Netflix, en el ojo de la tormenta: ¿Realmente cambian las condiciones? ¿Es legítima la furia de los suscriptores?
Con el anuncio del control de las cuentas compartidas en América Latina, la plataforma pone en marcha una nueva estrategia de negocios que afectará a los suscriptores de todo el mundo
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Netflix anunció ayer que a partir del mes que viene en Argentina, República Dominicana, El Salvador, Honduras y Guatemala ya no se podrá compartir la suscripción fuera del hogar registrado por cada cliente y por lo tanto quienes quieran continuar con la extendida práctica deberán pagar un costo adicional para hacerlo. La notificación, como era de esperarse, causó un gran revuelo entre los suscriptores locales que todavía estaban tratando de digerir el impacto por el cambio de precio de su cuota mensual que provocará la modificación de 8% del Impuesto PAIS y el 45% de los impuestos a las Ganancias y los Bienes Personales anunciada por el Gobierno.
La indignación de los usuarios resonó fuerte en las redes sociales, especialmente en Twitter, donde muchos prometieron bajarse del servicio, protestaron por sus cada vez más altos costos y hasta jugaron con el hashtag #ChauNetflix, una versión de @CheNetflix, el perfil geolocalizado del gigante del streaming en la Argentina. Los reclamos de los usuarios incluyeron también -era imposible que no lo hicieran- comentarios sobre la baja calidad de los contenidos de la plataforma que lleva quince años disponible en la Argentina.
Y es ahí precisamente donde los argumentos comienzan a enredarse. La decisión de dejar de pagar un servicio no esencial es un derecho de todo consumidor y sus razones para hacerlo son tan personales y justificadas como su elección de ver cinco temporadas de La casa de papel y evitar El irlandés por ser demasiado larga. Sobre gustos, dicen, no hay nada escrito y aunque este mismo texto desmienta el dicho popular, lo que sí es cierto es que cada uno elige lo que tiene ganas de ver y lo que no y por eso la decisión de bajarse de una plataforma de streaming no admite más argumentos que los personales. Dicho eso, la indignación de los usuarios locales con el gigante californiano de alcance global, aunque comprensible, no tiene mucho sostén -más que el emocional- cuando se la examina de cerca.
Para empezar, en sus términos de uso Netflix siempre aclaró que los suscriptores no tienen permitido compartir sus cuentas fuera de su hogar, en otras ciudades o países que los propios. El hecho de que la empresa haya decidido implementar un control global de esa política que sus usuarios aceptan al suscribirse parece estar dentro de sus capacidades. Es cierto que el hecho de que la nueva estrategia se comience a probar en territorios en los que un cambio de precio afecta sustancialmente al bolsillo de los suscriptores es al menos antipático de parte de Netflix que, para complicar las cosas, justificó su nueva etapa con un argumento poco eficaz: “la práctica extendida de compartir cuentas entre distintos hogares afecta nuestra capacidad a largo plazo de invertir en nuestro servicio y mejorarlo”, se lee en el comunicado de la empresa que, muy suelta de cuerpo, parece estar acusando a sus suscriptores de ser los responsables, parciales, de la baja de la calidad de sus propuestas actuales y futuras. Un despropósito que solo sirve para elevar el enojo de muchos que, con razón, no creen que corresponda a los usuarios pagar los platos rotos por los recientes traspiés de Netflix que se tradujeron en la pérdida de millones de suscriptores alrededor del mundo, la consecuente caída de sus acciones y la convulsionada reestructuración del modelo de negocio de la plataforma que llevó a rápidas cancelaciones de series valiosas y masivos despidos en la empresa.
La prueba piloto de terminar con las contraseñas compartidas comenzó en marzo en Perú, Chile y Costa Rica y solo era cuestión de tiempo hasta que alcanzara al resto de Latinoamérica, que parece ser el conejillo de Indias de Netflix para medir el impacto de sus nuevas estrategias, incluida la de sumar planes con publicidad y menor costo que ya se sabe alcanzará a sus mercados principales hacia finales de año. Así, comenzará una nueva etapa para la plataforma y su modelo de negocios que más temprano que tarde afectará a los modos de consumo de sus clientes. El riesgo es alto para la empresa pero también lo es su necesidad de competir con el resto de las plataformas que, en poco más de un año, modificaron todo el paisaje del streaming al aportar opciones donde antes no las había y al mostrar que en términos de contenido ya no alcanza con tener un catálogo amplio y la mejor interfase del mercado para conformar a los usuarios.
En algún sentido, la decepción de los suscriptores locales con la empresa de contenidos aparece como un viejo déjà vu de lo que sucedió con HBO allá lejos y hace tiempo, cuando era la señal más destacada del cable. Llegada a la Argentina a principios de los 90 como parte del paquete básico de los cableoperadores, cuando hacia finales de la década comenzó a facturarse como servicio premium, muchos decidieron cortar el cable, molestos por pagar algo que durante años habían recibido sin costos adicionales. En aquel tiempo la frase de “igual no hay nada para ver” se repetía como mantra y justificación de la decisión de muchos y ahora vuelve a aparecer con el mismo envión en referencia a Netflix. Claro que la desilusión parece aún más marcada porque se suponía que los sistemas de streaming, con Netflix como punta de lanza, liberarían a sus usuarios del yugo de la TV paga tradicional. Gracias a ellos íbamos a dejar atrás las grillas de programación con rígidos horarios y días preestablecidos, la aparición y desaparición de canales a criterio de la empresa y la tendencia a la uniformidad de contenidos llegados siempre de los mismos mercados. Gracias a las plataformas de contenido on demand, nos convertiríamos en consumidores tan libres como se pudiera imaginar. Un espejismo, claro, pero uno que muchos suscriptores quisieron creer que se haría realidad si llevaban adelante el simbólico corte del cable.
Lo que ellos- ni tampoco los dueños del negocio-, no pudieron anticipar fue que tarde o temprano la feroz competencia del streaming combinada con una extraordinaria crisis geopolítica y financiera global, comenzaría a agotar su modelo de distribución y consumo de contenido y los obligaría a implementar cambios que lo acercan más a las formas de la distribución y el consumo que parecían superados. Ya es un hecho que el estreno de series en modo maratón no es el único camino para el streaming y que, por ejemplo, la decisión de desdoblar el estreno de la nueva temporada de Stranger Things en dos partes puede haber sido la tabla de salvación para las cifras de suscriptores de Netflix a nivel global, y que la única forma de evitar que su número siga cayendo sea sumar avisos publicitarios, una capitulación que modifica su oferta y las expectativas de los usuarios.
Si los recientes anuncios de Netflix para sus planes en la Argentina resultarán en un éxodo masivo de suscriptores, eso está por verse. Las ruidosas respuestas en las redes sociales no siempre se traducen en tomas de decisiones sostenidas fuera de ellas. Lo que sí indican es que al menos en la Argentina, confundidos o no, los suscriptores de la plataforma creían que Netflix les hablaba con el corazón, cuando siempre estuvo interesada solo en sus bolsillos.
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