La serie de Alan Ball fue una de las primeras en centrarse en el duelo y la pérdida, y es recordada por tener uno de los finales más satisfactorios de la TV; sus protagonistas explican por qué
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Esta semana se cumplen veinte años del estreno de Six Feet Under, la aclamada serie de HBO que partía de una verdad dura pero incontestable: “la muerte y la vida son inextricables”, dice el productor Alan Poul. De alguna manera, tiene lógica que Six Feet Under haya nacido de la muerte de otro programa.
En 1999, mientras Alan Ball iba camino a ganar el Oscar al mejor guion original por Belleza americana —la película obtendría cinco estatuillas en total, incluida la de mejor película, para el director Sam Mendes— el rating de la sitcom que escribía para ABC, Oh, Grow Up se estaba hundiendo. En un evento, la ejecutiva de HBO Carolyn Strauss le sugirió a Ball la idea para una serie que transcurriera en una funeraria. Poco después, Oh, Grow Up fue cancelada, y Ball se puso a escribir el piloto de un programa al que le sumó variantes de los personajes de la sitcom fracasada. “Uno de los personajes era un hombre gay muy conservador: había una especie de hijo pródigo con pocos escrúpulos, y una precoz hija adolescente”, recuerda Ball.
Esos eran los hermanos Fisher, que lidiaban con sus problemas existenciales mientras trabajaban y vivían en los confines del negocio familiar: una casa de pompas fúnebres. Cada uno de ellos representaba también distintas facetas de la personalidad de su creador. “En tanto hombre gay, para la construcción de David tomé mi propia experiencia”, dice el guionista, que describe a David, el imposible hermano interpretado por Michael C. Hall, como “un hombre cuyo peor enemigo es él mismo”. “A mí me llevó mucho tiempo crecer, y puse todo eso en el personaje de Nate –agrega Ball–. A partir de mis aspiraciones artísticas inventé a Claire.”
Ball estaba acostumbrado a recibir devoluciones detalladas sobre lo que estaba escribiendo de parte de los ejecutivos de las cadenas de TV, así que fue muy gratificante cuando Strauss tuvo un único comentario para hacerle sobre el programa: “¿Podrías subirle un poco el tono?” El guionista entendió y cumplió: el personaje de Brenda, por ejemplo, que inicialmente era una novia tímida y sumisa, pasó a tener una personalidad más compleja, y se convirtió en compañera y complemento de Nate. Y así nació Six Feet Under.
A lo largo de cinco temporadas, Six Feet Under —que se estrenó el 3 de junio de 2001— fue el centro de la programación de los domingos que a principios de los 2000 dominaba HBO. La serie conquistó nueve premios Emmy y el cariño de millones de espectadores, que cada semana se quedaban embobados ante los avatares emocionales de los Fisher. La serie representó una verdadera revolución en cuanto al tratamiento en TV del duelo y de la pérdida, y por su intensidad equilibrada con un humor inteligente y poco convencional.
Si bien en la memoria cultural Six Feet Under quedó eclipsada por Los Soprano o The Wire, la serie sigue siendo un hito, por el amoroso tratamiento de la disfuncionalidad familiar, por su novedoso retrato de personajes homosexuales y por su gran final, todavía recordado entrañablemente como tal vez “el mejor final de la historia de la televisión”.
Dos décadas después, el creador de la serie, junto con algunas de sus estrellas, guionistas y equipo creativo, agradecen la oportunidad de rendir tributo a una serie tan transformadora y a su legado. “Me gratifica saber que ha mantenido una vigencia tal como para dar pie a esta conversación”, dice Michael C. Hall.
Cada Fisher es una isla
Si bien HBO casi no se metió en el concepto de la serie imaginado por Ball, sí presionó para que el elenco incluyera al menos un nombre conocido. La cadena pensó que el papel recurrente de Nathaniel, el patriarca de los Fisher que muere en el primer episodio de la serie y que se aparece como fantasma a los suyos, sería ideal para convocar a una gran estrella. Ball logró convencer a HBO de que el actor indicado era Richard Jenkins, y dejó contentos a los ejecutivos eligiendo para el papel de Brenda a Rachel Griffiths, que acababa de ser nominada al Oscar por su papel en Hilary y Jackie.
Ball había imaginado a Christopher Meloni y a Justin Theroux como Nate y David, pero ninguno de los dos estaba disponible. “Yo estaba interpretando el personaje del maestro de ceremonias en la producción de ‘Cabaret’ de Sam Mendes, y me invitaron a participar del casting –recuerda Hall–. El hecho de que hubiera una conexión previa entre Mendes y Ball me hizo pensar que podía ser un gran éxito.”
Hall no había trabajado nunca en TV, y pronto descubrió que sus resquemores encajaban perfectamente con el estado de ansiedad permanente del personaje que debía interpretar. “Me alegró que David Fisher, especialmente al principio, fuese tan tenso y acomplejado, porque a mí también me generaba tensión actuar frente a la cámara –dice Hall–. Rogaba que mi nivel de confort se mantuviera a la par, o un poco por encima, del nivel que tenía David consigo mismo.”
Antes que Hall, también habían audicionado Peter Krause y Jeremy Sisto. Para el papel de Nate, el hijo pródigo que regresa de Seattle al inicio de la serie, los productores ya se habían decidido por un actor que Ball prefiere no nombrar, “porque lo probamos y no funcionó”, recuerda. “Después, para la audición de Rachel, le pedimos a Peter Krause que leyera con él.” “Cuando los vimos juntos nos dimos cuenta de que eran ellos dos”, dice Ball.
