Netflix: en Mitomanía, la mentira tiene patas largas
Mitomanía (Mytho, Francia, 2019). Creadores: Anne Berest y Fabrice Gobert. Elenco: Marina Hands, Matthieu Demy, Marie Drion, Jérémy Gillet, Zelie Rixhon. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
La constante que animó desde siempre a la figura de Thomas Edison fue la de gestar su propio mito. Ese mito estaba imbuido de más mentiras que realidades, forjado al calor de una aspiración de gloria que finalmente, y de forma bastante accidentada, llegaría a concretarse. Así, su lema "Fake it until you’re make it" –hoy recurrente en muchos "inventores" e iniciadores de startups– se convirtió en un mantra para usar las mentiras como estadio temporal hasta que aquello anhelado se hiciera realidad.
En el caso de Elvira (Marina Hands), lo que persigue no es la creación de una bombita eléctrica o la patente por la invención del fonógrafo, sino un poco de atención de su familia y cierto respeto y reconocimiento en su trabajo. Nada demasiado extraordinario. Sin embargo, cuando la conocemos, Elvira vive en un anodino suburbio francés que resulta ser un pequeño y extraño infierno doméstico. Sumergida en las tareas hogareñas, en un trabajo ingrato en una compañía de seguros, ignorada por sus hijos adolescentes y engañada por su pareja, Elvira encuentra en una revisación mamaria la llave de un engaño que, paradójicamente, resulta ser salvador. El cáncer se convierte así en una puerta a otra dimensión, en la que esa mentira inocente y casi involuntaria la transforma en alguien especial, que merece cuidados y consideraciones.
Con esa provocadora premisa, se inicia la serie creada por Anne Berest y Fabrice Gobert, que reflexiona sobre la verdadera dimensión de la mentira, primero de una manera lúdica y luego algo delirante. Cargada de giros imprevistos, de un extraño guiño a lo fantástico, dominada por un lavarropas con vida propia, unos vecinos extravagantes y una serie de enredos sobre identidades falsas y pasados desconocidos, Mitomanía usa a la figura de Elvira como epicentro de un mundo de dobleces, en el que todo lo silenciado emerge de las formas más locas y perturbadoras.
Hay una sensación que domina los últimos episodios de la serie. La persistencia de una idea inteligente y un planteo audaz que se extravía progresivamente en su resolución. El uso del extrañamiento como clave, instalado a partir del juego con lo musical –gran uso de las canciones– pero acentuado en el descontrol del lavarropas, no se amalgama del todo con la evaluación moral que late en el interior de Elvira a medida que acumula mentiras y descubre que desandar ese camino se hace demasiado insalvable. Es justo en ese paso en falso donde se pierde algo de su ingenio.
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