De Chernobyl a Así nos ven: cuando la ficción persigue, trastorna y modifica la realidad
El fenómeno Chernobyl fue una sorpresa para muchos. Incluso para HBO que lo promocionó tímidamente entre otras grandes producciones, como el final de Game of Thrones y el inicio de la nueva temporada de Big Little Lies, títulos que congregaban toda la energía de despedidas y estrenos. Con solo cinco episodios estrenados semana a semana, la miniserie se convirtió no solo en una sensación en las redes sociales, que propagó debates y especulaciones sobre el realismo de la representación y la fidelidad a los sucesos, sino que encendió polémicas sobre la real base de su inspiración y las consecuencias de su fulgurante éxito.
Es que más allá de tocar un hecho histórico sensible para la historia del siglo XX, como lo fue la tragedia de la central nuclear soviética, y de ofrecer una mirada descarnada sobre los últimos estertores del gigante comunista como potencia global antes de la caída del Muro, la serie creada y escrita por Craig Mazin impactó de lleno en la realidad. Para las nuevas generaciones, los sucesos de 1986 existían en su radar como parte de un pasado demasiado lejano, integrado a los libros de historia o perdido en alguna efeméride periodística. La serie rescató aquellos hechos y les dio presencia emocional con los artilugios de la ficción, sobre todo de géneros como el terror y la ciencia ficción que han sabido materializar los miedos sociales de manera incomparable.
Chernobylcomienza con el enigma de la explosión y, además de mostrar los intentos de científicos y burócratas por descifrar lo ocurrido y contener sus consecuencias, a lo largo de sus episodios escenifica la mortal propagación de la radiación. Como un monstruo invisible que todo lo corroe y aniquila, el veneno mortal que despiden los restos de la explosión nuclear se convierte en el villano perfecto. Y todo a su alrededor es despiste y estupidez, reacciones signadas por la verticalidad de un rígido ordenamiento y la imposibilidad de prever lo inimaginable. Ese terror que inspira aquel pasado hace eco con tanta fuerza en nuestro presente por los escalofríos que ocasiona aquello que ha sucedido realmente.
Ahora bien, ¿ha sucedido realmente como la serie lo muestra? Más allá del debate sobre las fuentes que inspiraron a Mazin en su guion –el libro Voces de Chernobyl, de Svetlana Alexievich, sobre todo– y la precisión o intencionalidad con la que delineó cada uno de los personajes (los reales y los inventados, como el de Emily Watson), el efecto es el mismo. Muchas discusiones se disparan como si se estuviera hablando de lo real, como si la mediación de la ficción y sus mecanismos fueran apenas una anécdota. Tanto que el gobierno ruso instó al regulador de la TV local a no poner al aire la miniserie por considerarla "una herramienta ideológica" utilizada para "demonizar" al gobierno y al pueblo soviético –según un comunicado que difundió públicamente–, y amenazó con una demanda legal en contra del creador y la cadena HBO. En ese panorama la herramienta más efectiva, como señala The Moscow Times, puede ser ofrecer su propia versión, campana contraria que en tanto nueva ficción estará atravesada por las mismas mediaciones.
Lo que deja al descubierto el affaire Chernobyl es el impacto que las nuevas ficciones difundidas a escala mundial tienen en la construcción cultural de los sucesos pasados. Para quienes Chernobyl ha sido tema de interés o estudio, la ficción es un elemento más, puesto en tensión con decenas de libros, relatos o documentos disponibles. Pero para los espectadores, la serie se convirtió en una ventana posible hacia aquel enigmático suceso, una caja de resonancia de las mismas ansiedades que atraviesan a la época contemporánea. ¿Lo que sucedió allí puede volver a suceder en algún lugar del mundo? ¿Qué nueva tragedia invisible esconde la técnica actual? El peso de esa historia real que la serie recrea tiene efectos en el presente, desde una ola de turistas que visitan la zona a la pesca de algún fetiche, hasta las acaloradas discusiones que enfrentan a distintos actores sociales involucrados de una u otra manera en ese retrato.
