Desde el miércoles 9, la quinta temporada de la exitosa serie estará disponible en Netflix con un nuevo elenco al frente y el arribo de los “años terribles” a la Corona
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“¿Le puedo mandar un saludo a mis amigos de Buenos Aires?”, pregunta a modo de despedida Jonathan Pryce, el británico que más cerca está de ser un argentino honorario. Claro que la razón de la charla vía Zoom con LA NACION, que concluyó con el sincero recuerdo para sus amigos porteños, no tuvo que ver con sus experiencias interpretando a la versión de Juan Domingo Perón de Andrew Lloyd Webber en el musical Evita –llevado al cine por Alan Parker en 1996– ni con su encarnación del papa Francisco en la película de Netflix Los dos papas. Esta vez, al galés le tocó primero encarnar a -y ahora charlar sobre- Felipe, el príncipe consorte de Gran Bretaña a lo largo de las últimas décadas de su vida en la quinta temporada de The Crown, disponible desde el miércoles 9 en la plataforma. Un personaje que a diferencia de Perón y el Papa, explica el actor, siempre formó parte de su vida.
“Tenía seis años cuando Isabel II fue coronada así que desde que tengo memoria supe quién era Felipe e inevitablemente eso hizo que, como el resto del mundo, me formara una opinión sobre él. Sin embargo, cuando me dediqué a investigar su vida con mayor profundidad lo que más me sorprendió fue el escaso registro que hay de él hablando en público: lo mismo sucede con la princesa Margarita y con la Reina Madre. Tuve que rastrear quién era el hombre detrás de los títulos catástrofe: en general tuvo mala prensa y siempre parecía estar dando algún mal paso político o metiendo la pata públicamente. Lo interesante fue descubrir cosas sobre Felipe que realmente puedo admirar. Ayuda mucho si podés armar el personaje que te toca interpretar sobre una base de genuino respeto por el ser humano. Por supuesto que me resultó mucho más fácil encontrar eso con el papa Francisco, una persona que en principio entró a nuestras vidas de un momento para otro y todo lo que hace y dice está en el ojo público desde entonces”, reflexionaba hace unos días el actor, quien se incorporó a la serie cuando el duque de Edimburgo aún vivía y que se enteró del fallecimiento de la reina mientras filmaba una nueva película, One Life, junto su viejo amigo y coestrella en Los dos papas, Anthony Hopkins.
Para Imelda Staunton que, sentada a su lado, sonríe con una afabilidad totalmente desconocida para su personaje más popular, la espantosa Dolores Umbridge de la saga Harry Potter, la noticia de la muerte de la reina -el suyo es el último relevo de actrices en el papel que inició Claire Foy y continuó Olivia Colman-, le llegó al final de un día de grabación de la sexta temporada. Pronto, viendo las muestras de afecto y emoción que el acontecimiento despertó en el mundo entero, Staunton entendió que la única manera de seguir adelante con su trabajo –después de la semana de pausa en señal de respeto que se tomó la producción–, era concentrarse en hacerle justicia al sentido del deber y el férreo compromiso con su tarea que tenía Isabel II y que la serie, con todas sus licencias narrativas, refleja desde sus primeros episodios.
La muerte de la reina, el 8 de septiembre, elevó las expectativas de los espectadores hasta las nubes. Ya eran altas desde que se supo que la trama de la quinta temporada estaría centrada en los años 90, un turbulento período para la familia real británica, época en que ocurrió la debacle del matrimonio de la princesa Diana (Elizabeth Debicki toma aquí la posta de Emma Corrin) y el príncipe Carlos (Dominic West).
Los nuevos episodios, según lo esperado, exploran en detalle el tenso vínculo entre los príncipes, la publicación del libro de Andrew Morton con las escandalosas revelaciones sobre el cuento de hadas vuelto pesadilla que resultó su casamiento, la entrevista que dio la princesa a la BBC y el papel que jugó Camilla Parker Bowles (Olivia Williams), la actual reina consorte, en la separación. Pero más allá de esos hitos conocidos por todos, la maestría de Peter Morgan, creador y guionista de la serie, reside en contrastar la unión de Carlos y Lady Di –esa que en la temporada anterior el príncipe había bautizado como “una grotesca alianza malavenida”– con el matrimonio de Isabel y Felipe. Una relación que Staunton y Pryce lograron construir gracias a sus muchos años de amistad y trabajo conjunto en los escenarios teatrales.
Abandonando las naves
“Aunque no tenemos tantas escenas juntos como nos gustaría, lo lindo es que nos conocemos hace mucho. Lo mismo sucede con Lesley Manville, quien interpreta a la princesa Margarita, así que éramos como una familia desde el comienzo. Y eso nos sirvió mucho porque si esto fuera una obra teatral habríamos tenido meses de ensayos, un lujo que en la TV no existe y por eso tener ese lazo de antemano hizo que pudiéramos construir el de nuestros personajes. Además, ambos tenemos la suerte de tener matrimonios de muchos años –Staunton está casada con Jim Carter, el mayordomo Carson de Downton Abbey, hace casi cuatro décadas–, así que sabemos cómo se siente estar en pareja tanto tiempo. El caso del matrimonio de Isabel II es paradigmático, porque ellos estaban genuinamente enamorados pero además formaban parte de un negocio, del negocio de pertenecer a la realeza con todos los deberes y compromisos que eso supone”, cuenta Staunton.
La reina, en estos nuevos capítulo, empieza a intuir que como ocurre con el Britannia, el yate que el pueblo le “regaló” tras su coronación en 1953, muchos están listos para pasarla a retiro. Cuando se habla de esa “reliquia de otra época”, en referencia al barco, se apunta también a la monarca, especialmente en la opinión de su heredero, el príncipe Carlos. Una opinión que le causa enorme irritación a Felipe; según esta versión ficcionalizada de los Windsor, nunca pudo sentir otra emoción que aquella por su hijo mayor, lo más parecido a un antihéroe que se permite The Crown.
“La corona tiene las funciones de un objeto inanimado y él prefiere ser todo lo contrario”, le dice Isabel II al primer ministro John Major, interpretado por Jonny Lee Miller, en una de esas audiencias entre la reina y los líderes de gobierno que son el hilo conductor de la trama desde el inicio de la serie. Parte integral e intento de iconoclasta del sistema monárquico que le da sentido a su existencia, el Carlos de The Crown entiende su papel en el escenario del poder británico casi en las antípodas del punto de vista que rigió la vida de sus padres, estoicos en público e incógnitas en su vida privadar. Como señalan las voces más críticas contra la serie, toda idea sobre la vida íntima de la reina y los suyos es pura especulación, una batería de hipótesis imposibles de probar. Y sin embargo, la ficción no es ni intenta ser una ciencia exacta.
A lo que aspira The Crown desde el comienzo es a construir un retrato fascinante de una figura tan conocida como enigmática, una que hizo de la represión de sus opiniones una forma de arte. “Para mí es más interesante interpretar a una persona a la que le gustaría decir las cosas pero no puede hacerlo. Como actriz, un personaje así me presenta un desafío y encarnar a la reina refuerza eso. Para mí, al actuar es tan importante transmitir sentimientos como ocultarlos, especialmente frente a las cámaras”, explicó Staunton, que en la piel de la reina Isabel II se esfuerza y casi siempre logra ser la representación humana del espíritu británico resumido en aquel eslogan creado en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial: “Mantené la calma y seguí adelante”.
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