El actor irlandés, que habló con LA NACION a solas, protagoniza la serie Sugar, de Apple TV+, una pintura noir de Los Ángeles y un homenaje en clave detectivesca al Hollywood clásico y elegante de los años 50
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“Es impresionante todo lo que podés aprender viendo películas”, dice John Sugar, el personaje que interpreta Colin Farrell en Sugar, la serie que está disponible desde este fin de semana en Apple TV+, un homenaje a la gran pantalla, al cine clásico de Hollywood y al género noir, poblado de detectives duros, misterios atrapantes y un estilo inconfundible que esta ficción trae al presente con especial maestría visual. Desde el comienzo de la trama queda claro que el amor por las películas del personaje, un detective privado especializado en encontrar a personas desaparecidas, está íntimamente relacionado con Los Ángeles, la ciudad real y la de fantasía que retratan los films que tanto lo obsesionan. Las pistas, indicios y señales de que algo oscuro se esconde más allá de los cielos californianos celestes como ninguno, las rejas de las mansiones y las veredas casi desiertas preparan al espectador para una ficción única, estimulante y, por momentos, desconcertante, fiel reflejo, según cuenta Farrell durante su charla por zoom con LA NACION, de la ciudad que le sirve como escenario principal.
-Ya en el primer episodio la serie expone el interés del personaje por el cine clásico y cómo esas películas inspiran su modo de vivir y transitar por la ciudad. Algo común a muchos espectadores de fuera de los Estados Unidos que, de alguna manera, conocen Los Ángeles a través del filtro de Hollywood. ¿Te pasó algo así antes de instalarte allá?
-Creo que a mí la referencia cultural que más me marcó cuando pensaba en Los Ángeles fue la serie Baywatch. Por eso cuando llegué aquí por primera vez, a los 22 años, me instalé en un hotel Holiday Inn ubicado a pocos metros del famoso muelle de Santa Mónica, que aparecía en la presentación del programa.
La confesión de partes lo hace reír. La imagen del actor desde la pantalla del Zoom es la de un tipo relajado, cómodo con el lugar que ocupa en el mundo, alguien muy diferente de aquel muchacho irlandés que apenas puso un pie en la ciudad tras protagonizar el film Los pecados de la guerra, del director Joel Schumacher, se ganó el mote del chico malo, del rebelde que no conocía las reglas del mundo del espectáculo o no estaba interesado en respetarlas aún si su costumbre de sembrar sus oraciones de malas palabras horrorizara a la industria a la que buscaba ingresar. A los 47 años, tras dos décadas instalado en Hollywood, el actor no perdió el pelo ni las mañas y aunque la tonada de su Dublín natal permanezca, está lejos del acento casi ininteligible de sus comienzos, ese que reflotó para su personaje en la película Los espíritus de la isla que le consiguió su primera nominación al Oscar como mejor actor principal el año pasado. El punto más alto de su larga carrera parece ser éste, que este año incluirá dos incursiones en la TV: Sugar y El pingüino, la serie de ocho episodios que se estrenará durante el segundo semestre en Max, dónde volverá a interpretar al famoso villano que ya había encarnado en la última versión cinematográfica de Batman.
-¿Después de tantos años viviendo en Los Ángeles, seguís sintiéndote un extranjero en Hollywood?
-Lo cierto es que Los Ángeles es un lugar fascinante, multifacético y caleidoscópico. Llevo veinte años viviendo acá y no puedo decir que lo comprenda del todo. Cuando vuelvo a casa, a Dublín y a Irlanda, siento que entiendo todo; corre por mis venas, bajo mi piel. Pero L.A. sigue siendo un misterio para mí. Por eso me interesaba que la serie representara su complejidad. John Sugar vive en la ciudad, pero no tiene un hogar acá. Se hospeda en un hotel, lo que es bastante común en el mundo del espectáculo, muchos músicos y actores hacen lo mismo. Yo mismo viví en un hotel por un par de años, en los que como él sentía que Los Ángeles era mi casa y al mismo tiempo que no había plantado raíces acá.
