Series: historias de pueblo chico y corazones grandes
En Dulces magnolias, la serie recientemente estrenada en Netflix, el dicho de "pueblo chico, infierno grande", no se aplica. Se trata de un pueblo chico sí, pero que alberga corazones grandes. Parte del encanto del programa reside, justamente, en el lugar donde viven las protagonistas. Un pueblo ficticio del sur de los Estados Unidos llamado Serenity, un lugar de casas amplias, árboles tupidos y vecinos entrometidos.
Claro que más allá del hecho de que todos conozcan los detalles del divorcio de Maddie (Joanna Garcia Swisher) puede ser invasivo y molesto la balanza se equilibra con la ayuda colectiva que recibió Helen (Heather Headley) para superar la muerte de su padre y la enfermedad de su madre. Así, en esta ficción, el pueblo y sus habitantes son fundamentales en la vida de sus protagonistas, al punto de ser uno de sus mayores atractivos. Además de ser un recurso narrativo inagotable que emparienta la series con otros ciclos de su tipo, propuestas que juegan con la fantasía de esos lugares en los que todo el mundo se conoce, se acepta como es y está siempre dispuesto a dar una mano al que lo necesite.
Algo de ese modelo, aunque con guiones mucho más elaborados y mucho menos puritanos tenía Gilmore Girls, también disponible en Netflix. Así como el pueblo de Stars Hollow había cobijado a Lorelai (Lauren Graham), cuando era una madre adolescente, lo mismo hizo con los espectadores durante siete temporadas y el esperado regreso de 2016. Cada rincón de ese poblado de fantasía, desde el gazebo de la plaza central, al mercado de Taylor y por supuesto el café de Luke, derrochaba encanto y comodidad. Y, como se trataba de una serie creada por Amy Sherman-Palladino (The Marvelous Mrs Maisel) también tenía unos personajes que hablaban a mil por hora sin dejar de ser amables, excéntricos y peculiares. Como la talentosa pero torpe chef que interpretaba Melissa McCarthy antes de transformarse en la reina de la comedia norteamericana; el ridículamente entusiasta Kirk (Sean Gunn, que trasladó toda su energía a Guardianes de la galaxia, dirigida por su hermano James), la seductora Miss Patty (Liz Torres), dueña de la academia de baile y organizadora de cuanto evento cultural pudiera irritar a Taylor (Michael Winters), en su rol de melindroso alcalde.
Una risa en cada pueblo
Tan flexible y rica es la premisa del pueblo chico para la ficción que su influencia va mucho más allá de las comedias dramáticas. A la hora de la comedia más pura, el recurso narrativo, cuando es bien utilizado, resulta invaluable. Así sucedía en Parks & Recreation (disponible en Amazon Prime Video) que le sacaba todo el jugo humorístico a Pawnee, un pequeño punto en el mapa que para su personaje central, la voluntariosa Leslie Knope (Amy Poehler), era el centro del universo. En ese planeta abundaban los seres bien intencionados pero algo tontos como Andy (Chris Pratt), ingenuos como Ann (Rashida Jones), egocéntricos como Tom (Aziz Ansari) y Donn (Retta) y peculiares como el incomparable Ron Swanson (Nick Offerman).
Con el foco puesto en la familia y la idea del sapo de otro pozo como base, Schitt’s Creek (Comedy Central), la comedia creada por Dan y Eugene Levy, también aprovecha cada centímetro del pueblo del título para hacer humor del bueno. Allí llegan los Rose, millonarios caídos en desgracia que deben acostumbrarse a vivir en un lugar desprovisto de los lujos que acostumbran pero repleto de personajes ridículos que se hacen querer. Como Roland, el despistado alcalde del pueblo; Bob, el mecánico que por alguna razón camina como si estuviera bailando, y Ray, el dueño de la inmobiliaria que también hace las veces de fotógrafo oficial de un lugar donde no parece haber mucho para retratar.
Gracias a estas ficciones, quienes viven en la ciudad puede imaginar cómo sería esa vida más tranquila, de casas con puertas siempre abiertas, información circulando en el mercado y en la que los ruidos más molestos son los que hacen los pájaros cantando por la mañana. Una utopía que en tiempos de pandemia y aislamiento social resulta más atractiva y confortable que nunca. Aunque al principio cueste adaptarse, como le sucede a la protagonista de Un lugar para soñar (Netflix), la serie que transcurre en el ficticio pueblo californiano de Virgin River. Hasta allí llega la enfermera Melinda Monroe, quien aprovecha una oportunidad laboral en el lugar para dejar Los Ángeles y todo lo que sufrió allí. Y aunque en su nuevo hogar encuentra a un hombre que podría ayudarla a superar la muerte de su marido, Melinda también se da cuenta de que no todo el mundo la recibe con los brazos abiertos, especialmente su nuevo jefe, el tradicional doctor del pueblo interpretado por Tim Matheson.
Si la trama de esta serie –que ya tiene segunda temporada confirmada– suena algo conocida es porque suele ser una premisa que se utiliza bastante en este tipo de relatos, aunque en este caso la coincidencia es visible. Un lugar para soñar tiene varios de los elementos de Hart of Dixie, una muy buena serie cancelada antes de tiempo que también jugaba con la idea de una profesional de la salud mudándose a un pueblo chico y teniendo que lidiar con las viejas costumbres de su compañero de consultorio, quien también era interpretado por Matheson.
Lamentablemente, por ahora Hart of Dixie no está disponible en servicios de streaming o señales de cable. Una deuda que quizás la creciente oferta de plataformas podría saldar incluyendo a otras grandes series ambientadas en pueblos chicos como Northern Exposure y la creación de David E. Kelley, Picket Fences. Dos exponentes del subgénero que a principios de los años 90 le dieron nuevo impulso y demostraron que a veces una aldea bella y encantadora puede contener al mundo entero.
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