Perdidos en el espacio: el juicio que casi hunde el proyecto, la ira de Guy Williams y el robot que se comió la serie
Cuatro años antes de que el hombre pisara la Luna, esta ficción hizo naufragar en el cosmos a una familia de científicos; sin poder mantener el suceso inicial, enfrentó decisivos cambios de rumbo, enormes recortes presupuestarios y el enojo de su protagonista
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En plena carrera espacial, durante la Guerra Fría, una familia de científicos y astronautas naufraga en un planeta extraño y desconocido. Obligados a sobrevivir, educar a sus hijos y buscar el camino de regreso a la Tierra, los Robinson se adueñaron del encendido televisivo de esos años y hasta influyeron en el habla cotidiana de los estadounidenses. Pero los peligros alienígenas de la trama no fueron nada comparados con los problemas que se vivieron en el set. Derrumbe del rating, cambios violentos de rumbo, el creciente inconformismo de Guy Williams, que vio licuado su protagonismo inicial frente a un robot sentimental y un espía peripatético. Y un juicio por plagio que casi hunde a Perdidos en el espacio a poco de comenzar.
El náufrago
Robinson. Cuando Daniel Defoe publicó Robinson Crusoe en 1719, el nombre de su protagonista pasó a definir a la persona que, en soledad y bajo condiciones extremas, se las ingenia para sobrevivir. Por esa tenacidad obsecada para salir adelante, tal vez, la figura del náufrago había cautivado a Irwin Allen (1916-1991) desde que leyera la novela por primera vez, siendo un chico pobre y judío de Brooklyn. “La supervivencia nunca fue una ficción para mí. A la fuerza, tuve que aprender a ser un Robinson en la calle y un Robinson en el trabajo -recordó en 1974, poco antes de estrenar Infierno en la torre-. Y desde que empecé a abrirme camino en la industria, supe que algún día iba a hacer algo con el personaje”.
Mucho antes de convertirse en el rey del cine catástrofe, Allen se había curtido en la radio y la producción fílmica. Le fue muy bien armando paquetes completos (guion, director y actores) que vendía a los distintos estudios, junto con una detallada propuesta para ahorrar costos reutilizando decorados, vestuarios y filmaciones de archivo. Con el tiempo, saltó de la oficina al plató, firmó contrato con la 20th Century Fox y filmó tres éxitos: El mundo perdido (1960), Viaje al fondo del mar (1961) y Cinco semanas en globo (1962).
Envalentonado, en plena carrera espacial empezó a desarrollar una versión de Robinson Crusoe en clave de ciencia ficción. Interesó a los ejecutivos de Fox, pero el desmadre económico producido por la filmación de la Cleopatra de Elizabeth Taylor y Richard Burton, casi hace naufragar a la empresa. Cuando amainó el vendaval, en 1964, Paramount lo había primereado con el film Robinson Crusoe en Marte y Allen se había mudado a la pata televisiva de la Fox, filmando la serie Viaje al fondo del mar para aprovechar la inversión hecha con el film homónimo unos años antes.
Lo primero es la familia
Pionero en casi todo, Allen sabía que no tenía que descuidar el poder económico del merchandising. Así que licenció todo lo que pudo su Viaje al fondo del mar: discos, novelas, maquetas, juegos de mesa, figuritas y cómics. De acuerdo con la leyenda, una tarde de septiembre de 1964, mientras revisaba cómo había quedado la primera historieta de Viaje…, encontró en la caja que le había mandado la editorial Gold Key un ejemplar de Space Family Robinson. Desde hacía dos años, el cómic de Dell Connell, Gaylord DuBois y Dan Spiegle venía adaptando, en el marco de la ciencia ficción, la premisa de la novela de Johann David Wyss, Los Robinson suizos (1812), que no era otra cosa que una versión familiar del náufrago solitario de Defoe.
