Netflix: Snowpiercer, una serie con sabor a poco
Snowpiercer (Estados Unidos/2020). Creador: Greame Manson. Elenco: Jennifer Connelly, Daveed Diggs, Mickey Sumner. Disponible en Netflix. Nuestra opinión: regular.
Esta nueva serie de Netflix está basada en la película homónima de Bong Joon-Ho (Parasite) estrenada en 2013 y recupera, además, algunas escenas del cómic original, Le Transperceneige de Jacques Lob y Jean-Marc Rochette, publicado en 1983, en el que también se inspiró la película de Bong. El planteo en los tres formatos de la historia es el mismo: en el futuro, una nueva era glacial purgó al planeta de toda forma de vida, salvo por las 3000 personas que sobreviven a bordo de un tren que debe mantenerse en perpetuo movimiento para generar energía.
En este micromundo, la estratificación vertical de las clases sociales está desplegada horizontalmente: en los vagones de cola resisten los postergados en condiciones tan abisales que no excluyen el canibalismo; cerca de la locomotora se ubica una elite decadente, que no sufre privación alguna a costa del sacrificio del resto.
En el cómic y en la película de Bong –que está disponible en Amazon Prime Video–, el conflicto de clases es el motor del relato, que lleva a los protagonistas y al público a descubrir qué hay en cada vagón a medida que avanza una revuelta, del último de los 1001 vagones que componen la Máquina Perpetua al primero. Esta serie de diez episodios –los dos primeros ya están disponibles; el resto se suben de forma semanal– en cambio, opta por un vía distinta: a mediados del primer capítulo, las autoridades del tren identifican entre uno de los revoltosos a un expolicía y, en este lugar despiadado y de leyes injustas, insólitamente lo ungen "detective ferroviario" para que investigue un homicidio ocurrido en el tren. Con este desvío para estirar y completar una temporada, una idea novedosa queda convertida en una vulgar y gastada: Snowpiercer se vuelve algo así como CSI: Transiberiano.
La serie se la ingenia para extirpar de la historia cada uno de los méritos de la película de Bong: el humor negro y el grotesco lúdico de algunos personajes (en particular el de Tilda Swinton, que canalizaba a una Margaret Thatcher con mayores problemas odontológicos) son neutralizados por la seriedad del nuevo cast (que incluye a Jennifer Connelly y a Daveed Diggs); también están desaparecidas la claustrofobia (la cámara ya no parece confinada por las paredes opresivas de un tren) y la sensación de perplejidad que surgía al descubrir un nuevo mundo en cada vagón (aquí se muestran de entrada).
Una segunda subtrama, que revela averías en el tren, termina de expurgar lo que quedaba del original: ya no se trata de un mirada nihilista sobre la lucha de clases sino de cómo a través de la cooperación se superan los problemas y el entendimiento mutuo se impone a las diferencias. En un momento en que escuchamos mucho que hay que achatar la curva, esta serie al menos da una oportuna clase magistral de achatamiento.
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