La comedia ambientada en una aburrida oficina de venta de papel perdura como una sitcom clave del siglo XXI
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Así como en los noventa Seinfeld marcó un quiebre en la forma de comprender la comedia en televisión, en el siglo XXI fue The Office la serie que cambió las reglas del juego. Con un registro de falso documental, y prescindiendo de elementos muy asociados a la sitcom, este título debió superar varias pruebas convertirse en un verdadero clásico de la televisión.
Una historia importada
Protagonizada por Ricky Gervais, The Office llegó a las pantallas inglesas a finales del 2003. Su éxito casi inmediato y sus muchas victorias en los Globos de Oro fue el puntapié para que la NBC encargara una remake hecha en Estados Unidos.
La tarea no era nada sencilla: la versión oficial contaba con poco más de diez episodios y el apagado humor de Gervais parecía complicado de traducir a la lógica de las usualmente más coloridas sitcoms norteamericanas. Y quien finalmente aceptó ese desafío, fue el guionista y productor Greg Daniels, reconocido por trabajar en series hit como Los Simpsons, King of the Hill, y por la escritura de un elogiado episodio de Seinfeld llamado “The Parking Space”. Daniels tenía un sentido del humor preciso, que bebía más de las incomodidades que de las risas amables, y su conducción era la única que podía llevar a esta remake a buen puerto. Pero ante todo, el guionista sabía que el primer paso era el de mostrar respeto a la versión británica, y por eso llevó a cabo la escritura de un guion que en esencia, era una copia del piloto británico.
Bajo el título The American Workplace, Daniels escribió un piloto que tomaba los rasgos más importantes de la ficción original: la presencia de un antipático jefe, un subalterno que constantemente intentaba congraciarse con él, otro empleado sutilmente enamorado de la secretaria del lugar y un desfile de otros tantos oficinistas de rutinas apagadas. En las páginas de ese libreto, Daniels establecía un molde claro y respetuoso de la versión británica, pero que aún no presentaba una personalidad propia. De esa manera, el plan del productor consistía en apoyarse en el carisma de sus estrellas y en la química surgida durante los rodajes para que la sucursal americana de esa oficina levantara vuelo. Y debido a eso es que Daniels necesitaba actores talentosos que se animaran a improvisar y que le dieran a esa remake un perfil definido. El showrunner lo sabía: en gran medida, todo dependía de encontrar al Michael Scott perfecto.
El mejor jefe del mundo
Michael Scott era de todo menos encantador. Era un jefe amante de las bromas pesadas, que trataba con un relativo desprecio a sus empleados, inseguro en la toma de decisiones y, en esencia, un incompetente para el cargo que ocupaba. Tampoco era dueño de un gran carisma, y su diálogo era tosco y muchas veces, hasta irrespetuoso. Ese conjunto de rasgos lo convertía en el motor de la historia, en un personaje anzuelo de esos que deben capturar la atención de los espectadores.
La lista de aspirantes a Michael Scott era larga: muchos actores se mostraron interesados en ese rol, a sabiendas de las enormes posibilidades para la comedia que permitía una criatura tan despreciable. Entre algunos de los nombres que se postularon estuvieron Alan Tudyk, Nick Offerman, Hank Azaria, Martin Short y Bob Odenkirk. Un comediante llamado Steve Carell, que por esa época trabajaba en la comedia Come to Papa, también se presentó al casting, pero fue descartado. Will Ferrell finalmente se quedó con el papel, pero terminó por rechazar la oferta, y así fue que Carell volvió a la carga y logró convencer a los productores de ser el Michael Scott ideal.
A diferencia de otros actores confirmados, Carell procuró no ver la edición británica de The Office. Su intención por bucear en su versión de ese jefe, lo hizo ignorar por completo el trabajo de Ricky Gervais, con el objetivo de no elaborar una fotocopia sino más bien un personaje totalmente nuevo (a pesar del guion en común). Y el tiempo no tardó en darle la razón.
Amor eterno
John Krasinski era un joven actor con muy poca experiencia, cuando llegó a sus manos el guion del piloto de The Office. Él fue convocado para leer al personaje de Dwight, pero pronto se dio cuenta que el de Jim era un papel más apropiado. Por ese motivo le insistió a los directores de casting para que le permitieran audicionar para Jim, pero la respuesta fue un rotundo no. Sin embargo, la llegada de un intérprete llamado Rainn Wilson, que no obtuvo el papel de Michael Scott pero sí el de Dwight, le permitió a Krasinski salirse con la ayuda, y presentarse como candidato a Jim.
El día del casting llegó, y mientras John esperaba a ser llamado para la prueba, un hombre se sentó a comer a su lado. Esa persona le preguntó si estaba nervioso, y Krasinski respondió: “En realidad, no tanto. Estas cosas se dan o no se dan. Lo que sí me pone nervioso es todo este proyecto. Realmente soy un gran fan de The Office, y estas remakes tienen la tendencia a estropear el material original. No sé cómo podría seguir adelante si llego a quedar y la serie resulta ser un desastre que perjudique mi carrera”. El hombre a su lado le respondió entonces: “Mi nombre es Greg Daniels, y yo aquí soy el productor ejecutivo”. El joven actor no sabía dónde esconderse, porque le había hecho el peor comentario posible a quien debía elegirlo o no para el rol de Jim.
