Netflix: en la bella Emily en París hay aún más clichés que boinas y baguettes
Emily en París (Emily in Paris / EE.UU., 2020). Creador: Darren Star. Elenco: Lily Collins, Lucas Bravo, Ashley Park, Philippine Leroy-Beaulieu. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
Una serie que transcurre en París, protagonizada por gente hermosa que se viste bien, no podía fallar ¿no? A juzgar por Emily en París, sí.
Todos los males que aquejan a la serie creada por Darren Star (Sex & the City, Beverly Hills 90210) tienen la misma raíz: el cliché. Los franceses son antipáticos pero saben disfrutar de la vida; los norteamericanos sonríen pero están demasiado enfocados en el trabajo ¡Si tan solo pudieran aprender los unos de los otros! Así de simples son los postulados de la serie, que no se preocupa por ahondar en las aristas menos obvias del choque de culturas.
La trama se centra en Emily Cooper (Lily Collins), una especialista en marketing que se muda de Chicago a París, cuando la empresa en la que trabaja adquiere una agencia de comunicación parisina, con el objetivo de mejorar la performance de la oficina francesa en las redes sociales. Al llegar a la ciudad, su entusiasmo y sonrisa eterna resultan demasiado norteamericanos para sus nuevos compañeros de trabajo, en especial, para Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu), la jefa de la agencia. Pero Emily persiste en intentar ganarse la buena voluntad de todos, aprendiendo también de ellos, de sus nuevas amigas y los distintos hombres que se cruzan en su camino.
Es interesante notar la diferencia en el tratamiento de los clichés entre Emily en París y Ted Lasso, la serie de Apple TV+ en la que Jason Sudeikis es otro optimista norteamericano, en este caso un entrenador de fútbol, que debe vencer la barrera de los británicos que lo consideran simplón. Ted Lasso trabaja a partir del cliché y de las expectativas del espectador para ir modificándolas a lo largo de la serie, generando humor y emoción. Emily en París parece no poder abandonar el cliché y eso la hace un poco superficial, como un hermoso macaron cuyo sabor es imperceptible.
Al menos es así hasta la mitad de la primera temporada, cuando la aparición de un personaje eventual, un profesor de semiótica sexy que le explica a Emily la historia del café Flore y Les Deux Magots, hace estallar el clichetómetro y la serie parece adquirir una conciencia metaligüínstica. Es en esos momentos en los que la serie resulta más divertida, como un chiste compartido entre los guionistas y el público.
Emily en París también mejora cuando le da más espacio a personajes secundarios mucho más intrigantes que la protagonista, como Sylvie y Mindy, la amiga interpretada por Ashley Park con una impertinencia encantadora. Entonces se puede disfrutar un poco más de la belleza de la serie sin sentir que está intentando vender como una mirada original algo que ya se vio mil veces.
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