Silicon Valley y Atlanta, dos regresos que siguen bien alto
Las dos series, ambas con episodios de media hora, mantienen ingenio y originalidad
La "vieja" costumbre de reencontrarnos con buenas series a razón de un episodio nuevo por semana no se extingue. Las nuevas temporadas de Atlanta y de Silicon Valley (en pleno desarrollo a través de Fox Premium Series y HBO , respectivamente) funcionan como eficaz cura contra el riesgo de empacho al que se expone todo consumidor excesivo de televisión al modo binge watching. Las maratones tienen sus contraindicaciones, que los usuarios no aprecian porque no toman nota de la letra chica incluida en todo buen manual de consumo de series. Una de ellas nos advierte que el material de elaboración más esmerada, que se elabora bajo las normas de calidad (y de originalidad) más exigentes, debe consumirse en dosis adecuadas para lograr los mejores resultados. Por más que esas dosis resulten homeopáticas, porque cada episodio, en ambos casos, dura media hora.
Aquí, la brevedad se convierte en virtud. Sobre todo porque el trabajo de puesta en escena de los responsables de estas dos producciones (los hermanos Daniel y Stephen Glover, en el caso de Atlanta, y el equipo liderado por Mike Judge y Alec Berg, por el lado de Silicon Valley) se detiene hasta en el detalle en apariencia más inocuo, y sobre todo abreva en la memoria previa de todo lo ocurrido (y visto).
Atlanta y Silicon Valley son dos creaciones que van construyendo a cada paso edificios integrales. Observan sus respectivos mundos y objetos de análisis cada vez con más consistencia. Tienen la rara virtud de avanzar siempre sobre el mismo tema sin perder de vista lo que ya fue dicho y, al mismo tiempo, sin hastiar o cansar, porque las mismas preguntas adquieren relevancia cada vez que la trama descubre otra vuelta de tuerca para explorar. Por eso, ni una ni otra funcionarían de manera óptima si no se conociera con cierta precisión todo el esquema previo.
La quinta temporada de Silicon Valley se mete de manera cada vez más profunda en el corazón de su pregunta central, perfectamente localizada en términos temáticos y geográficos (¿será posible configurar definitivamente el futuro desde las pantallas de las grandes compañías tecnológicas globales establecidas en la bahía de San Francisco?) desde el eterno y paródico choque entre dos enemigos íntimos, Richard Hendricks (el siempre brillante Thomas Middletich) y Gavin Belson (Matt Ross). Uno siente que puede concebir una nueva y superadora Internet; el otro cree que le ganará boicoteándolo sistemáticamente.
Es extraordinario cómo el equipo creativo de la serie logra construir y deconstruir todo el tiempo el mundo de la innovación digital a partir de un avance hecho de fracaso tras fracaso. En los eternos tropiezos de Pied Piper alrededor de un mundo que ya parece funcionar de manera autónoma descansan el efecto humorístico burlón de la serie y sus posibilidades de avanzar.
Desde la sátira más cruda, Judge y compañía se las ingenian también para incluir el suspenso como elemento esencial de su modelo de comedia. Lo único que puede lamentarse es el poco espacio que se les brinda en el arranque de esta temporada (acaba de confirmarse la sexta) a dos brillantes actores de reparto, Martin Starr (Gilfoyle) y Kumail Nanjiani (Dinesh), ambos tapados por una trama que opta por sacar provecho de la ausencia de Erlich Bachman (T.J. Miller) y el destino de todo su legado.
Atlanta, mientras tanto, persevera en otro proceso simétrico de construcción y deconstrucción, en este caso de cierta mirada sobre el mundo actual desde la perspectiva afroamericana. Cada nuevo episodio de las andanzas de Earn Marks, Paper Boi y su clan desconcierta y atrapa al mismo tiempo. Lejos de seguir de manera lineal las peripecias de un cantante de rap y de su representante, Glover se anima abruptamente a cambiar (y hasta a romper) todo el tiempo los ejes narrativos convencionales de la serie, jugando con el absurdo, la ironía llevada al extremo y los cruces de géneros. Cuando parece que va a llegar demasiado lejos, Glover muestra que tiene los pies bien puestos sobre la tierra y regresa con lucidez al lugar desde el cual volverá a sorprendernos.
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