Netflix: El pantano, un sólido noir polaco sobre los fantasmas del comunismo
El pantano (Rojst, Polonia/2018). Dirección: Jan Holoubek, Michal Marczak. Guion: Jan Holoubek, Michal Marczak , Kasper Bajon, Anna Kazejak. Elenco: Andrzej Seweryn, Dawid Ogrodnik, Zofia Wichlacz, Magdalena Walacz, Agnieszka Zulewska, Zbigniew Walerys, Ireneusz Czop. Disponible en: Netflix. Nuestra opinión: buena.
El pantano comienza como la mayoría de las series policiales de hoy en día: en un bosque denso y apenas iluminado, alguien encuentra un cadáver. En este caso, dos cadáveres. El de una prostituta y el del presidente de la Juventud Socialista, figura prominente en la vida política y social de un pueblo de la Polonia comunista. Los planos que siguen muestran el cielo ceniciento apenas enmarcado por las copas de los árboles, las raíces vegetales que delinean un territorio pedregoso, que guarda sangre y secretos. Algo deudora del estilo frío y opaco del scandinoir, esta miniserie de solo cinco episodios se construye como un pequeño rompecabezas, no demasiado original pero sí ágil e intrigante, que destila una progresiva inquietud sobre lo que ha ocurrido en ese bosque de fronteras difusas, cementerio de muertes pasadas y testigo mudo de crímenes presentes.
Ambientada en los tempranos 80, en un pueblo alejado de Varsovia, El pantano delinea un mundo cerrado, dominado por una sensación de trampa permanente que enreda a la dirigencia local y a las principales fuerzas cívicas. La investigación policial de los crímenes se cierra de inmediato, con un culpable a medida. Sin embargo, no todos quedan conformes. Witold Wanycz (Andrzej Seweryn) es un veterano periodista que planea, como un secreto a voces, un viaje hacia Berlín Occidental. Su vínculo con el caso está guiado por el desgano y lo que le queda de obediencia. Pero su joven colega Piotr Zarzycki (Dawid Ogrodnik), recién llegado de Cracovia y convertido en un discípulo inesperado, inicia una peligrosa investigación que se desvía en caminos insospechados: el supuesto suicidio de dos adolescentes, una misteriosa granja destinada a la faena de cerdos, y los turbios negocios de un burdel, síntesis de ese infierno de fachada bucólica.
Lo más atractivo de la serie –que no difiere demasiado de otras tantas británicas y nórdicas que rondan los mismos tópicos– es el uso que hace del pasado nacional como herida lacerante. Los tormentos de Wanycz, que incluyen el anhelo de un ideal perdido y el agobio por la delación, se enraízan en la misma historia polaca de posguerra, con sus sacrificios y sus silenciamientos. Y el ímpetu de Zarzycki por descubrir la verdad, que lo aleja del confort de la vida junto a su esposa, que lo subleva frente a la autoridad de su padre en el Partido, es el signo de su generación, dispuesta a nombrar lo imposible, a perseguir los fantasmas esquivos del pasado, a impedir a riesgo de su vida el silencio y el olvido. Ese vínculo oblicuo entre ambos personajes, entre ambos tiempos y distintos ideales, es el que otorga a la serie su distinción más allá del género, más allá del ingenio de cualquier rompecabezas.
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