The Widow: contrabando y corrupción en una fallida serie protagonizada por Kate Beckinsale
The Widow (Gran Bretaña, 2019). Dirección: Oliver Blackburn, Samuel Donovan. Guion: Harry y Jack Williams. Fotografía: Stuart Howell, John Lee. Montaje: Daniel Greenway, Peggy Koretzky, David Thrasher. Elenco: Kate Beckinsale, Alex Kingston, Ólafur Darri Ólafsson, Charles Dance, Babs Olusanmokun, Bart Fouche. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: regular.
Pensada no solo como la incursión de Kate Beckinsale en el mundo del streaming sino como una apuesta de alto vuelo para los guionistas británicos Harry y Jack Williams vía Amazon , The Widow es una decepción por partida doble. Todo el nervio y la tensión que los autores supieron transmitir en series como The Missing, o incluso Liar, aquí se diluye en un forzado entramado de atentados aéreos y contrabando de minerales, sumergido bajo el tentacular misterio de una desaparición. Y Beckinsale no puede estar más fuera de tono, escindida entre la obsesionada viuda que busca a su marido perdido en el Congo y una heroína de acción que atraviesa la selva como Rambo, dispara a maleantes y protege niñas huérfanas sin nunca perder el glamour.
La serie de ocho episodios comienza en el lacónico presente de Georgia Welles (Beckinsale) en un rústico poblado galés. En una visita al hospital descubre, en las imágenes televisivas de la crisis política que azota al Congo, la silueta de su marido desaparecido hace tres años. A partir de allí, Georgia regresa a África y a su pasado, para desentrañar lo que ha sucedido y dar sentido a esos confusos acontecimientos que persisten vagos en su memoria. Todo podría haber funcionado bien en ese péndulo entre presente y pasado necesario para la intriga. Pero no, la lógica del relato se empantana en sucesivos giros que se desclasifican como anunciadas revelaciones: los amigos son traidores, la desvalida Georgia es capitana de la Fuerza Aérea, hay muertes y conspiraciones que se distribuyen cada vez que la historia parece tornarse monótona.
El uso de los exteriores africanos, de la población local y los conflictos políticos de esa zona del mundo se subordinan a los mecanismos de una historia que se vuelve moralista por momentos, e incongruente en otros. El torpe uso del fantástico para señalar la mala conciencia de un general corrupto, o el compendio de una historia de amor y traición como justificación de actos criminales por parte de una activista internacional, son ejemplos del derrotero caprichoso que asumen varios personajes, siempre al servicio de las volteretas que decide dar la acción.
Fallida en su conjunto, hay escenas que sostienen un ritmo propio, casi como satélites. Una de ellas es la escapada de Georgia en la noche, en el interior de una construcción en ruinas, mientras el custodio del negocio de contrabando la acecha de manera sigilosa. Y lo más interesante resulta ser la línea argumental que sigue a Ariel (Ólafur Darri Ólafsson, el notable protagonista de la islandesa Trapped), un ciego cuyo presente se vincula de manera ambigua con el accidente aéreo y cuyo recuerdo alberga las claves para alguna posible resolución.
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