Netflix: White Lines es un policial de lógica endeble y "engordado" artificialmente
White Lines (España-Estados Unidos/2020). Creador: Alex Pina. Elenco: Laura Haddock, Nuno Lopez, Marta Milans, Juan Diego Botto y Daniel Mays. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Originalmente, "White Lines" fue un éxito de 1983 firmado por Grandmaster Flash y Melle Mel, dos pioneros del hip hop, que se hizo notorio porque era una recreación no acreditada de un track de la muy oscura banda underground Liquid Liquid. Empezaba a aparecer, en la música popular, una distinción entre la apropiación productiva y el plagio. A la vez, ya de entrada, este límite quedaba difuso. Algo similar puede decirse del trabajo del showrunner navarro Alex Pina, cuyo mayor éxito, La casa de papel, estaba armado sobre un conjunto de referencias claras a muy célebres películas de atracos (como Perros de la calle o El plan perfecto). Su nueva serie para Netflix, titulada igual que aquella canción, también parece la obra de otro: hace pensar en films de Danny Boyle, si a Boyle se le pudiera extirpar la inventiva, la vitalidad y el pulso narrativo.
La serie se ubica sobre el eje que en los años 90 unió Ibiza con Manchester (o "Madchester", como se llamó a la escena rave de la ciudad, que añoraba el hedonismo del balneario español). Hay dos líneas narrativas paralelas: una sucede en 1996, cuando Axel Collins (Tom Rhys Harries), un joven DJ mancuniano, abandona la casa familiar para buscarse la vida con tres amigos en Ibiza. La otra, la principal, sucede unos 20 años más tarde y comienza con el descubrimiento del cadáver momificado de Axel en el desierto de Almería, dentro de un predio de la poderosa familia Calafat, dueña de casinos y clubes en la isla española.
Zoe (Laura Haddock), la hermana del DJ, va a buscar el cuerpo y decide investigar las circunstancias y las mentiras en torno a su muerte. A pesar de la referencia musical del título y de las locaciones, éste no es un relato que use la excusa del crimen para mostrar el movimiento rave (acerca del que, finalmente, no se dice mucho, aunque en la banda sonora aparecen algunos himnos de la era como "Movin on up" de Primal Scream o "Hallelujah" de Happy Mondays) sino un whodunit puro y duro, que arrastra por diez episodios la pregunta "¿quién mató a Axel Collins?"
Como es corriente tras el boom de la series, una idea de corto aliento –que probablemente habría funcionado mejor como un largometraje– debe ser estirada a lo largo de diez horas de programación. En este "engorde" forzado del relato se hace visible el principal escollo de White Lines: para mantener la máquina narrativa en funcionamiento, los personajes quedan atrapados en actos injustificados o de motivaciones muy caprichosas.
Así, por ejemplo, la bibliotecaria Zoe roba casi sin razón siete kilos de cocaína pero se cruza por casualidad con un retén policial y los pierde. Sale entonces en su ayuda el matón Boxer (Nuno Lopez) quien, a la segunda vez que la ve, ya no tiene reparos en asesinar a dos de sus colegas por ella, a pesar de que Zoe, en su primer encuentro, intentó, cual Cupido, liquidarlo de un arponazo. La dificultad de crear una narrativa "disparatada" está en encontrar la lógica demencial pero férrea que lleve necesariamente de un acontecimiento a otro.
Cuando las cosas pasan más o menos "porque sí", cuesta que susciten interés. Y menos aún cuando lo que sucede sin justificación no es impensado sino tópico: narcos que quieren su droga, una orgía vip, la toma de alucinógenos (sin alucinaciones) o algún asesinato. La masturbación a un cura, el perro que toma cocaína o la insinuación de una relación incestuosa son apenas la promesa de una serie más osada y amena que lamentablemente no se cumple. En los momentos finales, la inflamación narrativa y la inconsecuencia de buena parte de lo contado se hace más evidente que nunca, porque Zoe sigue haciendo las mismas preguntas que al comienzo y a los mismos personajes.
En este mundo de causalidades débiles, las actuaciones también son inconsistentes: algunos actores (los ingleses) se comportan como si estuvieran en una comedia negra, mientras que otros (los españoles), en una telenovela mexicana. El argentino Juan Diego Botto (apenas cinco años más joven que Belén López, la actriz que encarna a su madre) interpreta a Oriol Calafat, uno de los sospechosos del crimen. Las "líneas blancas" del título se refieren, claro, a la cocaína, pero también a la señalización vial, una metáfora acerca de la falta de dirección en las vidas de los personajes.
Esta serie trata también acerca de cómo Zoe deja de idealizar a su hermano y se encuentra a sí misma: un derrotero que se nos presenta como cautivante. Sin embargo, es probable que la evidente fascinación que la serie siente consigo misma no se transmita a los espectadores.
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