Ser clásico y moderno al mismo tiempo es una exigencia demasiado grande para el nuevo Zorro
La presencia de un carismático protagonista como Miguel Bernardeau no alcanza para compensar los vaivenes de una nueva adaptación condicionada por los mandatos de la corrección política y algunas malas decisiones tomadas alrededor de la edición y la música
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Zorro (2024). Dirección: Javier Quintás. Autor y showrunner: Carlos Portela. Fotografía: Johnny Yebra y Miguel Leal. Música: Iván Martínez Lacámara y Alvaro Peire. Edición: Sebastián González, Regino Hernández y Raquel Marraco. Elenco: Miguel Bernardeau, Renata Notni, Rodolfo Sancho, Paco Tous, Emiliano Zurita, Andrés Almeida, Dalia Xiuhcoatl. Disponible en: Amazon Prime Video. Nuestra opinión: regular.
Este Zorro modelo 2024 que acaba de sumarse con su primera temporada completa de diez episodios al catálogo de Amazon Prime Video quiere ser demasiadas cosas al mismo tiempo. En principio, nunca niega su intención de respetar las tradiciones de la serie y el legado fundacional de Johnston McCulley. Estamos de regreso en la California colonial del siglo XIX y en la aldea de Los Angeles, en la que casi todo el mundo habla español. Allí se mueve nuestro héroe enmascarado, siempre dispuesto a evitar las injusticias, devolver a los pobres algo de lo que les pertenece (al genuino estilo Robin Hood) y darles su merecido a los malos de este mundo. O al menos a los villanos que pretenden dominar esa región. Se repiten ciertos modos, gestos y costumbres propias de la época y el vistoso diseño de producción hace un aporte muy importante en ese sentido.
Al mismo tiempo, este nuevo Zorro también quiere ser moderno, si entendemos por modernidad la incorporación a la trama de ciertas cuestiones que el modelo imperante en materia de corrección política dice que no pueden faltar. Nadie podrá reprocharle a la serie, por ejemplo, sus ostensibles esfuerzos para incluir en la trama de la manera más explícita el tema de la diversidad. Alrededor del Zorro se mueven españoles ricos de tez blanca e impronta europea, mexicanos de todas las clases sociales, pueblos originarios (de la vertiente indígena latina), chinos y hasta algún ruso.
Junto a este manifiesto multicultural, la serie también se da el gusto de cumplir de manera oblicua con alguna velada promesa relacionada al nuevo tiempo del Zorro en relación con el género. El relato evoluciona a través de varias líneas paralelas que terminarán confluyendo. Una de ellas nos muestra a una aguerrida (y renegada) representante de un pueblo nativo que se niega a aceptar el veredicto de los dioses, para los cuales el nuevo Zorro (hay uno, original, inmolado de entrada) es blanco, rico, de modales aristocráticos, tiene formación militar y habla el castellano de los españoles. Ella se siente más digna de ocupar ese lugar.
Don Diego de la Vega (Miguel Bernardeau) regresa desde Madrid a California cuando recibe la noticia de la muerte trágica de su padre Alejandro, que se produce apenas iniciada la historia. En algún momento le dirán que tendrá que decidir él mismo su destino: imponer la justicia en su tierra o vengar ese asesinato. Aquí, la historia del nuevo Zorro se conecta con todo lo que ya conocemos: el poder colonial español es abusivo, cruel y arbitrario. Gobernadores, jefes militares (está de vuelta el conocido capitán Monasterio, ahora con acento mexicano) y hacendados cómplices ejercen el poder de manera despótica o al servicio de intereses económicos bastante vidriosos.
Hay otras marcas reconocibles por los fans del Zorro más clásico y popular como el caballo Tornado, la “zorro-cueva” escondida en la Hacienda De la Vega y la presencia de Bernardo, un Paco Tous (excelente actor español) completamente desperdiciado. En el lugar que ocupa este personaje quedan a la vista, claramente representados, los mayores desajustes de esta nueva versión.
Querer ser al mismo tiempo clásico y moderno equivale a la pretensión de abarcar varias dimensiones narrativas y dramáticas al mismo tiempo. Hay momentos en que este Zorro se parece mucho a un western europeo de los 60, en otros quiere acercarse al folletín de aventuras y no se decide entre el espíritu de un relato al alcance de toda la familia (como pasaba con la versión de Disney) y otro bastante más cruento, con escenas de violencia que no ahorran crueldad física y psicológica. Aquí las cosas parecen tomarse más en serio, desde una mirada más revisionista.
Así como la narrativa del Zorro de Guy Williams fluía todo el tiempo entre el humor, la acción y la mística de sus personajes, este nuevo Zorro confía demasiado en una puesta en escena que convierte muchas veces lo accesorio en principal. La edición de las escenas de acción, con efectos constantes de aceleración y freno de la imagen, sumadas a un abuso de la cámara lenta y a extrañas tomas aéreas, suele resultar bastante confusa. Y, de paso, desaprovechar el rico potencial visual que ofrecen los sugerentes escenarios naturales de la isla de Gran Canaria.
No menos desafortunado es el uso de la banda de sonido. La música incidental, un híbrido entre partituras clásicas y acordes flamencos, puede llegar a arruinar escenas completas, como cuando interviene para subrayar todavía más situaciones de por sí emotivas. El rico potencial visual que ofrecen los sugerentes escenarios naturales de la isla de Gran Canaria.
Para fortuna del televidente, la trama conserva en todo momento una razonable intriga y algunos personajes suman genuino misterio a su lugar en la trama. La presencia de Bernardeau es, sin duda, el punto más alto de la serie. El joven actor español tiene carisma, aplomo, decisión y presencia de ánimo en dosis ideales como para asumir con integridad y propósitos claros un papel desafiante. De su presencia depende en buena medida el interés por seguir un relato que, como si faltaran detalles para ganar el certificado de la corrección política, también propone el romance entre nuestro héroe y una joven mujer empoderada.
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