Farrell se cuida de no entrar en detalles al hablar de Sugar y de no revelar más de lo necesario de la historia contada en ocho episodios -los primeros dos ya están disponibles y el resto se estrenarán semanalmente-, ni de su personaje, un misterio en sí mismo que el guion escrito por el creador de la serie, Mark Protosevich, desvela con paciencia y junto con las circunstancias del caso que investiga el detective un angelino por adopción, como el actor. Su profesión, cuenta, lo llevó a viajar por el mundo, a un estilo de vida trashumante que en su momento lo acercó a Buenos Aires, una escala en su camino hacia Uruguay, dónde filmó la versión cinematográfica de División Miami bajo las órdenes de Michael Mann, en la que pudo pasear y hasta conocer a uno de sus grandes ídolos, Diego Maradona, por quien en muchas oportunidades ha señalado su afecto. “Crecí viéndolo jugar al fútbol. México 86 fue grande para mí”.
-¿Qué recordás de aquella visita?
Me acuerdo que Buenos Aires me impactó por su arquitectura de estilo europeo y el modo en que se complementaba con la imagen repetida de las parejas bailando en las milongas, con la emoción que me despertó ver a gente mayor bailando, parecían estar por todos lados y ser parte del espíritu de la ciudad, que me resultó inclusiva de un modo muy espiritual.
La ciudad de los sueños
“Las películas te hacen creer en cosas que no son. Son una conspiración. Te engañan desde la infancia”, se escucha en un fragmento del film Rostros, de John Cassavettes, una de los muchas escenas de películas ambientadas en Los Ángeles incluidas en el entramado de Sugar. Esa herramienta narrativa suma mucho al ambiente de intriga y al clima de la serie que conviene ver con lápiz y papel en mano para anotar todas las referencias cinematográficas y las películas que dará ganas de volver a ver- o descubrir por primera vez-, al final de cada episodio. De El Halcón maltés a Los Ángeles al desnudo, los aires de las historias de posguerra sobrevuelan las pesquisas del detective encargado de encontrar a la nieta de un poderoso productor del viejo Hollywood que él tanto anhela e intenta emular con sus trajes a medida y el Corvette descapotable y vintage que parece ser su única posesión preciada.
-¿Qué fue lo que te intrigó de este personaje como para volver a la TV y además sumarte como productor de la serie?
-Desde los guiones estaba clara su sensibilidad, que su amor por el cine le aporta un sentido de comunidad. Para él cada film es una especie de amigo que le da paz y lo acompaña además de proveer el contexto que necesita sobre el mundo más allá de la pantalla. Eso me pareció un detalle hermoso y original de la trama en un principio, y la verdad es que no tenía idea de que su pasión por las películas se reflejaría en los muchos fragmentos de diferentes films que incluye la trama.
-¿Cómo fue trabajar con el director brasileño Fernando Meirelles (al frente también de Sugar)? ¿Conocías Ciudad de Dios, la película por la que lo nominaron al Oscar?
-Fue una experiencia fantástica. Conocía su trabajo pero no sabía como sería su estilo en el rodaje. Descubrí rápido, porque él dirigió los dos primeros episodios de la serie, que le encanta ponerte la cámara muy cerca, prefiere un estilo de filmación muy orgánico, casi de improvisación que se parece una pieza de jazz y esa perspectiva encajó a la perfección con la historia que queríamos contar. No sé si fue un accidente o algo intencional pero su ritmo a la hora de filmar se acomodó a los ritmos de la ciudad que van cambiando de barrio en barrio. Los diferentes colores, representaciones culturales y niveles socioeconómicos fluyen con la misma naturalidad que lo hace la cámara de Fernando. Siento que fue el artista más indicado para este proyecto.
-¿Te parece que el hecho de ser él mismo un extranjero en Los Ángeles le permitió reflejar el misterio de la ciudad y del personaje con una mirada más original que un cineasta local?
-Es posible, sí. Lo que es seguro es que retrató la parte que más conoce el mundo de la ciudad, el universo de la industria del cine, el brillo, el glamour, las mansiones y todo ese tipo de cosas que representan la abundancia de éxito que se respira aquí pero también sus muchas otras facetas. En la serie están representadas las comunidades que no tienen nada que ver con el negocio del espectáculo. Es decir, la mayor parte de la ciudad no tiene nada que ver con la industria audiovisual que es un pequeño aunque poderoso y afluente lado que está sobre representado y lo cierto es que, más allá de Hollywood, Los Ángeles es un lugar fascinante, inspirador y que siempre parece guardar un secreto que no está dispuesto a revelar.
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