Allen perdió el aliento mientras devoraba la aventura que les tocaba en suerte al científico Craig Robinson, su esposa June y sus hijos adolescentes Tim y Tam. La familia estaba perdida en el espacio, vagando a bordo de una estación espacial que se había transformado en su hogar mientras intentaban hallar el camino de regreso a la Tierra. Dependiendo de quien cuente la historia, Allen habría hecho comprar la colección de cómics para pasársela a su estudio de abogados y ver cuánto podía tomar de esa idea, apegándose al original de Wyss y evitando una demanda por plagio. Con los resultados del estudio, armó el guion de una nueva serie, dirigió el piloto y lo presentó ante la dirección de la CBS. Entre Los Robinson del espacio y Viaje a las estrellas, la cadena televisiva eligió quedarse con el proyecto de Allen, pero le exigió un cambio de título para alejarlo aún más del cómic.
Al frente de Perdidos en el espacio (Lost in Space), Allen puso a Guy Williams, que tres años después de su última aparición como El Zorro todavía seguía siendo visto como el heroico espadachín californiano. “Era obvio que quería desencasillarse y no podía -contó Allen-. Había obtenido un papel en Bonanza, pero Michael Landon lo hizo echar por miedo a que lo opacara. Yo sabía que como el doctor John Robinson iba a poder dejar atrás al Zorro. Y lo convencí”. El resto del elenco quedó conformado con June Lockhart (doctora Maureen Robinson, esposa de John), Marta Kristen, Angela Cartwright y Bill Mummy (respectivamente, Judy, Penny y Will Robinson, los tres hijos de la pareja). John Williams, futuro compositor musical de Star Wars, Indiana Jones, Harry Potter, Tiburón, E.T., Superman, Jurassic Park y tantas otras inmortales bandas de sonido, se encargó de los temas de apertura y cierre del show.
La serie debutó el 15 de septiembre de 1965, cuatro años antes de que la NASA pusiera un hombre en la Luna. Los espectadores se engancharon con la familia Robinson, elegida por el Gobierno estadounidense para colonizar el espacio sideral como respuesta a la superpoblación que ponía en riesgo a la Tierra. El 16 de octubre de 1997, a bordo del Júpiter 2 pilotado por el mayor Don West (interpretado por Mark Goddard), los científicos despegaron con rumbo al sistema estelar Alfa Centauri. Sin que ellos lo supieran, escondido en la nave estaba el Dr. Zachary Smith (Jonathan Harris), encubierto agente enemigo que saboteará al robot B-9 (cuerpo de Bob May, voz de Dick Tuffeld), para boicotear la misión y hacer encallar a la tripulación en un planeta alienígena y desconocido.
Para desgracia de Guy Williams, Allen permitía altos niveles de improvisación en los diálogos. Algo que aprovecharon al máximo Harris y Tuffeld, logrando que sus dos personajes, el Dr. Smith y el robot, crecieran hasta convertirse en el alma del programa, corriendo al ex Zorro del protagonismo central. “Smith había sido pensado sólo como un disparador -rememoró Harris-. Un villano temporario, que ni siquiera aparecería en todos los episodios. La verdad es que era un personaje aburrido; y como no quería aburrir a los espectadores, le fui dando una gestualidad extravagente y pomposa, que mostraba desde un lado cómico lo agrandado y cobarde que era”.
Dispuesto a no quedarse atrás, Tuffeld desarrolló la personalidad del robot en base a un hablar cacofónico y rimbombante, que la traducción al castellano no siempre pudo empardar. Casi sin darse cuenta, le dio al robot sentimientos y emociones humanas, lo volvió el mejor amigo y compañero de juegos de Will Robinson, el menor de los hijos; y patentó la frase que terminaría identificando al show y trasladándose al habla cotidiana de los estadounidenses: “‘¡Peligro! ¡Peligro!’ nació como un chiste interno -confesó Tuffeld-. Irwin vio que iba a funcionar y me obligó a repetirla hasta el cansancio”. Lo que Allen no vio es que el peligro ya lo tenía encima. Y decía “Plagio”.
Problemas en el espacio
Dueño de un éxito y con el programa clavado en el top ten del rating, Allen recibió la carta fatídica. Gold Key, propietaria de Space Family Robinson, le iniciaba acciones legales por plagio. No sólo por las similitudes más que obvias en los productos, sino porque el título de la serie, Lost in Space, también había sido tomado de una aventura publicada en el segundo número del cómic, aparecido en marzo de 1963. Pequeño detalle que Allen se había guardado para sí.
