tenía para su defensa militar, en una coyuntura global dramática, oscura y ominosa. En ese sentido, si bien las tramas coqueteaban con la ciencia ficción en forma de monstruos marinos y el contacto con extraterrestres, la mayor parte de las aventuras especulaban con trasfondos de espionaje y tensión geopolítica. Con la Unión Soviética, pero también con una importante lista de gobiernos extranjeros tan ficticios como hostiles.
El programa fue un bombazo. El encendido de la ABC ascendió vertiginosamente; y el Seaview se volvió, otra vez, objeto de deseo masivo. Cómics, novelas, juguetes, maquetas, juegos de mesa, chicles, figuritas, sábanas y mochilas, entre otros productos comerciales, hicieron crecer todavía más el fenómeno. A partir de la segunda temporada (1965-1966) la serie pasó del blanco y negro al color; y adoptó un tono más ligero para sus tramas. Sin menospreciar los vaivenes políticos, los conflictos se volcaron mayoritariamente hacia el cine catástrofe y el terreno fantástico, con sobredosis de monstruos marinos, ballenas gigantes y hasta un cyborg a bordo. Los avances tecnológicos (para el bien y para el mal) se hicieron moneda corriente. El Seaview ganó un rayo láser y un minisubmarino amarillo para dos tripulantes, que fuera del agua tenía capacidad de vuelo. A causa de una úlcera, Basehart fue hospitalizado y Allen lo borró de tres episodios, sin dar mayores explicaciones para la ausencia del almirante Nelson. Según Hedison, “el ritmo de producción estaba empezando a dañar los resultados finales, pero el rating no sintió el impacto”.
Tocar fondo
Con Viaje… cómodamente instalado en el paladar estadounidense, Allen empezó a diversificarse, sin tomar conciencia de que empezaba a abarcar más de lo que podía apretar. Primero llegó Perdidos en el espacio (1965) y luego El Túnel del Tiempo (1966). Desde su majestuoso trono televisivo, dividió tiempo y atención entre las tres series, sin percatarse del bajón creativo que empezaba a afectar la línea de flotación del Seaview.
Con el estreno de la tercera temporada (1966-1967), la trama saltó a los lejanos ‘80 y el submarino se llenó de enemigos con ínfulas paranormales: Un cerebro malvado del espacio exterior, hombres lobo, momias, muñecos malditos, alienígenas cambiaformas, sirenas y una variada colección de hombres fósil, planta, de fuego y de hielo. “Sacando un episodio contra nazis que creían estar peleando en la Segunda Guerra Mundial, el tercer año de Viaje… viró a la fantasía bizarra, renunciando al verosímil que habíamos construido”, señaló Hedison.
La cuarta temporada (1967-1968) aceleró sin cambiar de rumbo. Alquimistas, titiriteros diabólicos, dobles de cuerpo, gorilas asesinos, hombres del futuro, cangrejos humanoides, duendes, yetis, el fantasma de Barbanegra, ovnis, la aparición del Holandés Errante y no sólo una, sino tres invasiones extraterrestres. Como si esto no alcanzara, la tripulación viajó en el tiempo hasta la prehistoria y la revolución independentista de los Estados Unidos. Para Abbott, “la serie, realmente, se hundió en el fondo del mar. Todos querían al Seaview, pero el programa perdió al público que había conquistado”. El 31 de marzo de 1968, con cuatro temporadas y 110 episodios, el almirante Nelson puso fin a su sueño submarino.
Allen sintió el golpe. En el corazón más que en el bolsillo. Viaje al fondo del mar había sido su niño mimado y, en cierta medida, el proyecto más personal de su carrera. No le tembló el pulso a la hora de hacer desarmar los decorados para aprovechar sus partes en otras producciones. Sólo se quedó con las tres miniaturas del Seaview, que cuidó con esmero hasta su muerte, en noviembre de 1991. Al momento de la sucesión, sólo aparecieron dos submarinos. Uno terminó en las manos de un coleccionista privado. Otro estuvo exhibido en la barra del Planet Hollywood de Beverly Hills hasta 2002, cuando fue donado al Museo de la Ciencia Ficción de Seattle, donde está en exhibición. El último continúa desaparecido. “La leyenda dice que se perdió en alguna mudanza, o que fue destruido por error -contó Hedison-. Yo, que conocí bastante a Irwin, elijo creer que lo devolvió al mar, una noche de primavera, en las playas de Coney Island”.
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