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Roadkill: Hugh Laurie brilla como un político corrupto e impenitente

Los crímenes sin castigo que muestra la miniserie de David Hare son, sin embargo, tímidos y poco sorprendentes ante casos reales recientes

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PARA LA NACIONHernán Ferreirós
Hugh Laurie en la serie Roadkill
Hugh Laurie en la miniserie Roadkill, que estrena entre nosotros DirecTV

Roadkill (Gran Bretaña/2020). Creador: David Hare. Elenco: Hugh Laurie, Helen McCrory, Olivia Vinall, Danny Ashok. Disponible en: DirecTV Go y OnDirecTV, los jueves a las 21. Nuestra opinión: buena.

Cuando descubrimos al ministro de Transporte del gobierno británico, el conservador Peter Laurence (Hugh Laurie), saliendo de tribunales aún no sabemos de qué se lo acusa pero su actitud autosuficiente, en total dominio de la situación, nos indica sin dudas que es culpable. Sin embargo, la periodista que lo acusó de corrupción cambió su historia en mitad del juicio y el funcionario queda liberado de todo cargo. Acto seguido, la primera ministra lo convoca para ofrecerle un ascenso en la estructura gubernamental que le permite eludir una renovación del gabinete.

Rápidamente entendemos que el personaje es un sobreviviente: no importa lo que se lance en su contra, siempre encontrará el modo de salir indemne. Y no le faltan problemas: tan solo en el primer episodio (de cuatro) aparece una supuesta hija ilegítima, otra de sus hijas es fotografiada por un tabloide consumiendo drogas y la periodista que derrotó en la corte reaparece decidida a probar su culpabilidad.

Esta miniserie, escrita por el prestigioso guionista y dramaturgo David Hare (Plenty, Las horas), podría haber resultado punzante hace algunos años pero hoy es un instrumento de otra era. Comparado con la vileza de la presidencia de Donald Trump o la perversidad de los populismos latinoamericanos, los naturalmente espantosos actos de corrupción presentados aquí parecen faltas inocentes, algo que en nuestro país ni sería noticia.

La hipótesis de la serie, aquello que quiere establecer y para lo que reclama nuestra sorpresa e indignación, es que aquellos que ocupan el poder no pagan por sus crímenes, un planteo que solo puede resultar una iluminación para un islandés, un noruego, quizá un neozelandés o quien haya pasado en coma las últimas décadas de su vida, pero para el resto es tan habitual desde hace tanto tiempo que ya está lamentablemente naturalizado y despertará más resignación que enfado.

Quienes solo conozcan a Hugh Laurie como el doctor House acaso solo vean a un actor carismático y eficiente cumpliendo con el rol de un político amoral, pero para quienes recuerden su larga trayectoria en la comedia británica notarán una pátina de mordacidad y cinismo en el personaje que eleva su caracterización. Laurie es el imán que invita a seguir mirando, mucho más que las desafiladas volutas de la trama.

Por Hernán Ferreirós
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