Series: en Angela Black, el hogar es el territorio del terror
Joanne Froggat interpreta a la protagonista de esta miniserie, un misterio unido a la violencia y el abuso dentro de un matrimonio
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Angela Black (Reino Unido/Australia, 2021). Creadores: Harry y Jack Williams. Elenco: Joanne Froggatt, Michiel Huisman, Samuel Adewunmi, Ashley McGuire, Clement Stokes, Seth Stokes. Disponible: en OnDirecTV, los lunes, a las 22; también en DirecTV Go. Nuestra opinión: buena.
La nueva miniserie de la cadena ITV, disponible en nuestro país a través de On DirecTV, se constituye a partir de una estrategia que resulta su potencia y al mismo tiempo su inminente trampa. Todo se afirma en el punto de vista de Angela (Joanne Froggatt), asumiendo la famosa estrategia del narrador poco fiable que convirtió en virtud la célebre Otra vuelta de tuerca de Henry James. Por ello Angela Black es menos una ficción sobre la violencia doméstica que sobre un horror inasible que puede emerger del interior, fracturado por el miedo y la angustia, o del plan maquiavélico de un abusador que utiliza el temor y la confusión para ejercer su delegado control.
Creada por los hermanos Harry y Jack Williams (Liar, The Missing), Angela Black comienza con un retrato idílico de la vida en un pintoresco suburbio. Angela y Olivier (Michiel Huisman) tienen una vida perfecta en apariencia, en su acogedora mansión de impronta minimalista, con sus dos hijos pequeños, sus rutinas escolares, sus sonrisas mañaneras. Pero ya en el primer episodio, después de una cena con amigos, Olivier convierte un arrebato de ira en un golpe que deja a Angela con moretones en el rostro y un diente menos. El intento de ella de encubrir la agresión y asumir la compostura ante un mundo que se desmorona se enlaza con un suceso inesperado: la aparición de un hombre misterioso que dice saber que su marido la golpea, la engaña y también planea asesinarla.
La irrupción de Ed Harrison (Samuel Adewunmi) bifurca el relato en dos recorridos posibles: el ejercicio de la manipulación de Olivier a través de la sugestión y la creciente paranoia que invade a Angela (¿será Ed un enviado de Oliver que intenta convencerla del peligro que corre para empujarla a dar un paso en falso?) o el progresivo deterioro del estado mental de Angela, impidiéndole distinguir entre la realidad y la fabulación (¿existe realmente Ed o proviene de sus más íntimos deseos de liberación?). En esa encrucijada la miniserie se adhiere al juego del punto de vista, al confinamiento del espectador al derrotero de Angela, sus dudas, sus temores, sus elucubraciones.
Sin embargo, más allá de los dilemas del verosímil que traen estos ejercicios narrativos –que hacen que el espectador tenga que seguir comportamientos erráticos tan solo por la avidez que supone la resolución-, Angela Black consigue modelar su puesta en escena en virtud de ese misterio que quiere guardar como última carta en la manga. Olivier es entonces apenas un hueco, una silueta en la que se depositan no solo los rasgos del abusador, el potencial psicópata, el infiel y el supuesto asesino, sino también una serie de motivos opacos y contradictorios, que van desde el intento de obtener el divorcio, la custodia de sus hijos y una nueva familia ideal en la que Angela ya no sería conveniente. Por esa misma condición es mejor cuando su presencia se torna elusiva y ominosa, que cuando se afirma en comentarios suspicaces o gestos que denoten sospecha o intencionalidad.
Lo que funciona con mayor inteligencia en el mundo de los Williams es la configuración del espacio hogareño como un territorio progresivamente inseguro. No solo es el escenario del maltrato físico para Angela –que siempre se consagra en el fuera de campo para evitar la explotación de la violencia-, sino que sus ambientes amplios y despojados, sus sillones mullidos y confortables, esos ventanales que brindan una vista envidiable, progresivamente se enrarecen, a partir del ritmo cada vez más espeso del relato, de los juegos de montaje y las elipsis temporales que asumen la insistente disgregación de esa postal idílica.
Joanne Froggatt viste a Angela de una inquietud apenas audible en su voz temblorosa, de la inconsciente experiencia de esa seguridad agrietada en el mismo espacio de la familia, el peligro que emana de lo que no ve pero intuye, de lo que siempre se avecina. Al sortear el histrionismo y reducir sus expresiones a una persistente contención, Froggatt puede dar espesura a los comportamientos más arbitrarios del personaje, suspendidos en una mirada siempre vigilante, tensados en ese cálculo que preside cada una de sus reacciones. A medida que la serie se interna en el thriller, y abandona el paraguas inicial del drama doméstico, el mundo fuera de Angela se convierte en un universo progresivamente artificial –en el caso de Oliver, algo sobreescrito-en el que nunca sabemos exactamente qué es lo que sucede y qué de lo que vemos responde a la realidad que nos sostiene.
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