Netflix: The One muestra los erráticos algoritmos del amor
The One (Reino Unido, 2021). Creador: Howard Overman. Elenco: Hannah Ware, Dimitri Leonidas, Zoë Tapper, Lois Chimimba, Eric Kofi-Abrefa, Jana Pérez, Diarmaid Murtagh. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: regular.
En la era de la deconstrucción del amor romántico, Rebecca Webb (Hannah Ware) descubre la fórmula perfecta para encontrar la pareja ideal. Pero el origen no está en la literatura del siglo XIX sino en un avance científico que permite conjugar el ADN de todos los interesados en el amor perfecto hasta encontrar su complemento químico, como ocurre con las hormigas que unen fuerzas a partir de la compatibilidad orgánica. Lo que consigue Rebecca no es solo un hallazgo extraordinario sino la fundación de una mega corporación llamada “The One”.
Basada en el bestseller de John Marrs, la serie nunca logra convertir esa ingeniosa premisa en una narrativa sólida. Todos los personajes están en función de ese engranaje, se comportan de acuerdo a esos mandatos, igual que los conejillos imaginados por Rebecca que corren ciegos hacia su amor ideal. La historia se divide en dos tiempos: por un lado, el pasado en el que descubrimos el origen del hallazgo y su conversión en negocio; por el otro, el presente en el que Rebecca, ya enemistada con su socio y cofundador de la compañía James Whiting (Dimitri Leonidas), intenta sostener su poder como CEO en una empresa cuyos intereses la han trascendido. Lógicamente, como ocurre con gran parte de la narrativa contemporánea, el hilo conductor es el thriller: un cadáver, un secreto, una investigación.
La salida astuta de la serie por el carril del género policial le permite encubrir casi todas sus falencias. En primer lugar, la débil construcción de los personajes y sus motivaciones. Rebecca es una fundamentalista de su invención, confiada en que el encuentro del amor perfecto no es solo la solución para las miserias de su vida sino para las de todo el mundo. Sin embargo, sus acciones son mezquinas y todas sus relaciones están teñidas de extorsión y utilitarismo. James parece ser un cobarde con algunos ideales, el guardaespaldas un matón con ciertos límites éticos. Todo el armado de la historia se concentra en sostener ese pretendido dilema que la subyace: ¿existe realmente la promesa del amor perfecto y garantía de la felicidad o es apenas un autoengaño, un negocio, una respuesta prefabricada a la crisis de las relaciones reales?
The One se monta en esas pretensiones, articula interrogantes sofisticados en una trama superficial y, por momentos, infantil. Prueba de ello son las dos líneas narrativas que complementan el derrotero de Rebecca: el “match” de la policía que investiga el caso con una joven de Barcelona y las contrariedades en el matrimonio un periodista “de investigación” que resulta un títere involuntario del entramado de Rebecca. Ambos eslabones son prueba y contraprueba de ese mismo dilema, sostenidos en comportamientos inverosímiles, escenas forzadas y actuaciones bastante pobres. The One nunca sale de esa trampa que se ha impuesto y que cree es tan valiosa como un descubrimiento científico.
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