Curiosamente, y casi al mismo tiempo, Netflix estrenó una miniserie que recrea un suceso policial ocurrido a fines de esa misma década, la del 80. Así nos ven cuenta la historia de un negligente proceso judicial que encarceló a cinco jóvenes negros del Bronx acusados por un crimen que no cometieron. Los sucesos de aquella noche de abril de 1989, en la que Trisha Meili fue violada y golpeada brutalmente en el Central Park, desencadenaron la detención de cinco adolescentes del barrio, convertidos en el chivo expiatorio del racismo y los prejuicios de las fuerzas del orden. El propósito de la guionista y directora Ava DuVernay, más allá de hacer visible la nulidad de todo el proceso de investigación, fue mostrar esas vidas marcadas por la injusticia, ofrecer otra cara que la que los diarios y las voces con poder de la sociedad civil –entre ellas la de un Donald Trump que exigía la pena capital– habían estigmatizado. La serie tuvo un fuerte impacto en la crítica de los Estados Unidos y se convirtió en toda una sensación para el catálogo de Netflix.
Los efectos en lo real no se hicieron esperar. Una de las principales impulsoras de la hipótesis que encarceló a los "cinco del Central Park" fue Linda Fairstein, entonces titular de la unidad de crímenes sexuales de la fiscalía de Manhattan y hoy convertida en autora de novelas policiales. Interpretada en Así nos ven por Felicity Huffman, Fairstein se construye como un personaje decisivo para la estigmatización de los jóvenes acusados, para la extracción de sus falsas confesiones y para la manipulación de los acontecimientos. Desde el estreno de la serie en Netflix, la exfiscal no solo perdió a su publicista literario sino que renunció a la junta directiva de Vassar College, a la organización God’s Love We Deliver, y a la Joyful Heart Foundation. Además, declaró en una solicitada en The Wall Street Journal que la serie "está tan llena de distorsiones y falsedades y que resulta una fabricación absoluta". Los responsables de la serie informaron que ella se negó a brindar cualquier información cuando la historia estaba en proceso.
Unos días después, la procuradora del caso, Elizabeth Lederer, interpretada en la serie por Vera Farmiga , renunció a su posición como docente en la Escuela de Derecho de Columbia, debido a las repercusiones de la ficción. "Dada la naturaleza de la reciente publicidad generada por la representación de Netflix del caso Central Park, es mejor para mí no renovar mi solicitud de enseñanza", declaró en un comunicado a la institución. Según publica The Washington Post, Lederer ya había enfrentado presiones para renunciar cuando en 2013 un documental sobre el caso –dirigido por Ken Burns- expuso su vital participación en la condena de cinco inocentes. Sin embargo, la ficción de DuVernay impactó de manera más severa y decisiva en la percepción de los acontecimientos. La elección de una ficción antes que el tradicional formato del ‘true crime’ para revisitar uno de los célebres casos policiales del país resultó la estrategia más adecuada para instalar la discusión sobre el trasfondo racial y el impacto de los prejuicios sociales y el oportunismo político en el ejercicio de la justicia.
A estos dos casos emblemáticos se suma la reciente aparición de un documental que trascendió los límites de toda previsión debido a la fuerza de su personaje principal. Es A la conquista del Congreso, dirigido por Rachel Lears y estrenado hace unos meses en Netflix, concentrado en la campaña de cuatro candidatas a las primarias demócratas de 2018. Allí la que emerge como una heroína ineludible es Alexandria Ocasio-Cortez, única triunfadora en esas elecciones de medio término, y hoy convertida en una de las legisladoras neoyorkinas más combativas de la gestión de Donald Trump. Su construcción como protagonista de una gesta épica, que se modela ante nuestros ojos en esa campaña que partió de los márgenes para acceder al centro de la política parlamentaria, es la pista necesaria para entender su presencia en la discusión contemporánea.
Desde las redes sociales, Ocasio-Cortez ha conseguido apoyo de líderes de su partido, ha trascendido con sus ideas los límites de la política doméstica, y se ha erigido como una voz crítica de acciones gubernamentales tales como la controvertida política inmigratoria de la gestión republicana. Que su rostro se haya popularizado en Netflix, cruzada con algunas operaciones de corte ficcional –como su construcción como outsider de extracción popular frente a un sistema tradicional de políticos ricos y de linaje familiar-, dan cuenta del efecto que los nuevos productos consumidos vía streaming tienen en la dinámica global contemporánea.
El vínculo entre la realidad sociopolítica y la producción televisiva industrial ya no puede ser medido exclusivamente en términos de rating o volumen de negocio. Hay construcciones culturales que se despegan de esas ficciones, o docuficciones, y que impactan inevitablemente en el devenir de la realidad. Una serie puede encender debates públicos, motivar renuncias, allanar el camino para un liderazgo político. Todos esos efectos, buscados o no, son parte de la conversación actual, y los hilos que entrelazan la historia y su recreación, la verdad y sus variadas interpretaciones, son cada vez más tersos y delgados.
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