Aun hoy se desconoce a qué acuerdo llegaron Allen y Gold Key. A pesar del tiempo pasado, nunca se hizo público aquello que hablaron las partes. Lo cierto es que el sobreviviente de las duras calles de Brooklyn logró que la editorial retirara la demanda. A cambio, a partir de enero de 1966 ,el cómic cambió su título por el de Space Family Robinson - Lost in Space, manteniendo sus contenidos separados de los de la serie de TV. Además, Gold Key siguió editando las historietas de Viaje al fondo del mar y, a su debido momento, sumó las de El túnel del tiempo y Tierra de gigantes, las otras dos grandes series de Irwin Allen.
Capeado el temporal, los Robinson televisivos tuvieron que hacerle frente al tsunami. En enero de 1966, ABC movió su grilla y puso al Batman de Adam West a competir frente a frente con Perdidos en el espacio. El tanque de Ciudad Gótica los pasó por arriba, y la serie entró en zona de riesgo. Allen metió mano y empezó a virar las aventuras hacia un costado más pop y cómico, que enervó sobremanera a Guy Williams porque potenciaba los perfiles exagerados del Dr. Smith y el robot. La maniobra sacó las papas del fuego; y para cuando se estrenó la segunda temporada, el 14 de septiembre de 1966, el programa había ganado colores estridentes y esa artificiosidad kitsch que tan bien le sentaban al Hombre Murciélago.
Esta nueva etapa le permitió al Robinson de Brooklyn tomar un poco de aire antes de avanzar hacia la tormenta perfecta que se desató para la tercera temporada, estrenada el 6 de septiembre de 1967. Con la fluctuación del rating tirando siempre a la baja y los costos subiendo inexorablemente, Allen empezó una política de ahorro que bajó la cantidad y calidad de los efectos especiales, abusó del refrito de secuencias ya grabadas y el reciclado de decorados, maquetas y vestuarios. Llegó al extremo de “subalquilar” la serie a otras producciones de la Fox, como El planeta de los simios, que utilizó un par de capítulos para ensayar con el maquillaje prostético que iría a utilizarse en el film protagonizado por Charlton Heston.
La tensión en el set también iba en aumento. A la bronca de Williams se sumó el descontento de Lockhart, que vio como el robot acaparaba toda la atención infantil, platea destinataria casi excluyente para el nuevo perfil humorístico del show. La premisa cambió, permitiendo que la familia Robinson pudiera abandonar el planeta en donde estaban atrapados para salir a recorrer el espacio e intentar regresar a la Tierra. La pantalla se llenó de hippies espaciales, piratas ridículos, zoológicos intergalácticos y princesas heladas. La incomodidad de Williams y Lockhart se hizo tan evidente, que las grabaciones se retrasaron por sus quejas. Desbordado, Allen borró al matrimonio Robinson de dos episodios y le descontó la parte proporcional del sueldo a los actores. “Era claro que estábamos en picada y que no podíamos seguir -confió Harris en 1998-. Sobre todo cuando Fox y CBS le exigieron a Irwin otro recorte de costos como única condición de continuidad”.
El 6 de marzo de 1968, con tres temporadas y 83 episodios emitidos, Perdidos en el espacio salió eyectado del aire. Harto de todo, Guy Williams armó las valijas y se mudó a la Argentina, donde sigue siendo idolatrado como el Zorro, a punto de cumplirse 34 años de su muerte en un departamento de la Recoleta.
Con el paso del tiempo y las constantes repeticiones, la original Perdidos en el espacio se convirtió en un referente de la ciencia ficción televisiva, llegando a generar dos importantes remakes: la cinematográfica de 1998 y la nueva serie de Netflix, emitida entre 2018 y 2021. Ambas producciones contaron con cameos de parte del elenco clásico: Lockhart, Mummy, Cartwright, Kristen, Goddard y Tufeld, pero ninguna alcanzó a mover el amperímetro emocional de los fanáticos veteranos. Para toda una generación de ciudadanos catódicos, los verdaderos Robinson nunca pudieron volver a la Tierra; siguen perdidos en el espacio.
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