Sense8: la travesía hacia el final que los fans estaban esperando
Sense8finalmente llega a su fin. La fascinante épica de las hermanas Wachowski sobre los destinos cruzados de ocho sensates alrededor del mundo tendrá el final que se merece. Dos horas y media (casi tres episodios) en las que todas las historias de amores y pérdidas, de sexo y contracultura, se conjugan en una batalla contra el malvado Whispers y la maquiavélica corporación que quiere destruirlos. Luego de haber nacido en 2015 como una anomalía por su narrativa cruzada y ambiciosa, por su espíritu queer y radical, Sense8 encontró un público de fans incondicionales, defensores de esa extrañeza libertaria como una de las razones por las que ese mundo ha ganado un lugar en el recuerdo. Cuando Netflix decidió cancelarla luego de dos temporadas, dejando más incógnitas que resoluciones, las voces se alzaron de manera insistente para exigir una conclusión a su medida, atenta a ese halo mágico que había cruzado el humor con la política, que había retratado el tumultuoso presente post 11-S desde una fábula que solo sus creadores podían haber imaginado.
Creada en colaboración con Tom Tykwer (compositor de la música y director de varios episodios) y J. Michael Straczynski (creador de Babylon 5), y heredera de la monumental apuesta de Cloud Atlas –película inspirada en la novela de David Mitchell, quien también fue aquí un vital participante-, Sense8 condensa el monumental y rocambolesco universo de Lana y Lilly Wachowski, figuras vitales de la ciencia ficción contemporánea, creadoras de imágenes que trascienden la inventiva generada por la saga Matrix y que se remontan a la tradición del folletín popular. Tres de las claves del disfrute de Sense8 son el cruce de géneros y la capacidad para enhebrarlos en un relato sólido, el uso dramático de la música –heredero del melodrama- y la capacidad catártica del humor. Cada personaje tiene en su historia ecos de los dilemas de la narrativa universal: los conflictos entre padres e hijos, la configuración de la identidad entre el deber y el deseo, el sexo como fuerza liberadora, la política como escenario de lealtades y traiciones. Sostener ese andamiaje sin ceder potencia poética fue a lo que aspiraron las Wachowski desde el comienzo, convirtiendo a las secuencias musicales en una marca de estilo, cruzando la imaginería distópica con la telenovela, mostrando el sexo desde la libertad y nunca desde las etiquetas.
El final de la segunda temporada había dejado el destino de Wolfang en manos de la perversa ingeniería de la OPB (Organización de Protección Biológica), organismo creado en los 60 con un espíritu científico y humanista, y luego de la Guerra Fría desvirtuado hacia la persecución de nuevas amenazas en los tiempos paranoicos del terrorismo. La llegada a París de los ocho protagonistas –con sus historias y amores a cuestas- sitúa la acción en la vieja Europa, concebida como el corazón de esa disputa entre humanos y sensates que oscila entre el deseo de convivencia y la tentación de destrucción. Las Wachowski, conscientes de su lugar en la industria y del efecto que sus ficciones han conseguido en una audiencia cada vez más fidelizada, no pierden tiempo a la hora de afirmar su posición sobre el rol de los gobiernos y las finanzas en la disputa del poder contemporáneo, al igual que en visibilizar formas variadas y poéticas de resistencia. La conclusión de las historias personales –con todas las sorpresas que pueden depararnos los flashbacks y las fascinantes reapariciones- se entretejen en un cuadro general en el que las conexiones y los sentimientos siguen siendo vitales.
El fenómeno Sense8, que cruzó los rumbos solitarios y conflictivos de un policía de Chicago, una DJ islandesa, un actor popular mexicano, una hacker transgénero, un conductor de autobús en Nairobi, una científica en Bombay, un ladrón alemán, y una empresaria y luchadora de kung-fu en Seúl, terminó amalgamando sus vidas en una telaraña de humores y sensaciones, en una experiencia que hizo de lo diferente un arma exuberante contra los dictámenes de toda normativa. Su desafío fue también el de las convenciones de la ficción, el animarse a contar historias excesivas y dispares, a desplegar locuras en un ralenti prolongado, a llevar al límite esa estética que otras ocasiones había sido condenada (un poco lo que les pasó en El destino de Júpiter). Si hay una ficción que demandaba un espíritu de fan, esa es Sense8. Ya desde su comienzo esa propuesta de cofradía entre sus personajes, que se sentían unos a otros, que experimentaban dolor y placer en sintonía, exigía un eco en sus espectadores. Por ello esta entrega final está dedicada a ellos, a los pidieron su regreso y ahora lo tienen, a los fans.
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