Un día en el rodaje de El ministerio del tiempo, la serie que hace realidad los viajes al pasado
MADRID.– En la calle Duque de Alba, en la recta que separa las estaciones del subte Tirso de Molina y La Latina, detrás de la fachada del Palacio de la Duquesa de Sueca, diseñado hace más de trescientos años, se encuentra una curiosa institución. Este cuerpo de empleados públicos atesora un antiquísimo secreto: es posible viajar a través de los siglos. El Ministerio del Tiempo es la serie que cambió la televisión española, no solo por su modo original de narrar, sino, como señala uno de sus creadores, Javier Olivares, de producir. Cada capítulo, emitido por La 1, canal público español, genera una legión de espectadores que convierten con sus comentarios cada episodio en trending topic nacional (e incluso mundial). En la Argentina puede verse por TVE Internacional y por Netflix .
Aquella locación es solo uno de los innumerables planos de Madrid que toma la serie. Es en realidad en el municipio de Boadilla del Monte, en las afueras de ciudad, cerca de la denominada Ciudad de la Imagen, donde se encuentran algunos de los sets –platós, como se les dice en España– más sofisticados de la TV, el lugar donde se graba El Ministerio del Tiempo. Varios edificios albergan los decorados de un programa que ha generado más que devotos: un grupo de adictos orgullosos llamados "los ministéricos". Hugo Silva (conocido en la Argentina por su papel en el film El hilo rojo) sale vestido con un traje del siglo XIX de un edificio vidriado y moderno propio del siglo XXI. Algunos minutos después, el actor se sube a un auto conducido por el equipo de producción para viajar a unas cuadras de distancia y también a otro siglo.
Holística, la serie recorre la historia de España, hundiéndose en la vida privada de las personas públicas (Goya, Cervantes, Hitchcock, Bécquer, Picasso, etc.), pero también retratando pequeñas historias de personas olvidadas. La economía, la cultura, el arte, la política, las costumbres, el lenguaje, la religión y la tradición son solo algunas de las innumerables aristas de una serie que Javier Olivares tilda de "berlanguiana", en referencia a Luis García Berlanga, el director que retrató de modo irónico y mordaz la sociedad española, a lo largo de una extensa filmografía que incluye Bienvenido Míster Marshall (1953) y París-Tombuctú (1999).
Olivares, historiador y profesor universitario, había trabajado como guionista de Los hombres de Paco y Los Serrano, entre otros programas exitosos, pero su sueño era crear una serie que narrara la vida de Isabel la Católica. El resultado fue el diseño de una serie también producida por TVE que mostró el complejo entramado político de una época y los primeros pasos de la monarca más importante de la historia de España, desde su nacimiento hasta su coronación. Javier Olivares escribió la primera temporada de Isabel junto con su hermano Pablo, sumidos en una minuciosa labor documental. Luego, ambos tuvieron la idea de El Ministerio del Tiempo, una serie que Pablo no pudo ver estrenarse, ya que murió en 2014, poco antes de que se estrenara.
El ministerio en cuestión es el sitio donde se encuentran a diario un grupo de empleados españoles, cuya tarea mantienen en la más absoluta confidencialidad, con el fin de evitar que la historia se modifique. Los obstáculos son algunos enemigos franceses, quienes también conocen este secreto, e incluso algunos boicoteadores del sistema. A fines de la segunda temporada, aparece una criatura peligrosa, Lombardi (interpretado por Roberto Drago), un charlatán, un pendenciero... un personaje argentino. El intento por mantener el pasado como está, con sus aciertos y fracasos, es un argumento con el que algunos tildaron a la serie de tener una visión conservadora, aunque también con vehemencia se la acusa de "roja".
Una de las primeras mujeres universitarias de España, la catalana Amelia Folch (Aura Garrido); un capitán del siglo XVI, Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda); un enfermero del siglo XXI (Rodolfo Sancho); un policía de la década del 80 (Hugo Silva) y una espía de la Segunda Guerra Mundial (Macarena García) son miembros de los escuadrones, de los que también participa la experta funcionaria (Cayetana Guillén Cuervo). Pero hay dos personajes que conquistaron a los espectadores: Lope de Vega, interpretado por Víctor Clavijo, un seductor serial, y también el gran pintor Diego Velázquez, compuesto por Julián Villagrán, responsable de hacer los identikits de los sospechosos que investiga el Ministerio.
Las oficinas del ministerio es el lugar donde se discuten los casos, donde se dan cita los protagonistas. El despacho de Salvador Martí, el funcionario principal, está decorado con algunos cuadros que aparecen en los planos generales: retratos de los mismos realizadores de la serie. Laberíntico, y con una escalera helicoidal que conduce a diversas puertas que abren al pasado (gracias a la magia de un cromo verde), la cafetería del ministerio opera realmente como un sitio de descanso de los actores. Una mujer caracterizada como indígena del siglo XVI revisa su teléfono celular. Una mujer de la mano de un niño espera el momento en el que vistan al pequeño con taparrabos. En un pasillo, Koldo Serra (el director de la costosa producción Guernika), quien dirige el episodio, pide solucionar un problema en el audio, exigente con el resultado. Javier Ruiz Caldera (Anacleto y la que promete ser la película más taquillera de 2018, Superlópez) y Gabe Ibáñez (Autómata) son también los directores invitados para algunos episodios de la serie, cuyo director general es Marc Vigil. Cada episodio tiene un presupuesto cercano a los 700.000 euros, un desembolso significativo para una serie de la televisión pública.
Miguel Ángel Muñoz, invitado para algunos capítulos, confunde la letra. Está dentro de una carpa de mimbre y el calor es insoportable, pero son apenas algunos minutos. Nacho Fresneda, con quien comparte la escena, el hombre más alto de todo el set, saluda a los desconocidos con una sonrisa encantadora. Su personaje es el emblema de la tradición, y también del honor. De repente, suena un timbre. Son las seis de la tarde y el equipo tiene algunos minutos de descanso: un café, agua mineral y un bocata (un sándwich pequeño) son el refrigerio. La jornada continuará en breve. El tiempo no para y tampoco el éxito de una serie escrita con erudición, pero también con humor.
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