Netflix: el spin-off de Vis a vis no se entiende sin la historia original
Vis a vis nació en 2015 como la reinvención española de cierto furor por los relato de encierro y cárceles de mujeres. Primero había sido Orange is The New Black, creada en 2013 por Jenji Kohan y con fuerte protagonismo femenino coral, que revisó los códigos tradicionales de esas historias ambientadas en prisiones, exploró las condiciones sociales carcelarias en los Estados Unidos, dio vida y presencia a personajes marginales, y utilizó la voz de Piper Chapman –alter ego de Piper Kerman, coproductora de la serie y autora del libro autobiográfico en el que se inspira- como descubridora de ese universo, al mismo tiempo que se convertía en una sobreviviente más. De ese inicio se ramificaron otras ficciones: la australiana Wentworth del mismo 2013, más adherida a los cánones clásicos de la violencia carcelaria y sus contraluces entre heroínas y villanas, y la española Vis a vis que reemplazaba el atuendo anaranjado por uno amarillo e intentaba darle su propia impronta autóctona y localista a un modelo de ficción que venía en alza.
Creada por Álex Pina, Iván Escobar, Esther Martínez Lobato y Daniel Écija –Pina fue uno de los nombres consagrados gracias al posterior éxito de La casa de papel-, Vis a vis partía de una premisa similar a la de Orange. Una joven de buena familia llega a la prisión por un mal paso, un error motivado por amor. En el caso de la Piper de Taylor Schilling era su vínculo con el tráfico de drogas durante el ardiente romance con Álex Vause (Laura Prepon); en el caso de Macarena Ferreiro (Maggie Civantos) era una estafa financiera ideada por su novio, quien luego terminaba traicionándola. A partir de allí su entrada en la cárcel de Cruz del Sur se convertía en el descubrimiento de esos códigos de supervivencia: el aprendizaje de la lógica de oposiciones y liderazgos, las amistades, la violencia, el intento de probar su inocencia. Vis a vis ideó en su primera temporada una inteligente alternancia entre el adentro y el afuera del encierro: en el interior se dirimían las clásicas disputas del género carcelario en las que Macarena intentaba salir indemne; en el exterior se gestaba una intrincada trama policial, un dinero oculto, una serie de pesquisas que terminaban en infinitas muertes.
La serie adquirió identidad en sus dos primeras temporadas producidas por Atreseries, en parte por ese juego entre el retrato distanciado de un universo con sus propias reglas, y la personalidad de sus protagonistas, sobre todo las villanas. El retrato del mundo carcelario partía de la coartada de un falso documental, que utilizaba las entrevistas a las distintas presas -en las que opinaban de las condiciones de vida en la institución, sus situaciones afectivas, la justicia y la legalidad- como forma de adquirir una voz verdadera, no objetiva, pero sí directa. De entrada la condición de prisión privada, con los intereses económicos detrás y el cruce entre la autoridad estatal y la organización corporativa, permitió ejercer algún atisbo de crítica social. Sin embargo, frente a ese paraguas de realismo, estaba el drama de sus figuras estelares, entre las que destacó siempre la fascinante Zulema Zahir de Najwa Nimri.
Zulema fue algo más que la villana de la cárcel Cruz del Sur, fue una especie de malvada espectral e indestructible, que trascendió de temporada en temporada como el corazón del relato hasta hacerse con el protagonismo definitivo. Porque lo que sucedió después de las dos primeras temporadas es que Antena 3 decidió cancelar la serie y los fans impulsaron su regreso de la mano de Fox España. Pero para cuando apareció la tercera temporada algunas coordenadas habían cambiado. El traslado desde Cruz del Sur a Cruz del Norte preservó los uniformes amarillos y las claves del encierro pero trajo nuevos personajes, desdibujó algunos conocidos, engrandeció a otros. Y lo más llamativo fue la desaparición de Macarena durante larguísimos episodios, internada en coma hasta casi el final de la cuarta temporada. En ese tiempo, Zulema se erigió como la dueña de la cárcel y de la ficción, su ambición de escaparse millonaria se conjugó con la aparición de un hija, su cofradía con Saray (Alba Flores) derivó en peleas y reconciliaciones, sus disputas con una banda de chinas en una guerra interna. Nimri consiguió un despliegue asombroso de talento y carisma, apropiándose de una historia que por momentos perdía el rumbo narrativo, retorcía demasiado los clisés, convertía personajes con ciertos grados de malicia y locura en psicópatas desenfrenados.
En realidad, ese fue uno de los reiterados traspiés de las dos últimas temporadas, bajo la tutela de Fox. El afuera se fue volviendo repetitivo y previsible, las intervenciones del inspector Castillo (Jesús Castejón), siempre como un eslabón que conectaba la dinámica interior de la prisión con los casos criminales que excedían sus muros e involucraban a Zulema y compañía, se hicieron tan extravagantes que rozaban el ridículo. Y algo similar pasó con la confección de personajes como el médico Carlos Sandoval (Ramiro Blas). De sus abusos reiterados sobre las presas y su corrupción en el manejo médico dentro de la prisión, pasó a una locura desproporcionada, que incluía comer carne cruda mientras veía como un perro destrozaba a una interna por un caso de drogas. Algunos de esos delirios alejaron a la narrativa de la propuesta inicial, que combinaba la experiencia de Macarena como recién llegada a la prisión con los enredos criminales de Zulema y su irrenunciable intento de libertad.