Krasinski leyó el papel de Jim, y a los productores les gustó. El actor audicionó junto a otras posibles candidatas a ser Pam, el interés romántico del personaje. Una de las mujeres con las que hizo prueba, era una joven llamada Jenna Fischer; cuando poco después a ella le confirmaron que se había quedado con el papel, lo primero que preguntó fue si ese tal Krasinski había logrado quedarse con Jim. Por su parte, cuando al actor le confirmaron que iba a ser Jim, su respuesta fue la misma: “¿Jenna Fisher obtuvo el rol de Pam?”. La química entre ambos, otro de los ejes de la historia, ya estaba en marcha.
Una oficina imposible
El primer episodio de The Office llegó a la televisión de Estados Unidos el 24 de marzo de 2005, y ni el rating ni las críticas fueron demasiado favorables. El público le era indiferente a esa ficción, que al menos en sus episodios iniciales no mostraba un vuelo mayor al de la versión británica. Por ese motivo, el clima de desánimo era generalizado en las filmaciones, y ninguno de los actores consideraba que la ficción tuviera demasiado futuro. “En todos los episodios siempre decíamos que estábamos grabando algo bueno, pero que lamentablemente iba a ser el último”, contó alguna vez Krasinski sobre el desánimo general que rondaba en el set. Sin embargo, la señal NBC le dio un voto de confianza a The Office y renovó el show para una segunda temporada, cuyo estreno fue el 20 de septiembre de 2005.
En los nuevos capítulos, poco a poco, el productor Greg Daniels pareció empezar a encontrar esa voz propia que tanto buscaba para su show. Los actores y las actrices de la ficción estaban más sumergidos en sus roles, especialmente todos los secundarios, que se la pasaban revisando sus mails y jugando por internet en sus computadoras mientras las cámaras los filmaban de fondo. Pero lo más importante fue la evolución de los personajes centrales.
El Michael Scott de la segunda temporada, era muy distinto al de la primera: el jefe poco a poco era más simpático en su torpeza, menos ácido en sus faltas de respeto. Los espectadores no necesariamente lo querían, pero al reírse de él se estableció una complicidad sólida. Pero la gran vuelta de tuerca fue que la sucursal de Scranton comenzó a prosperar como negocio, y el ver a un inútil como Scott triunfando en el mundo de la venta de papel, fue un gran motor para la comedia.
Michael Scott evolucionó a paso acelerado, Steve Carell encontró espacio para desarrollar un protagonista que podía ser inesperadamente tierno, como también involuntariamente ofensivo. Y esa torpeza inherente al personaje le permitía a los guionistas hacer humor con tópicos difíciles para otras sitcoms, porque la obsesión de Michael por ser políticamente correcto culminaba en un humor absolutamente incómodo, que finalmente era el pasaje a esa personalidad propia que tanto buscaba el productor Greg Daniels. Y si bien las historias satelitales funcionaban a la perfección, Michael Scott era el capitán de un barco que supo cambiar las reglas de la comedia en la televisión. Por ese motivo, la noticia de su partida, fue un golpe que la ficción no pudo terminar de soportar.
Un éxito póstumo
Cuando la sexta temporada de la serie finalizó su rodaje, Carell anunció su retiro. De esa forma, en abril del 2011 y en el episodio número 148, Michael Scott se despedía en un capítulo que conmovía sin forzar situaciones, sin golpes bajos y con la conclusión de un personaje al que el público había aprendido a querer. Los jefes posteriores, con sus altos y sus bajos, no pudieron llenar nunca esos zapatos (aunque el Robert California de James Spader sí tuvo grandes momentos), y las tramas con Dwight, Jim y Pam (a quienes los guionistas quisieron divorciar) junto al resto de sus compañeros, pronto cayeron en lugares comunes y desenlaces poco elaborados. Ya sin más historias para contar, en mayo de 2013, The Office cerró sus puertas con el vigésimo quinto capítulo de la novena temporada. Sin embargo, la leyenda apenas empezaba.
The Office nunca fue un boom en materia de rating. Nunca alcanzó los números de otras comedias hit de la época como The Big Bang Theory o Two and a Half Men. Pero la NBC la mantuvo al aire porque sabía que era una comedia de gran calidad, que no necesitaba ni risas pregrabadas ni lecciones de moralina tan presentes en otras sitcom en la línea de Friends. “A la gente le tomó unos diez años luego del final realmente engancharse con la serie. Cuando estábamos al aire, a nadie le importaba este show, que apenas tenía un núcleo duro de seguidores de unos pocos cientos de personas”, admitió Carell tiempo después.
The Office nunca traspasó el puesto 41 de las ficciones más vistas de Estados Unidos. Pero luego de su final, cuando el título llegó a distintas plataformas streaming, el público lo descubrió y lo convirtió en un verdadero boom, que incluso llegó a convertirse en la serie de producción no original más vista del catálogo de Netflix. Y aunque al día de hoy algunos fans mantiene una absurda batalla entre cuál de las dos The Office es mejor (cuando son productos totalmente distintos), la relevancia de este falso documental dentro del marco de la historia de la comedia televisiva resulta cada vez más contundente.
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