Ball le pidió a Sisto que apareciera en una sola escena del piloto, con la promesa de darle el jugoso papel del hermano de Brenda si finalmente el proyecto se concretaba. “Aparezco llorando en el fondo de una toma, mientras estoy comiendo aceitunas de la heladera, con un pulóver navideño de colores brillantes”, dice Sisto de su cameo.
La serie contaba historias que solían alternar lo lúgubre y lo hilarante. Claire (Lauren Ambrose) roba un pie de la funeraria y lo mete en el casillero del idiota de su novio. Un hombre se agacha desde el asiento del conductor para levantar del piso el diario y muere aplastado por su propio auto. Una predicadora evangelista confunde unas muñecas sexuales infladas con helio que flotan en el cielo con el ascenso de los justos al Paraíso. “No sé escribir nada que no tenga humor”, dice Ball.
Bruce Eric Kaplan, uno de los guionistas y productores de Six Feet Under, más conocido como humorista gráfico en la revista The New Yorker, dice que el tono de la serie “no estaba demasiado lejos del de mis historietas, en tanto ambos integran el humor, el dolor y el horror existencial de la vida cotidiana”.
Los autores construían las historias en base a sus propias experiencias —el episodio “The Room”, de la temporada 1, sobre el lugar secreto de Nathaniel, se inspiró en la oficina del padre de Kaplan—, y la serie demandaba una enorme capacidad de adaptación de parte de los actores, que debían transmitir emociones profundas y al mismo tiempo evitar la risa fácil. “Era interesante tener que encontrar el humor inherente a situaciones donde al mismo tiempo estaba encarnando a alguien que, al menos inicialmente, tenía poca capacidad de reírse de sí mismo”, dice Hall.
Ball recuerda una escena del piloto en la que Frances Conroy, que interpretaba a la matriarca, Ruth Fisher, debía arrojar tierra sobre la tumba de su esposo. Conroy lloraba desconsolada, moqueando por la nariz, y Ball se le acercó. “Cuando terminó la escena, le dije que había estado increíble, pero que necesitaba capturarlo desde un ángulo distinto. Le pregunté si creía que podía hacerlo de nuevo. Y ella se secó las lágrimas y me dijo, ¡Claro, por supuesto!”
Poul y Ball convocaron a numerosos cineastas independientes para que dirigieran algunos episodios, como los directores Rodrigo García y Nicole Holofcener. El estilo de la serie también se proponía transmitir secretamente una visión sobre las relaciones románticas y familiares. “Los personajes de la serie no se conectan unos con otros”, dice el cineasta Alan Caso. “Cada uno estaba más o menos en su propia isla.”
Six Feet Under fue rápidamente elegida por los fans y celebrada en los premios Emmy: en 2003, recibió más nominaciones que ninguna otra serie. Y los Fisher fueron cambiando sutilmente y no tanto: Nate hizo cargo de la funeraria, David salió del closet y Claire se lanzó a su carrera artística. La serie fue avanzando y explorando facetas inesperadas de la vida interior de sus personajes, desde la adicción al sexo de Brenda hasta el pesadillesco encuentro de David con alguien que hacía dedo en la ruta en el episodio “That’s My Dog”. Esa entrega de la temporada 4, buen ejemplo del tipo de relatos y virajes emocionales que caracterizaban a la ficción, “se inspiró de manera bastante explícita en un episodio de ‘Los Soprano’ llamado ‘Pine Barrens’,” dice Paul, que estuvo a cargo de la dirección de “That’s My Dog”.
Como “Pine Barrens”, el episodio arranca a la manera tradicional para luego convertirse en algo oscuro y enigmático, sobrevolando la línea argumental de cada uno de los Fisher para terminar enfocándose en David y en ese vagabundo cruel e impredecible que lo seduce y aterra a la vez. “Por un lado, nos sorprendió el rechazo vehemente de algunas personas, y para otros fue la hora más excitante que habían pasado frente al televisor en toda su vida”, dice Poul.
¿El mejor final de la historia?
Cuando la serie llegó a su cuarta temporada, Ball estaba agotado, y le avisó a HBO que tenía intenciones de dejar la serie. A regañadientes, la cadena acordó ir cerrando la historia con apenas una temporada más. Cuando los guionistas volvieron de las vacaciones para ponerse a escribir la quinta y ultima temporada, empezó el gran debate: ¿Había que matar a Nate, sí o no? “Una facción muy ruidosa creía que el final era claramente ese –dice Kate Robin, autora de ocho episodios de la serie–. Se eso se trata la historia: del temor de este hombre a la muerte.”
Ball finalmente aceptó, y recuerda que uno de los autores sugirió que ya que estaban por qué no matar a todos los personajes: “Fue medio en chiste, pero después dijimos: no, tenemos que estar con cada uno de los personajes en el momento de su muerte. Y bueno, me pareció que sí, que una historia como esa no podía tener otro final. Así que nos pusimos a trabajar en eso”, recuerda Ball.
De todos los finales de serie de su época, “Everyone’s Waiting”, donde presenciamos los momentos finales de todos los protagonistas, hasta llegar al año 2085, cuando muere Claire a los 101 años, es tal vez el más entrañable. Hasta el elenco y los creadores siguen deslumbrados por la cohesión de ese final.
“Recuerdo que en aquella época tenía un Toyota Prius y lloraba mientras manejaba escuchando esa canción de Sia, ‘Breath Me’,”, dice Sisto. El impacto de la serie en el elenco y equipo trascendió lo meramente profesional y terminó influyendo en algunas de sus decisiones de vida más profundas.
“Después de hacer la serie, ya ninguno de nosotros quería ser enterrado –dice Suzuki Ingerslev, diseñadora de producción de las últimas tres temporadas–. Incluso lo comentábamos: todos queríamos ser cremados.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
Six Feet Under está disponible en HBO Go.
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