En la cuarta temporada, estrenada en diciembre de 2018, Benjamín Vicuña fue una de las incorporaciones internacionales. Ya la mexicana Adriana Paz había hecho su pasaje de guardia de la cárcel a interna para luego convertirse en fugitiva y aliada de Zulema, y Vicuña asomó en ese primer episodio de la cuarta temporada como custodio del traslado de Zulema luego de una de sus múltiples fugas fallidas. Luego se convirtió en oficial carcelario bajo el comando de Sandoval, ahora convertido en amo antes que director de la cárcel, cargando sus pecados y tormentos del pasado. El Hierro de Vicuña fue una especie de contracara de Zulema, adherido a ella por una atracción intensa, pero repelido por ese constante recuerdo de sus deberes y lealtades. Muchas de las incorporaciones que hizo la serie funcionaron como renovados impulsos, como fue el caso de Goya, interpretada por Itziar Castro, uno de los personajes más temibles pero construido con admirable atractivo por la excelente actriz.
El final de la cuarta temporada no solo marcó el despertar de Macarena del coma sino la crisis definitiva de esa cárcel gobernada a fuego y sangre por Sandoval y la señora Cruz, especie de gobernanta de hospicio decimonónico que defendía su inversión con ojo astuto. Y el final llegó con un motín con todas las letras, que tomó el ejemplo del que arreció en Orange is The New Black también en sus últimas temporadas, y terminó cambiando las reglas del juego. Aquí fue el preludio del final de ese mundo de Cruz del Norte, la antesala del relato sobre los destinos de las presas que habían recibido a Macarena en su inocente llegada, las amigas nacidas de aquel desembarco y las que lo fueron con el correr del tiempo. La cuarta temporada dio un cierre a esa historia dentro de los muros: la reinserción en la sociedad como asistente social para Tere (Marta Aledo), la despedida de Sole (María Isabel Díaz Lago) tras el descubrimiento de su enfermedad, la persistente inmadurez de Rizos (Berta Vázquez) que la traía de regreso una y otra vez tras las rejas, la nueva vida de Saray junto a su hija. Pero en las últimas imágenes descubrimos una asociación impensada: la de Macarena y Zulema como ladronas de joyas, pareja explosiva que convirtió su enemistad en un delirante raid criminal.
Ese es el comienzo del spin-off de la serie, llamado Vis a vis: El Oasis -que en realidad funciona como una quinta temporada-, estreno de este viernes 31 de julio en Netflix. Es una historia que se aloja en el espacio desértico de Almería, aquellos escenarios que fueron el atractivo estelar de los spaghetti western de los 70, ahora convertidos en el refugio de Zulema y Macarena luego del robo de una importante joya a un narco mexicano en la fiesta de casamiento de su hija. Creada por el mismo equipo y pensada como una miniserie que de cierre a la historia de las dos protagonistas, Vis a vis: El Oasis enlaza los enigmas que abrió ese final de la cuarta temporada -¿Cómo Zulema y Macarena decidieron formar esa alianza? ¿Qué pasó con ellas luego de la salida de la cárcel?- con las historias y personajes que trae esta continuación.
Primero está el robo de una tiara en el casamiento de la hija de Víctor Ramala (David Ostrosky), un millonario narcotraficante que vive en Madrid. Zulema y Macarena forman una banda que trae nuevamente a Goya y su novia hacker Triana (Claudia Riera) como cómplices, junto a Flaca (Isabel Naveira), una compañera de terapia de reinserción de Macarena, y la hermanastra de la novia, eslabón interno del plan. A partir de allí la historia alterna distintos momentos del robo junto a la escapatoria a través del desierto y la llegada al misterioso hotel El Oasis en el corazón de Almería. Ana María Picchio interpreta a la dueña del hotel, una argentina que abandonó el turismo mendocino para probar suerte en España. En ese refugio especial, con su piscina y sus intrigantes habitantes, se dirime la suerte de las exconvictas, sus cuentas pendientes y el futuro que les aguarda.
Esta reinvención de Vis a vis, junto al cambio de escenario, la narrativa heredada del heist film, y la llegada de nuevos personajes, permite volver a conectarse con una ficción que parecía agotada. Y Zulema sigue siendo su verdadero corazón, aquí en persistente contrapunto con Macarena, con la que revisitan viejos rencores, dolorosos recuerdos, y una dinámica que encontró en esa complementariedad su atractivo. Nimri vuelve con su pelo negrísmo y su maquillaje dramático, con esa fuerza que adquiere su presencia en cámara, lo imprevisto de sus movimientos, el control ejercido con la firmeza de su mirada. Y Civantos se ha despojado definitivamente de esa inocencia que parecía atesorar en las primeras temporadas, perdida junto a su familia y su libertad, ahora convertida en sed de revancha y redención. La geografía de Almería se revela como el escenario perfecto para esa travesía crepuscular, definida por el uso de esos paisajes tan transitados por la imaginería popular, y celebrada por las esquirlas de una enemistad que resulta la sal de esa imprevista alianza.
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