Netflix: Sandman es una adaptación muy fiel del cómic de culto que sin embargo, se queda corta ante el original
Tras tres décadas de espera, la llegada del influyente cómic sobre Sueño y los otros dioses, semidioses y humanos que lo frecuentan es un verdadero acontecimiento, pero el paso del tiempo ha conspirado contra el impacto de su historia en pantalla
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Sandman (EEUU/2022). Creadores: Neil Gaiman, David S. Goyer y Allan Heinberg. Elenco: Tom Sturridge, Patton Oswald, Jenna Coleman, David Thewlis, Gwendoline Christie. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Sandman fue una de las historietas (junto con El regreso del señor de la noche, de Frank Miller, y Watchmen, de Alan Moore) que, a fines de los años 80, cambiaron las historietas. Aunque a todas éstas se les suele atribuir la incorporación de una sensibilidad adulta y de una complejidad comparable con la de cualquier buena novela a la trama y a los personajes de los cómics de superhéroes, su mérito es mayor: se concentraron en expandir qué y cómo se podía narrar en una página dibujada. Por un lado abrieron las puertas de la intertextualidad y la autorreflexión –son historietas que dialogan con películas, libros, discos y, sobre todo, con otras historietas– y, por el otro, se afirman en la especificidad de su medio: son la mejor versión posible de lo que eligen contar. Hubo mejores y peores adaptaciones de la obra de Moore o Miller, pero nunca una a la altura de los originales. Esto también vale para Sandman.
Desde el centro del universo DC, el hogar de Superman y Batman, Neil Gaiman construyó una historia en la que los únicos superhéroes que tienen un rol importante son personajes marginales y olvidados de la compañía; en la que la figura principal, –una particular versión del dios Morfeo– a veces ni aparece en su propio cómic y en la que lo más cautivante es la dimensión humana de los protagonistas: sus deseos, sus traumas, sus caprichos y sus pérdidas. Es decir, era un título de la empresa que inventó a los superhéroes hecho totalmente a contramano del rubro. Cuando apareció, ni siquiera lucía como una historieta: cada una las tapas, diseñadas por Dave McKeen, recordaba, en su combinación de fotografías retocadas y diseño gráfico, las de los discos del legendario sello 4AD.
Tras un inicio que cita a las historietas de terror de EC Comics, Sandman rápidamente se amplía en todas direcciones: puede incorporar como personajes a G.K. Chesterton, Marco Polo o Shakespeare; situarse en el antiguo Egipto, en el presente o en el reino de las hadas y contar, a su modo, la historia de Orfeo y Eurídice, la de una necrópolis en las que la inhumación es un arte o la de cómo Lucifer decidió abrir un piano bar, entre muchísimas otras. No se puede ceñir su profusión de relatos a un único tema, pero si hubiera que decidirse por uno, habría que decir que Sandman habla, sobre todo, de la tensión entre el deseo y la responsabilidad.
La adaptación, supervisada por el propio Neil Gaiman, toma los primeros quince números de la saga de modo muy fiel, al punto de que pueden rastrearse múltiples escenas calcadas de las viñetas. Y, al mismo tiempo, hay diferencias notables. La mayoría tienen que ver con los 30 años que pasaron desde la publicación de los cómics. El hecho de que Morfeo fuera un “darky”, una versión más espigada de Robert Smith en la época de The Head on the Door, contribuía en los 80 a acentuar su romanticismo trágico. Hoy, ese aspecto y el tono excesivamente dramático con el que enuncia sus líneas el personaje lo acercan a una parodia. El tiempo tampoco fue amable con toda la línea argumental que involucra a asesinos seriales, un tópico novedoso hace tres décadas y más aún porque era presentado de modo perversamente cómico, pero que, tras las decenas de películas y series que aparecieron desde que volvió una moda, está irreparablemente desgastado.
El cómic se reveló osado y transgresor: fue el primero editado por una corporación y dentro del mundo de los superhéroes que incorporó un personaje central no binario, el dios/diosa Deseo. Su bienvenida falta de respeto por lo admisible en su época transmutó, en la serie, en perfecta obediencia por las normas de la nuestra. A tono con la prescripción incuestionable que manda que toda manifestación artística sea inclusiva y represente a los invisibilizados, aquí se cambia el género y el color de una media docena de personajes (incluida Muerte, la figura más popular de la saga) para no correr riesgos y no generar molestias en la policía de lo políticamente correcto.
Gaiman tiene el don de crear personajes atractivos, llenos de aristas originales, como si no le costara esfuerzo alguno. Sin embargo, ese atributo de sus historietas, tanto en ésta como en otras versiones de sus obras, no termina de traducirse a otros medios. Aquello que en la página resulta seductor, en la pantalla parece un poco forzado, ciertamente incómodo, y no termina de cuajar.
Por su parte, el escritor declaró que debieron pasar tres décadas para que Sandman encontrara la adaptación correcta. Es cierto que el desarrollo actual de la tecnología permite volcar las imágenes del cómic de modo irreprochable en la pantalla. Se trata de un mundo rico y multifacético, alimentado por la poderosa imaginación del autor, que requiere de un alto grado de competencia visual. En este aspecto, la serie sí está a la altura del desafío.
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