La serie basada en el personaje creado por Edgar Rice Burroughs, se emitió con mucho éxito entre 1966 y 1968, con Ron Ely en el rol protagónico
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La génesis de Tarzán descansa sobre la personalidad de su creador, Edgar Rice Burroughs. Nadie pensaba que el personaje pudiera ir más allá de la colección de novelas que lo tiene como protagonista. Nadie salvo él. Lo insólito de Burroughs es que se trataba de un hombre sin vocación por la literatura, que llegó a ella como medio de subsistencia, cuando ya estaba cerca de cumplir cuarenta años.
Los héroes que imaginaba tenían la característica común de no moverse en un escenario convencional. Antes que el hombre mono, otros personajes nacidos de su pluma vivían sus aventuras en Marte, la Luna o incluso en locaciones imaginarias. Y no es que Tarzán fuera una excepción, porque al momento de su debut, en 1911, la jungla era un escenario misterioso e impredecible, tanto o más que cualquier planeta del sistema solar.
A regañadientes de su creador -que prefería una ficción mucho menos contrastable con la realidad-, el personaje fue un éxito que dio pie a 25 novelas y una auspiciosa cuenta bancaria. Y aquí fue donde se vio la astucia de Burroughs para los negocios porque, adelantado a su tiempo apenas vio el entusiasmo por su criatura, el escritor comenzó a vender los derechos del nombre para diferentes productos comerciales, como así también para otros formatos. Hacia 1918, Tarzán tenía programa de radio, y se preparaba para debutar en el cine encarnado por Elmo Lincoln (a quien Disney homenajeó años después en la película homónima). Para el famoso grito faltarían unos años más, porque el cine todavía era mudo.
Y aunque su perfil cinematográfico remite inmediatamente a Johnny Weissmuller, desde su llegada a la pantalla grande las películas de Tarzán se sucedieron casi sin descanso, gracias a la prolífica base editorial con la que contaban. Paralelamente a su éxito, comenzaron a aparecer las preguntas sobre los motivos. Algunos hablaban de la inspiración en la mitología romana del “héroe criado por animales”, otros del escenario desconocido e impenetrable como imán de la fantasía, y unos cuantos relacionaban las historias a la supremacía del hombre blanco ante un entorno hostil. Ni a Burroughs ni a su criatura les importaba demasiado el tema. La idea funcionaba en cualquier formato o latitud, incluso en la Argentina llegó en la década del 50 como un serial radiofónico, con las voces de César Llanos (Tarzán), Mabel Landó (Juana) y Oscar Rovito (Tarzánito). Así transcurrió la primera mitad del siglo, y cuando parecía que el personaje no tenía nada nuevo que ofrecer: llegó la televisión.
El primer intento de llevar las aventuras de Tarzán a la televisión fue en 1957. La apuesta era más o menos segura porque el protagonista sería Gordon Scott, actor muy identificado con el personaje ya que lo encarnó en seis producciones cinematográficas. Sin embargo, el presupuesto asignado no alcanzaba para trasladar los escenarios a la pantalla chica, y de la idea solamente sobreviven algunas pruebas de cámara. La década siguiente llegó finalmente su debut televisivo, referente de una generación, y con cambios que en su momento fueron resistidos, y hoy reafirman la vigencia de su figura.
Un Tarzán para una nueva generación
El productor Sy Weintraub era quien tenía los derechos del personaje, y a mediados de la década del 60 se sentó con los ejecutivos de NBC para cerrar un acuerdo que permitiera su llegada a la televisión. El argumento de Weintraub era incuestionable: había pasado medio siglo desde su nacimiento, y Tarzán continuaba teniendo un sostenido éxito en cuanta película apareciera; además, el entusiasmo de aquellos chicos que lo habían conocido por el cine, llevaba a un aumento en las ventas de las novelas, que todavía se reeditaban. Era un círculo virtuoso del que la tele no podía quedar afuera. Para no repetir el mal sabor de años previos, las condiciones quedaron claras: cada capítulo se tenía que realizar con espíritu cinematográfico, sin recortes presupuestarios ni nada que conspirara contra la grandeza del entorno en el que se desarrollaba la acción. Las partes estuvieron de acuerdo, y NBC dio luz verde para un piloto. Solamente faltaba el protagonista.
En principio se pensó que lo mejor era convocar al actor que en ese momento interpretaba a Tarzán en el cine, Mike Henry. Incluso las revistas especializadas de la época aseguran, que también había sido convocado para la serie de Batman. De ser cierto el pobre Henry se quedó sin el pan y sin la torta, porque un accidente durante el rodaje de Tarzán and the Valley of Gold (1966) lo dejó fuera de competencia. Otra opción fue Jock Mahoney, quien también había interpretado al héroe en la pantalla. El actor declinó la oferta, pero le habló de un buen amigo suyo, Ron Ely, que unos años antes había tenido un trabajo destacado en la serie Los acuanautas, y probablemente estuviera interesado. Pero Ely no quiso saber nada.
“La primera vez que me llamaron -recordaba Ron Ely años después- no acepté ni siquiera reunirme. No quería quedar encasillado, porque mi carrera estaba yendo hacia otro lado. Pero coincidimos con Jock en un rodaje en Filipinas (la película fue Once Before I Die, protagonizada por Ursula Andress) y hablamos. Él me dijo: ‘¿Y qué tiene de malo que te encasillen en un personaje icónico como ese?’. A la vuelta me reuní con Weintraub un lunes, y el viernes estaba viajando a Brasil, donde se grabó el primer capítulo”.
