Netflix: Traición es un relato de espías que se toma muy en serio, pero no consigue aportar vértigo ni grandes hallazgos
Ambientado en la Londres contemporánea, la miniserie creada por Matt Charman desperdicia algunas oportunidades y se pierde en sus intenciones
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Traición (Treason / Estados Unidos-Reino Unido, 2022). Creador: Matt Charman. Elenco: Charlie Cox, Olga Kurylenko, Oona Chaplin, Ciarán Hinds, Alex Kingston, Tracy Ifeachor, Adam James, Beau Gadsdon, Samuel Leakey. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
Estrenada en Netflix bajo los pergaminos de su creador, el británico Matt Charman -guionista de Puente de espías, de Steven Spielberg, por la que fue nominado al Oscar-, Traición propone un modesto retrato del espionaje contemporáneo sin demasiadas ambiciones y casi ningún hallazgo. Si bien la trama recurre a los tópicos del accionar subterráneo del MI6 y los dobles agentes, a Rusia como la gran enemiga y a los secretos de Estado como piezas de cambio para la extorsión de políticos y jueces, el ritmo del relato resulta plano, las intrigas bastante previsibles y con varios giros anunciados, y las interpretaciones nada deslumbrantes, signadas por el desperdicio de valiosos actores como Ciarán Hinds y Alex Kingston en roles secundarios. A falta de base literaria, el material que condensa Charman no puede desmarcarse de los lugares comunes, y los ecos de la gran tradición del género de espías, desde Graham Greene a John Le Carré, no terminan de elevar sus intenciones hacia la mejor resolución.
La historia comienza con Sir Martin Angelis (Hinds), jefe del MI6 y maestro de ceremonias del espionaje de su país, cuando se dispone a extorsionar a uno de los miembros de la Corte Suprema a cambio de un futuro favor. “Por ahora no quiero nada, pero ya sabrá de mí”, le espeta sin preámbulos a su desconcertado interlocutor. Esa explícita presentación de sus intenciones y de su moral se corona con la entrada de Kara (Olga Kurylenko), ex espía rusa disfrazada de camarera, quien le deja un vaso de whisky con una calculada dosis de veneno que lo deja fuera del juego. A partir de allí veremos el ascenso de Adam Lawrence (Charlie Cox), su segundo en funciones, convertido repentinamente en el nuevo “Control” –es interesante el garbo con el que pronuncian la palabra, recordando por momentos aquella mística de El espía que vino del frío de Le Carré- y bautizado con la sospecha de ser doble agente para los rusos.
Una de las singularidades de la miniserie es la elección de Cox –conocido por la serie Daredevil- como extraño héroe de este entramado de sospechas y traiciones. Al principio, nadie resulta mejor que él para representar el rostro del hombre común, un funcionario cuyo ascenso meteórico está teñido de las artes esquivas del Kremlin. El motivo de esa suspicacia se remonta a quince años atrás, en la ciudad de Bakú, capital de Azerbaiyán. Kara y él eran amantes y ella terminó siendo la responsable del alerta de un atentado y de la salvación en el último instante del honor y las vidas británicas. Pero en la memoria de Kara hay algo más que un romance frustrado: ella ha venido a pedir el pago por su favor y la deuda pendiente por sus hombres traicionados en la ex república soviética. ¿Quién mejor que Adam para responder a ese llamado, ahora que ha llegado al poder y debe decidir los destinos de Europa Occidental?
Ese punto de partida resulta intrigante, y las piezas que mueve la miniserie en sus primeros episodios son bastante funcionales: la esposa de Adam (Oona Chaplin), madrastra de sus hijos y ex soldado en Afganistán, empieza a sospechar de la traición de su marido y se convierte en blanco de extorsiones; es inminente elección del nuevo Primer Ministro, carrera que ubica en el podio a la canciller en funciones, Audrey Gratz (Kingston), y al candidato conservador, Robert Kirby (Simon Lenagan), con más de un trapito que esconder del sol. Sin embargo, el intento de sumar más piezas al rompecabezas, como la aparición de un comando de la CIA, francotiradores y dobles agentes por aquí y allá, no solo entrampa el relato sino que contribuye a tornarlo inverosímil. “Papá, ¿nosotros somos los buenos?”, se interroga el pequeño hijo de Adam al ver que los peones se alternan de uno al otro lado del tablero.
Si bien la figura de Kara recuerda las habilidades de Villanelle, la excelsa villana diseñada por Jodie Comer en Killing Eve, la falta de humor convierte a Traición en una apuesta seria sobre el género, incapaz de tomar distancia de ese mundo y anhelando recoger más del glamour de Ian Fleming que de la gris rusticidad del estilo de Le Carré. Es justamente esa presunta gravedad la que impulsa al espectador a exigir un vértigo que la miniserie nunca ofrece y a demandar mayor carnadura en sus personajes, más allá de la funcionalidad de la trama. La aparente bonhomía de Cox, que resulta inicialmente un opaco espejo donde las intenciones de su personaje quedan distorsionadas, con el correr de los episodios se torna en un callejón sin salida, al verlo prescindir de cualquier reflexión posible sobre los vaivenes del héroe al que debe dar credibilidad.
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