Una épica de injusticia y rebelión en Cataluña con gusto a poco
La catedral del mar (España, 2018). Creador: Jordi Frades. Guion: Rodolf Sirera, Sergio Barrejón, Antonio Onetti (basado en la novela de Idefonso Falcones). Fotografía: Teo Delgado, Cuco Segura. Edición: Carlos J. Sanavia. Elenco: Aitor Luna, Daniel Grao, Tristán Ulloa, Andra Duro, Pablo Derqui, Nathalie Poza, Anna Moliner, Michelle Jenner. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular
Construida con el dinero y el trabajo de los feligreses, la basílica de Santa María del Mar se erige en Cataluña como símbolo de la resistencia del pueblo al opresivo poder de los señores feudales durante la Baja Edad Media. Ese monumento ocupa, tanto en la famosa novela del español Idefonso Falcones como en la nueva miniserie de AtresMedia disponible en Netflix, el epicentro de una disputa de poder, que entonces se daba entre el rancio feudalismo de los terratenientes y el naciente protagonismo de los mercaderes del puerto, y hoy adquiere ecos políticos al calor de las demandas independentistas de la región catalana.
Con una esmerada ambientación de época y un elenco estelar, La catedral del mar apuesta a apropiarse del prestigio y la popularidad que recubre la novela, de allí su tesitura en la literalidad. Sin embargo, es esa decisión de ponerlo todo, de hacerlo de manera orquestadamente cruda y violenta, de grabar en la mente del espectador la injusticia y la ignominia de aquellos años, la que ata el resultado a esos efectos premeditados. La violencia renuncia al fuera de campo e invade el plano con la espectacularidad del gore, en una ficción que intenta arrimarse con precisión declarada a la veracidad que define a todo testimonio.
La historia comienza con Bernat Estanyol (gran interpretación de Daniel Grao, el Xoan de la Julieta de Almodóvar), vasallo de la tierra que pierde mujer y pertenencias a manos del señor feudal y escapa a la ciudad con su hijo recién nacido. De esclavo en los campos a ciudadano libre de Barcelona, su historia se concentra en los primeros episodios para luego dar aire a la de su hijo Arnau (algo esquemática caracterización de Aitor Luna), futuro arreador de piedras para la construcción de la catedral.
Los únicos caminos de salida son la religión y la guerra, territorios en los que el poder ofrece como contrapartida la catarsis del sacrificio, ya sea por Dios o por la patria. La reflexión sobre esos ideales es lo que le queda pendiente al relato, ya que muchas de las situaciones abusivas -violaciones, golpizas, humillaciones varias- quedan reducidas al mero impacto visual.
Otra de las claves elegidas para la adaptación es la construcción del arco narrativo que une a las generaciones a partir de sucesivas elipsis que, por momentos, resultan demasiado forzadas e intempestivas. Hay vínculos amorosos, disputas familiares y conflictos políticos que se establecen en unos minutos, para llevarnos a su resolución exprés luego de un prolongado salto temporal. Así, los amores se pierden o cambian con los nuevos vientos, los personajes secundarios se reducen a arquetipos funcionales, y el horizonte de la épica se diluye en los huecos que deja lo que no se ha podido representar.
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