Netflix: La chica de nieve, un efectivo policial español que es lo más visto de la plataforma
La miniserie policial protagonizada por Milena Smit, una de las protagonistas de Madres paralelas de Almodóvar, tiene una trama contundente con una vuelta de tuerca final que reconfigura la historia
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La chica de nieve (España/2023). Creadores: Jesús Mesas Silva, Javier Andrés Roig. Elenco: Milena Smit, José Coronado, Aixa Villagrán, Loreto Mauleón, Raúl Prieto, Cecilia Freire, Tristán Ulloa, Mario del Cubo. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
“Siempre, al terminar la grabación, emergía en la pantalla ese eterno ruido blanco”. Un ruido blanco convertido en nieve que atrapa y disgrega a los que desaparecen. Así lo afirma la voz de Miren Rojo (Milena Smit), periodista del diario regional Sur en Málaga e improvisada investigadora de la desaparición de Amaya Martin en 2010, durante la Cabalgata de Reyes en la Plaza de la Constitución de aquella ciudad. La historia de La chica de nieve enlaza dos desapariciones, la de una niña de 5 años, arrebatada de alrededor de sus padres en el centro de un multitud festiva, y la de la propia Miren, víctima de una agresión sexual que lidia en su memoria con destellos de aquel suceso. A partir de esa idea, Miren persigue a lo largo de los años a la esquiva figura de Amaya como una forma de esclarecer el misterio que se aloja en su pasado, y como una vía de dilatada justicia, aquella que nunca obtuvo para sí misma.
Basada en la exitosa novela de Javier Castillo, la miniserie creada por Jesús Mesas Silva (Estoy vivo, El internado: Las cumbres) y Javier Andrés Roig (Estoy vivo, Vis a Vis) no escapa de los lugares comunes de las ficciones de desapariciones, sostenida en este caso en el localismo en Málaga, la historia pendular de Amaya y Miren, y la pesquisa policial con sus sucesivos falsos sospechosos y caminos sin salida. En los primeros episodios descubrimos que la historia se desenvuelve en tres años clave: 2010, año de la desaparición de Amaya, y aquel en el que comienza la investigación de la policía, por un lado, y la búsqueda personal de Miren, en ese entonces una becaria de Sur, por el otro; 2016, primer atisbo del paradero de Amaya mediante un video de VHS que informa a sus padres que su hija está viva; y 2019, sugerente adiós de los secuestradores que parece cerrar el círculo del misterio y acelerar la pendiente de la resolución. Cada salto temporal revela la evolución de la investigación, los efectos de esa herida en todos los involucrados, y la singular obsesión de Miren quien, siguiendo con su vida profesional, ha quedado atada a esa causa sin resolver.
La más clara influencia de La chica de nieve proviene de The Missing (2014), una serie británica de antología que en cada temporada presenta una desaparición y su consiguiente investigación a lo largo de los años. A diferencia de aquella, la española insiste en sus primeros episodios en cierto efectismo en relación al peligro de depredadores sexuales y redes de trata. La memoria de Miren alimenta ese fantasma y su interés se intoxica de la investigación inconclusa de su caso, conducida por la misma inspectora, Belén Millán (Aixa Villagrán). En esa lógica aparecen todos los condimentos: las declaraciones de los padres a la prensa; los sospechosos del entorno con antecedentes penales; la pesquisa en la escena del crimen (la aparición del piloto amarillo, las confusas declaraciones de testigos, los registros de las cámaras). Mientras tanto, Miren se interna en la tarea periodística de la mano de su mentor Eduardo (José Coronado), un amigo de su familia y veterano cronista de Sur, y se convierte en una incómoda pieza para la policía, un recuerdo latente de sus anteriores fracasos.
No hay que esperar grandes logros de puesta en escena ni actuaciones iluminadas –salvo quizás la de Loreto Mauleón como la madre de Amaya, sobria y sin estridencias-, sino un ejercicio efectivo del policial, con algunas concesiones en el verosímil y cierta tentación de estimular el morbo del espectador. Lo interesante sobreviene en el giro que produce el relato en los dos últimos episodios, al dar presencia al mundo de los secuestradores, sorteando algunos lugares comunes y alimentando el misterio en las aristas humanas más insospechadas. Sin aspirar al desmonte de todo lo construido en una violenta vuelta de turca, La chica de nieve explora aquellas dimensiones más difíciles de representar luego del primer abordaje más apegado a la iconografía del género, con piezas visualmente atractivas como la careta de conejo y el piloto amarillo que llevaba la nena, el universo del VHS y el submundo de la explotación infantil (que solo es abordado en tanto sirve de contexto a la ficción).
Los elementos que rodean a la figura de Miren Rojo son quizás los que adolecen de sutileza, desde el comportamiento predecible de su personaje en el intento de gestar una venganza, hasta su rol definitivo en la resolución final. Milena Smit, cuyo trabajo en Madres paralelas de Pedro Almodóvar había resultado prometedor, hace lo que puede con un personaje demasiado adherido al arquetipo de esa justiciera con sombras que apenas borronean los límites entre la víctima y la vengadora.
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