Orange Is the New Black se despidió con la frente en alto y su dosis de tragedia
Orange Is the New Black se convirtió, allá por 2013 y junto a House of Cards, en el mascarón de proa de Netflix, una de las primeras producciones originales del gigante del streaming. Sin embargo, a diferencia de la segunda, la creación de Jenji Kohan logró perdurar en el tiempo, con 7 temporadas y 91 episodios de una hora que, a pesar de sus lógicos desniveles, se sostuvieron fieles a su esencia: con un elenco tan diverso como homogéneo, equilibrando comedia y drama, haciendo de los flashbacks su marca registrada, y con la fuerte interpelación al sistema judicial de los Estados Unidos.
El viernes 26, Netflix estrenó la última temporada de la serie, una de las mejores de todo su recorrido, que ratificó lo que había quedado expuesto previamente: Orange Is the New Black no es una serie sobre la vida de Piper Chapman (Taylor Schilling) en la cárcel (o sobre su vida, a secas), ése fue solo el puntapié para expandirse, y apoyarse en el enorme talento de uno de los mejores elencos que haya dado la TV.
¡Atención: spoilers a continuación!
*Piper y Alex, en aguas turbulentas
Al tomar como base el libro autobiográfico de Piper Kerman, Orange Is the New Black: My Year in a Women's Prison, la serie corrió el riesgo de observar en detalle cómo esa joven privilegiada era puesta a prueba en un micromundo al que ingresó con total ingenuidad. Parte de su transformación, sin embargo, estuvo siempre ligada a la figura de Alex (Laura Prepon), la mujer que la llevó "por el mal camino", aunque ésto es altamente discutible. Orange necesitó nutrirse de una historia de amor central, con idas y vueltas propias de una telenovela, y esa necesidad fue progresivamente mutando en secuencias más cercanas al fanservice que a algo construido con convicción. La séptima temporada no se corre demasiado de esa dinámica, más bien la acentúa. Piper intenta adaptarse a su vida fuera de la cárcel -sus obstáculos son mínimos y hasta forzados en contraposición con el resto de las historias, por lo cual cuesta empatizar con ella-; y Alex, todavía en prisión, subsiste como puede.
El mecanismo de su vínculo es previsible. Piper siempre fue la más narcisista y estuvo desconectada de la realidad, y Alex siempre buscó autopreservarse, tomando decisiones drásticas para no salir lastimada. En los 13 capítulos de la última temporada las vemos luchando con la distancia, amigándose y separándose en un loop eterno. Sobre el final, Piper confronta su pasado –a través de una innecesaria visita a la casa de su ex, Larry– y decide qué mujer quiere ser. Orange nos plantea la idea de una Piper renovada que elige a Alex como la mujer de su vida, y que está dispuesta a empezar de cero. De todas formas, no resulta verosímil: la "protagonista" de la serie es la que menos cambia, y sus conflictos nunca pudieron salir de lo anodino.
*El efecto dominó, pieza clave del engranaje de Orange
En su cuarta temporada, Orange nos brindaba una de las escenas más desgarradoras: la muerte de Poussey (Samira Wiley) a manos de uno de los pocos guardias que trataba con respeto a las reclusas de Litchfield. El episodio aludía a hechos reales que se nuclearon en el movimiento Black Lives Matter, y al mismo tiempo nos recordaba que el punto fuerte de la serie es su trabajo de hormiga a nivel narrativo para llegar a un clímax cuyo cariz variaba entre lo aplastante y lo luminoso. Así, Orange siempre iba de menos a más. Sus temporadas comenzaban con capítulos a priori planos, para luego meterse de lleno en el estallido y sus consecuencias. Por lo tanto, ningún detalle era caprichoso, y cada decisión de los personajes tuvo sus ineludibles efectos, ya que Kohan y compañía se caracterizan por abordar las situaciones desde todas sus aristas.
La serie nos muestra a Taystee haciendo las paces con su destino, encontrando su propia idea de estabilidad
En la despedida de Orange, Poussey tiene una resonante aparición que nos recuerda las injusticias del sistema -el personaje menos problemático moría por una cadena de acontecimientos indetenible–, y que simultáneamente sirve como espejo del presente de Taystee (Danielle Brooks, un gran hallazgo de la serie), su mejor amiga, la mujer que también es arrastrada al infierno por una concatenación de hechos que la dejaron a la deriva. El final de Taystee puede resultar tan satisfactorio como desesperanzador, pero es unívocamente consecuente con el enfoque del drama. No hay resoluciones felices, nada cierra a la perfección y, dentro del desasosiego, hay que encontrar la salvación.
Cuando ya sabemos que Cindy (Adrienne C. Moore) no resurgirá para milagrosamente cambiar su testimonio e intentar reducir la pena de quien fuera su confidente, la serie nos muestra a Taystee haciendo las paces con su destino, encontrando su propia idea de estabilidad al emplear sus conocimientos para dar clases en prisión. La epifanía la tiene -lamentablemente- luego de la devastadora muerte de "Pennsatucky" (Taryn Manning, quien formó una excelente dupla con Uzo Aduba), que le devuelve la fe en sí misma.
*Enfrentar la realidad, la mejor manera de crecer
A diferencia de Piper, el personaje que verdaderamente crece es el de Nicky (Natasha Lyonne, esa luz brillante de la serie), quien debe despedirse de dos de las personas más importantes de su vida, Lorna (Yael Stone) y Red (Kate Mulgrew). Lejos de reincidir en sus adicciones ante el abrumador dolor, Nicky utiliza uno de sus fuertes (el humor) para sobrevivir y, como sucede con Taystee, aprende del otro para madurar. Sin dudas, uno de los mejores momentos que nos dio el final de Orange fue la última charla entre ella y Red, su madre del corazón, su mentora, su consejera, quien hasta el último minuto le enseña a convivir con la realidad como forma de salir adelante. Eso es precisamente lo que Nicky hace: se pinta los labios de rojo, se pone el gorro, va a la cocina, imparte sabiduría, y se convierte en la nueva Red. Es una secuencia hermosa dentro de la tristeza, el final que Nicky merecía, y en el que Lyonne tiene mayor lucimiento.
Lo efímero como algo transformador es el hilo conductor de la última temporada de Orange
Asimismo, quien también aprende a convivir con la pérdida es "Crazy Eyes (Uzo Aduba), quien se cuestiona sobre cuán justa fue su sentencia, para luego decirle adiós a las personas que más quiso, pero cuya transitoriedad en su vida era inevitable. Lo efímero como algo transformador es el hilo conductor de la última temporada de Orange, donde volvemos a ver los rostros de todas esas mujeres, en diferentes circunstancias, con su peso a cuestas, imperfectas, complejas, libres o encerradas (mención aparte para lo bien que se abordan las crueles leyes de inmigración a través de un prisma de historias devastadoras).
Por lo tanto, si bien el final tampoco estuvo exento de subtramas endebles –la deconstrucción de Joe Caputo, el exceso de tiempo que se le da al personaje de Daya, flashbacks innecesarios, etcétera–, la serie dio en el clavo al no repetir el concepto del desenlace de Six Feet Under: adelantarse en el tiempo. Aunque hubiese sido tentador ver el futuro de sus protagonistas, sabemos que a Orange le importa el presente, el aquí y ahora, el qué se hace con lo que se tiene.
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