TV Retro: Petrocelli, la exitosa serie de un abogado de carne y hueso que nació de un fracaso
Estrenado en 1974, el show televisivo se convirtió en un suceso a nivel global gracias a la particular personalidad de su protagonista
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Hay palabras, frases y expresiones que denotan la edad del que las dice. De acuerdo a su utilización, a su entonación o al contexto, uno puede calcular bastante bien cuántos años tiene su interlocutor. En muy raras ocasiones también se da con los apellidos, por ejemplo Petrocelli, que puede remitir a un periodista deportivo o a un abogado incorruptible, de acuerdo a los primeros números del DNI del declarante.
Qué llevó a esta serie de dos temporadas, 44 capítulos y protagonista desconocido a quedar tan grabada en los nostálgicos recuerdos de una generación, es una pregunta difícil de responder, tanto como aquellos casos de imposible resolución, que el carismático abogado desentrañaba con vehemencia y sin despeinarse, mientras levantaba las paredes de una casa que nunca terminó.
La “familia judicial” no goza, a priori, del beneplácito social, pero suele ser un imán irresistible para los consumidores de ficción. Hoy en las plataformas, y antes en la televisión abierta o el cine, los abogados siempre estuvieron entre los personajes más convocantes para la platea. El que picó en punta, o al menos quedó más en el recuerdo, fue el Perry Mason de Raymond Burr (creado por el gran Erle Stanley Gardner), que durante nueve temporadas que comenzaron en la década del 50 instaló ese híbrido de jurisconsulto y detective que todavía hoy se mantiene. La referencia no es casual, porque ya entrados los 70, Petrocelli tomó la antorcha, aunque a su manera.
La idea de Harold Buchman y Sidney J. Furie, creadores del programa, fue sacarle al protagonista la solemnidad que tenían sus colegas, imprimiéndole una serie de características de hombre común, que sirvieran para empatizar más rápido con el televidente. Anthony “Tony” Petrocelli defendía de manera brillante a un acusado de asesinato, mientras buscaba el mejor precio de neumáticos para su camioneta; encontraba al responsable de un robo de joyas mientras agarraba el fratacho para levantar una pared de ladrillos, y se valía de su profundo conocimiento de la ley para buscar justicia mientras recurría a los trucos más infantiles para estacionar en la calle sin pagar el parquímetro. Petrocelli no era intocable y perfecto, sino un laburante medio atorrante que se ganaba el sueldo como podía. Pero eso sí, el mejor en lo suyo.
La película de Petrocelli, el origen de la serie
La historia de Petrocelli comienza varios años antes de su andadura televisiva. En 1970 se estrena la película The Lawyer, en la que el personaje debutó como defensor de un médico acusado de matar a su esposa. El guion de Buchman y Furie había sido inspirado por la historia real del médico osteópata Sam Sheppard, señalado como responsable del asesinato de su esposa Marilyn. Este caso, ocurrido en 1954, fue seguido atentamente por los estadounidenses gracias a sus características novelescas y por el carisma de su abogado. Curiosamente, esa misma historia también fue la base de otro clásico de la pantalla chica: El fugitivo.
Como la intención de Paramount -productora de la película- no era gastar mucho dinero, se buscó para la película a un protagonista que no fuera conocido. Un breve casting desembocó en Barry Newman, un actor hasta ese momento sin demasiados blasones, que combinaba bolos en series de la época (como por ejemplo El superagente 86) con un trabajo de mozo en un restaurant de Hollywood.
Terminado el rodaje, y gracias a sus magros méritos artísticos, The Lawyer estuvo a punto de no estrenarse. Un año y medio tuvo que esperar el pulgar para arriba, y cuando finalmente llegó, ni el público ni la crítica la acompañó. Barry Newman cobró por su trabajo y se dispuso a seguir golpeando puertas, convencido de que esta había sido una experiencia del montón. Pero se equivocaba.
Vista hoy, The Lawyer tiene bastantes problemas, pero también algunos aciertos. El mejor de todos, construir el imaginario del protagonista, que cuatro años después se potenciaría al infinito, convirtiéndolo en un ícono de la cultura popular. Todo estaba ahí, la cuestión era cómo aprovecharlo.
Promediando la década, y sin muchas ideas para vender, Sidney Furie decidió retomar al personaje de su película, suavizarle el estilo, hacerlo más simpático y vender una serie con su nombre. Dados los pobres resultados del film, la empresa no fue fácil, pero finalmente lo logró. Petrocelli debutó el 11 de septiembre de 1974, con mismo actor protagonista, pero esta vez acompañado por Susan Howard en el rol de su esposa y asistente Maggie (en la película se llamaba Ruth y estaba interpretada por Diana Muldaur), y Albert Salmi como su compañero investigador Pete Ritter. El tema de inicio, que todavía hoy remite inmediatamente a la serie, estuvo a cargo de Lalo Schifrin, un “imprescindible” de la época.
Ya desde el primer capítulo se comenzó a explorar este concepto de “cercanía” entre el personaje y la audiencia. Abogado de familia italiana y familiero, que vivía en una casa rodante mientras construía su casa a pulmón, y que tenía una oficina en el primer piso de una calle de un barrio rural de San Remo. Siempre prolijo, pero nunca ostentoso, Petrocelli iba de un lado para otro con su maletín bajo el brazo (como buen abogado), enfrentándose con quien sea para ganar el caso. En este aspecto, la serie presentó la curiosidad de apelar a flashbacks diferentes de acuerdo a quien contara la historia. Por lo general, la estructura comenzaba con la versión de la parte acusadora, luego la del testigo y finalmente la de la defensa. Así, el espectador podía ver una misma escena desde diferentes puntos de vista y resoluciones, para que sobre el final el protagonista presentara en forma de alegato, aquella versión que solía ser la definitiva y certera.
El abogado del pueblo
A diferencia de su alter ego fílmico, más dado al claroscuro, el Petrocelli televisivo tenía una férrea convicción de ética y moral, que incluso lo llevó a rechazar cualquier caso envuelto en un halo de mentira y corrupción. Esta condición tan determinante fue también uno de los pilares más celebrados por el público que seguía la serie. Si Petrocelli te defendía, seguro eras inocente.
Los buenos números de rating de su primera temporada llevaron a autorizar rápidamente una segunda. Y si bien los guiones mantuvieron su calidad, la falta de matices terminó haciéndole perder brillo. Más allá de los vaivenes del caso, y la duda sobre quién de los implicados fue realmente el responsable, no había sorpresas. Ni fiscales corruptos, ni jurados involucrados, recursos que luego serían habituales en este tipo de propuestas.
Petrocelli resolvió su último caso a comienzos de 1976, de la misma manera que había comenzado: con sus convicciones intactas y la casa sin terminar.
Barry Newman no tuvo que volver nunca más a trabajar en el restaurante, aunque tampoco logró otro éxito del mismo calibre. Continuó como invitado en otras series (como Reportera del crimen o NYPD Blue), con un mejor sueldo que en su juventud y el respeto eterno de quienes se criaron viendo sus andanzas judiciales. Todavía en actividad, nunca ganó un premio por su más de medio siglo de trayectoria. Y fue nominado solo dos veces, una para un Emmy y otra para un Golden Globe, ambas por Petrocelli. Una injusticia que el abogado de origen italiano jamás habría dejado pasar.
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