Series: Bilardo, el doctor del fútbol es una declaración de amor al técnico y a su método “al borde del reglamento”
La serie documental de HBO Max, de cuatro episodios, está estructurada con sencillez, sin piruetas narrativas innecesarias y apoyada en un impresionante trabajo periodístico para recoger cada testimonio
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Bilardo, el doctor del fútbol (Argentina/2022). Dirección: Ariel Rotter. Guion: Sebastián Meschengieser y Gustavo Dejtiar. Producción ejecutiva: Federico D’Elía, Cune Molinero y Alejandro Turner. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: muy buena.
Los testimonios se suceden. Los campeones del 86 hace rato que peinan canas y no hacen jueguitos, pero basta que les pregunten sobre Bilardo para que se les dibuje una sonrisa adolescente. Las arrugas desaparecen y el brillo en los ojos es el mismo que vimos cientos de veces en cada repetición de la hazaña mexicana.
Y eso que lo que cuentan, sacado de contexto, suena fuera de este mundo: “Nos metió en la cabeza que para estar ahí había que sufrir, si no sufríamos es que algo no andaba bien, pero él era el primero”, se emociona Oscar Ruggeri. “”La camiseta era lo primero y después venía lo otro: la familia, la esposa, los hijos. Yo no me adapté y por eso renuncié”, lo acompaña “El Vasco” Julio Olarticoechea.
Bilardo, el doctor del fútbol es una declaración de amor a la vez de una reivindicación a la trabajo y figura de un hombre aún hoy cuestionado por sus métodos al borde del reglamento, por esa obsesión que más acá en el tiempo lo hizo aceptar con amargura que se olvidó de vivir, “como dice Julio Iglesias”. Y que dio su vida para que la Copa del Mundo fuera argentina.
La serie de cuatro capítulos dirigida por Ariel Rotter está estructurada con sencillez, sin piruetas narrativas innecesarias y apoyada en un impresionante trabajo periodístico para recoger cada testimonio, tanto de compañeros de trabajo, como de periodistas, familiares y amigos del director técnico. También hay imágenes de entrevistas televisivas (menos de las que uno creería), y el gran diferencial de haber podido acceder al archivo privado del propio Bilardo. La actualidad se funde con recuerdos del pasado, momentos íntimos que el DT acostumbraba registrar personalmente. Y de esta manera –al igual que hacía él obsesivamente con cuanto partido llegara a sus manos– el espectador puede analizar más y mejor la dinámica familiar, su vida fuera de la cancha y de las luces de la televisión.
Es en este punto, uno de los más altos de la docuserie en cuanto a riqueza conceptual, cuando el espectador podrá descubrir a la persona detrás del personaje. Un padre preocupado por no fallarle a su hija, un esposo enamorado y un hombre muy divertido, cualidades que por lo general él mismo ha obviado en pos de la construcción de esa figura implacable, dedicada exclusivamente a su trabajo y a ganar cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
Claro que lo anterior no quiere decir que Bilardo no haya sido también todo lo otro, ese lado B con el que lo hostigaron durante años detractores de todo tipo. Los puntos más oscuros de su vida también están consignados en la serie, por ahí sobrevuelan alfileres, el bidón de Branco y las innumerables cábalas, entre muchos otros mitos y leyendas, confirmados o no. Se podrá aducir también que falta tal o cual anécdota, seguro que faltan muchísimas, lo que pasa que el personaje es inabarcable. “Siete años de Bilardo son treinta para cualquier otra persona”, dice Sergio Goycochea, y tiene razón.
Se sabe que Bilardo no está bien. Y aunque esta realidad fue prácticamente obviada de la narración, es inevitable que tiña al documental con una pátina de tristeza. Como también tomar consciencia de que no está Diego Armando Maradona, “el hijo que no tuvo”, para sumar su testimonio.
Bilardo, el doctor del fútbol tiene la sencillez de una caricia al corazón, de un guiño a una generación que tuvo a su protagonista como a un héroe y también como a un villano (o viceversa). Los fanatismos merman con el paso del tiempo, por eso no sería de extrañar que aquel que se siente a ver los cuatro episodios en los que se divide la crónica, terminen con la misma sonrisa adolescente de los campeones del 86.
Que no es otra cosa que abrazarse con la nostalgia como si otra vez se jugara la final con Alemania, o volver a llorar el mejor gol de la historia del fútbol mientras en el recuerdo repiquetea aquello de “borombón, borombón, es el equipo del Narigón”.
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