Entre la distancia, y la necesidad de no traicionar ni al personaje ni a la imagen que de él había construido el cine, el piloto de la serie de Tarzán tardó un mes en rodarse. Entre las locaciones elegidas se encuentran la inolvidable escena del protagonista al borde de las Cataratas del Iguazú haciendo su famoso grito (doblado por el de Johnny Weismuller), que quedó en los títulos de apertura.
Volver a empezar
Entre los cambios que introdujo el Tarzán televisivo hubo un regreso a las fuentes literarias. El personaje ya no era un “hombre mono”, sin educación y balbuceante, sino que se trataba de un personaje culto, que hablaba varios idiomas y había vuelto a la selva por decisión propia, persiguiendo una libertad que el mundo civilizado no le daba. Una mirada que entusiasmaba al protagonista: “Crecí con el Tarzán de Weismuller, pero de chico me parecía muy rara su forma de hablar, como de un hombre de las cavernas, y no me gustaba. Mi Tarzán era un hombre con educación. Estaba familiarizado con la obra de Edgar Rice Burroughs, y me inspiró en el sentido de darle a Tarzán una imagen más humana. Pero cometimos un error, intentamos darle un estilo contemporáneo, muy años 60, y releyendo los libros pienso que una de las cosas que hacen especial al personaje es que la acción transcurre en 1912, en una época donde el transporte y las comunicaciones todavía estaban en un estado primitivo. La jungla era un lugar misterioso y peligroso, los que entraban del exterior lo hacían bajo su propio riesgo. No había aviones, tardaban semanas en llegar. Eliminar esos aspectos creo que perjudicó el espíritu de la serie”.
Si realmente fue así no se notó, porque a pesar de su estilo refinado, su físico menos trabajado que el de sus predecesores y su aspecto de modelo publicitario apenas despeinado, Ron Ely corporizó una renovación del personaje que fue celebrada, tanto por la crítica como por el público. Entre otros motivos, porque se filtró que el actor había puesto por contrato que quería hacer él todas las tomas de riesgo… ¿o no? “Es verdad que hice todas las escenas de riesgo, pero no sé cómo pasó. Durante muchos años se dijo que yo insistía en hacerlas, pero no fue así. Nunca insistí, sacando cuando me parecía que iba a quedar mejor si se veía que realmente era yo. Si en aquel entonces hubiera sido como ahora, que está lleno de efectos digitales, te aseguro que no habría tenido ningún problema. Hoy escucho a actores decir que hacen sus propias acrobacias y pienso: ‘No tienen idea de lo que es hacer una escena de riesgo’”.
Y si hay alguien que habla con autoridad del tema es Ely. Solo durante la primera temporada, el intérprete sufrió 17 heridas, entre ellas: quemaduras en brazos y piernas por correr en un escenario en llamas, la mordedura en la frente y en el muslo por un mal movimiento durante una escena con un león, la caída por una colina en la que se dislocó el hombro, la fractura de tres costillas y la torcedura de ambas muñecas. “Hay momentos de la serie en las que se me puede ver extremadamente flaco. Llegué a perder más de diez kilos de musculatura por los accidentes. Porque no podía parar, teníamos que seguir rodando, entonces las heridas se justificaban desde el guion. De golpe un cazador me pegaba un tiro, y yo después aparecía rengueando”, recordaba.
Lo curioso es que, contra todo pronóstico, a lo largo de los 59 episodios repartidos en dos temporadas entre 1966 y 1968, el porcentaje de heridas en el trato con los animales fue sensiblemente menor al de otras circunstancias. Y esto gracias al trabajo de un grupo de adiestradores que el actor siempre recordó con mucho respeto: “Los responsables de los animales siempre trabajaron muy bien. Los trataban con mucho cuidado y cariño, lo que también me ayudó en las escenas con ellos. No eran animales hostiles, estaban acostumbrados a que los humanos los trataran bien. Por ejemplo, cuando tenía que luchar con un león, en realidad para el animal era un juego, en ningún momento se enojaba o trataba de lastimarme”.
El equipo de especialistas fue también responsable de la famosa mona Chita: “A lo largo de la serie fueron dos chimpancés. El segundo era macho, no me acuerdo cómo se llamaba, pero la primera fue Vicky. Era muy simpática y querible. Entre escena y escena yo me sentaba, y ella venía a sentarse al lado mío para que jugáramos un rato”.
Otro de los cambios que introdujo la serie fue la desaparición del personaje de Jane por sugerencia de Sy Weintraub, como así también que el niño que acompañaba a Tarzán no fuera Boy, sino un huérfano llamado Jai. El personaje fue interpretado por el actor infantil Manuel Padilla Jr., que ya había participado de Tarzan and the Valley of Gold.
Ron Ely -quien recientemente fue noticia cuando su hijo resultó abatido por la policía luego de asesinar a su madre- continuó trabajando en televisión pero nunca encontró un personaje con el que pudiera equiparar su fama como Tarzán. Igualmente, con el tiempo aprendió a disfrutar aquella época sin remordimientos: “Aprendí a querer al personaje. Yo tenía razón en no querer aceptarlo para no encasillarme, pero Jock Mahoney tenía razón, no tenía nada de malo, al contrario. Estoy muy orgulloso de lo que hicimos, trabajamos muy duro. Fue un desafío físico increíble para mí hacer ese show. Es uno de esos trabajos que odiás hacer, pero después amás haber hecho”.
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